Barcelona arde. Lo hace de nuevo la noche de este viernes. Lo hizo ya, noche tras noche, durante bastantes días desde que se conoció la sentencia del Tribunal Supremo contra los principales dirigentes políticos y sociales secesionistas. No es la primera vez que sucede algo tan lamentable en la capital de Catalunya. Ocurrió ya, por ejemplo, entre los días 26 de julio y 2 de agosto de 1909. Fue la tristemente célebre “Setmana Tràgica”. Barcelona fue, durante aquellas jornadas, la “ciutat cremada”, “la Rosa de Foc” (“la ciudad quemada”, “la Rosa de Fuego”).

Ahora vuelve a serlo. Como en 1909, la ciudad de Barcelona hoy, como ya ha sucedido en días anteriores, el trágico escenario de algunas escenas dantescas, con incendios provocados por doquier del centro de la capital catalana, con la quema de contenedores, semáforos, papeleras y toda clase de elementos de mobiliario urbano, así como de mesas, sillas, marquesinas y toldos de terrazas de bares y restaurantes, de locales comerciales y de entidades bancarias, al igual que de coches, motos, bicicletas, patinetes eléctricos… Por si no bastara con todo ello, los violentos utilizan adoquines arrancados del suelo y convertidos en potentes armas arrojadizas contra los agentes policiales, y emplean asimismo cocteles Molotov, objetos punzantes y cualquier elemento que pueda causar importantes daños físicos en personas y también en cualquier clase de bienes materiales, tanto públicos como privados.

Como sucedió ya hace ciento diez años -aunque entonces la motivación de aquellos graves sucesos fue social: la movilización popular contra el envío de soldados a Marruecos-, ahora de nuevo se trata de puro y simple salvajismo. Ahora lo definimos como terrorismo urbano o terrorismo de baja intensidad. Hay quien afirma que es algo así como la versión catalana de la “kale borroka” que durante demasiados años asoló al País Vasco, en paralelo con los criminales atentados terroristas de ETA. Pero todo esto no sucede ahora tan solo en Barcelona, como aconteció en la “Setmana Tràgica” de 1909: ocurre también en las otras tres capitales provinciales -Tarragona, Girona y Lleida- y en otras ciudades y muchos otros puntos del territorio catalán, con el colapso de importantes vías de comunicación y la generalización de un caos cada vez más preocupante.

No obstante, por su propia condición de capital, por su misma magnitud y extensión, y sobre todo por su gran proyección internacional, los extraordinarios episodios de violencia urbana que se vienen sucediendo en la ciudad de Barcelona han adquirido una trascendencia política extraordinaria. Por esto es aún mucho más grave el silencio cómplice del presidente de la Generalitat, Quim Torra, ante estos sucesos tan graves, de una violencia tan extraordinaria, tan extensa, tan intensa y tan prolongada.

Han pasado los días y Quim Torra todavía sigue sin condenar de forma pública, contundente y nítida este terrorismo urbano, sin ambages ni ambigüedades de ninguna clase, como ha venido haciendo hasta ahora, con más críticas a los cuerpos y fuerzas de seguridad pública, incluyendo a sus Mossos d’Esquadra, que a los violentos. A lo máximo que ha llegado hasta este momento el vicario de Puigdemont en Catalunya ha sido a “lamentar” estos actos violentos, a decir que “no se siente representado por ellos… ¿Y es que cómo va a condenar Quim Torra a los tristemente célebres CDR, de los que forma o al menos formó parte, en los que militan algunos miembros de su misma familia y a aquellos a quienes el mismísimo Torra instó en público a “apretar, apretar”…? ¿Cómo puede Quim Torra condenar a sus amados CDRs cuando él mismo abandonó el palacio de la barcelonesa plaza de Sant Jaume, sede de la Generalitat que preside, para sumarse a una manifestación que estaba cortando el tráfico rodado en una autopista?

Superado y desbordado por los acontecimientos, el fanático activista al que el azar condujo a la Presidencia de la Generalitat actúa ahora como Nerón. Aquel emperador romano, de quien se dice que hizo incendiar la ciudad de Roma para poder reformarla luego a su antojo, atribuyó aquel incendio pavoroso a los cristianos, lo cual le permitió reprimirlos sin misericordia. También Quim Torra propala ahora toda clase de absurdas teorías conspiratorias, hablando una y otra vez, sin aportar ningún tipo de pruebas, de supuestos “infiltrados”, de presuntos “provocadores”… Pero ¿no es ya el propio Quim Torra el verdadero infiltrado, el auténtico provocador, el máximo autor intelectual e inductor de este terrorismo urbano que asola a la ciudad de Barcelona y a casi toda Catalunya? ¿No es Quim Torra, al fin y a la postre, el nuevo Nerón? Solo le falta tocar la lira mientras observa cómo quema Barcelona, cómo quema Cataluña, como dicen que hacía Nerón. Cristianos o no, somos cada vez más los ciudadanos de Barcelona, los ciudadanos de Catalunya, que sentimos no solo vergüenza y miedo sino sobre todo pánico por tener como presidente de la Generalitat a un sujeto tan despreciable como Quim Torra.