Éstas están siendo unas olimpiadas excepcionales en muchos sentidos. No sólo porque se debieron celebrar el año pasado y se hacen en diferido, un año después, casi sin público, y con extraordinarias medidas de seguridad, como la pandemia mundial exige. Otras particularidades están haciendo que, aunque no se les dé la relevancia que merecen, mientras llenan portadas y se abren noticieros porque el pesetero Messi no continúa en el fútbol español por un “puñao de parné”, como “La Bienpagá”.

Arden las ruinas de Olimpia, sede de los históricos Juegos Olímpicos de la antigüedad, cuestión también simbólica para los que, como yo, encontramos significaciones en los matices, y en el caprichoso azar de los sucesos. Es deformación o “bienformación”-si se me permite el palabro- de poeta, según se mire, que, a pesar de los prejuicios, solemos adelantarnos en nuestros pronósticos en la percepción de la historia. Me refiero a que, mientras hay una oleada ultraconservadora en el mundo, una internacional fascista en marcha, iba a decir soterrada, pero es evidente, que alienta a los antidemócratas y nostálgicos de los totalitarismos a salir de sus armarios, hay un puñado de personas que, en paralelo de sus esfuerzos y logros deportivos, se convierten en héroes, como en la antigüedad, para frenar la sinrazón y la inhumanidad.

Uno de estos ejemplos viene de la mano de la Selección de Canadá que logró ganar la medalla de oro en futbol femenino tras haber derrotado a Suecia en penaltis y este hecho ha pasado ya a la historia de los juegos, y de la visibilización y reivindicaciones LGTBITransQ+ también gracias a Quiin. La futbolista canadiense Quinn, que juega en el OL Reign de Seattle, se convirtió en la primer deportista transgénero y no binario en conseguir una medalla en unos juegos: “Quiero que se cuente mi historia porque cuando tenemos mucha visibilidad trans, ahí es donde comenzamos a hacer un movimiento y comenzamos a hacer avances en la sociedad”, dijo la medallista olímpica en declaraciones para la web de su club antes de iniciarse los Juegos Olímpicos. Quinn ya había ganado la medalla de bronce con la Selección de Canadá en los JJOO de Río de janeiro 2016, pero hasta hace un año no se declaró transgénero. El hecho de competir y ganar pódium, visibilizando una realidad proscrita en gran parte del mundo, y en muchos de los países que concurren a los juegos, hacen de su triunfo un doble galardón.

Es especialmente simbólico el oro del clavadista del Reino Unido, Tom Daley, que conquistó la medalla de oro en la plataforma de 10 metros sincronizados. El oro es especialmente simbólico, al habérselo lidiado y ganado a Rusia y China. Países donde la homosexualidad es negada, perseguida y castigada, con cárcel, palizas e incluso la muerte. Leyes como la escandalosamente aprobada en Hungría, dentro de la Unión Europea, van en esa línea rusa, sancionada por toda Europa, con la abstención de los ultras de VOX y el PP español…la selección femenina de waterpolo, por cierto, ha echado de la competición a la selección húngara, cosa que también es simbólicamente de celebrar.   El atleta británico Daley aseguró sentirse orgulloso de ser homosexual y haber logrado llegar a lo más alto del podio olímpico. Tras una brillante actuación en el Centro Acuático de Tokio, Tom, animó a todas las personas a seguir sus sueños al reconocer que en el pasado, debido a ser homosexual, nunca hubiera pensado que lograría ganar una medalla de oro en una competición olímpica: “Me siento increíblemente orgulloso de decir que soy gay y también campeón olímpico. Cuando era más joven, pensé que nunca lograría nada por ser quien era. Ser campeón olímpico ahora solo demuestra que puedes lograr cualquier cosa”, declaró. Por otro lado, Daley señaló que la creciente representación de la comunidad LGBTQ+ en los JJOO tiene el potencial de cambiar vidas, señaló, después de reconocer que creció sintiéndose como “un extraño”. Cuando el británico de 14 años hizo su debut olímpico en 2008, menos de 20 de sus compañeros competidores se identificaron abiertamente como lesbianas, gays, bisexuales, transgénero o queer. En los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, ese número ha aumentado a más de 160. Después de ganar su primer oro olímpico, el joven de 27 años dijo que él y otros atletas LGBTQ+ podrían mejorar la vida de los niños que se sienten “asustados y solos”. “Cuando era un niño pequeño, me sentía como un extraño y me sentía diferente y sentía que nunca iba a ser nada porque quien era no era lo que la sociedad quería que fuera, y poder ver a las personas LGBTQ+ actuando en los JJOO   es algo que espero que pueda dar esperanza a los niños pequeños”, dijo a los periodistas convocados en la entrega de medallas. Es una pena que el joven Samuel Luiz no haya podido vivir para verlo, asesinado por una turba criminal y homófoba, por mucho que la judicatura se niegue a añadir el agravante, en un ejercicio más de homofobia institucional. Él, como estos atletas, son ya referentes históricos, por mucho que las voces y los actos criminales del odio se empeñen en incendiar con lo que nos hace realmente humanos, y cercanos, por eso, por superación, a las efigies de los héroes de la antigüedad.