Tanto el fútbol como el alcohol, en palabras de Manolo - casado y aficionado a La Roja desde que tenía uso de razón -, sirven al rebaño de los mortales para olvidar, por unos instantes, las piedras que obstaculizan las sendas de sus preocupaciones. Durante el final de la Eurocopa, decía Manolo Ibáñez – mientras cogía con la mano derecha la "verde" y cantaba gol desde el rincón de la taberna – "se olvidan la facturas de la luz, las discusiones con la mujer y los chillidos del jefe cuando llegamos a final de mes". Esta verdad, tan grande como la catedral de Burgos, nos sirve a los sociólogos para comprender desde el discurso de los bares, un fenómeno social que enciende pasiones y cohesiona delante de la pantalla a millones de espectadores.
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