Este 28 de junio se ha cumplido, un año más, la celebración del día del Orgullo Gay, que recuerdan los disturbios de Stonewall en Nueva York. Fue el inicio de un movimiento y una lucha por el reconocimiento de los derechos de las personas LGTBI y TRANS que habían sido maltratadas y perseguidas hasta entonces. Fueron los sesenta en los que un resurgir de las luchas en todo el mundo por las libertades significó el renacimiento y consolidación del movimiento gay. La chispa de este incendio se produjo en Stonewall, en los EEUU.
Stone Wall era un bar gay del centro de New York, en el barrio de Greenwich Village, controlado por la mafia y sobrevivía gracias a los sobornos que pagaban a la policía. Para disimular estos pagos, y también para dar rienda suelta a su homofobia, la policía realizaba redadas ocasionales. La madrugada del 27 al 28 de junio de 1969 ocho policías decidieron llevar a cabo una redada. Esta tropa era suficiente, según ellos, tratándose de un bar de "mariquitas" a los que estaban acostumbrados a golpear y humillar de todas las formas que se les ocurría, abusando de su autoridad, y de la criminalización legal que sufría el colectivo LGTBI y TRANS. Pero aquel día las cosas no les salieron como estaban habituados. Una multitud de gays y sus familiares y amigos empezó a congregarse alrededor del bar gritándole a la policía, hartos de insultos y arrestos arbitrarios, sólo por ser lo que eran, cercando totalmente a los uniformados, quienes se refugiaron en el bar. Atrapados pidieron ayuda a la comisaría que envió al escuadrón de fuerzas de choque de New York. La revuelta duró tres noches y la policía se vio obligada a retirarse de la zona.
Los incidentes se sucedieron durante todo el verano hasta la creación, en agosto, del Frente de Liberación Gay. Un acto "normal" de opresión había desencadenado una gran respuesta. El Frente estableció reuniones públicas, creó un periódico llamado Come Out! (¡Sal afuera!) y organizó una jornada de lucha para retomar las calles y expresar libremente el derecho a ser gay. A partir de esas manifestaciones se empezaron a tramitar leyes para la despenalización y recuperación de derechos civiles de las personas LGTBI y TRANS, que habían sido conculcados y pisoteados hasta entonces. Por esta razón, cada año, desde 1969, se celebra el día del orgullo gay en todo el mundo.
Hago ejercicio de memoria porque hay quien la tiene frágil o fantasiosa, como José Luis Martinez-Almeida, el alcalde de Madrid, una de las ciudades donde el colectivo no sólo es importante, sino donde sus negocios y fiestas son un motor de cambio y transformación de la ciudad y una fuente de riqueza, incuestionable. Marínez-Almeida, cuya gracia para bailar como demostró en su boda es directamente proporcional a su incapacidad de callarse, incurrió en una serie de mentiras manifiestas sobre la consecución de los derechos del colectivo LGTBITRANSQ+ que no sólo lo retratan como un analfabeto en nuestra reciente historia política y civil, sino que son un insulto manifiesto para todos. Para justificar, un año más, su falta de arrestos e inteligencia política con un evento como el Orgullo, que deja cuantificado en ganancias de la ciudad muchos millones de euros, con unos carteles que asocian a las personas LGTBITRANSQ+ con el alcoholismo, la promiscuidad, o el mundo femenino, en la acepción más machista, y todo para ahorrarse los colores de la bandera arcoíris, el señor alcalde hizo unas declaraciones que dejan el concepto de “fake news”, noticias falsas, en pañales. Con un par de tacones, el señor Almeida se despacha diciendo que “el Orgullo nace con José María Álvarez del Manzano, crece con Gallardón, y que el World Pride Gay lo trae Ana Botella a la ciudad de Madrid”.
Como ya he explicado, el orgullo nace en NY, con los desórdenes de Wall Stone, como respuesta a la persecución, criminalización y maltrato legal, humano, y civil, del colectivo. Se extiende por todo el mundo, y en España, tiene sus primeras manifestaciones en las postrimerías del Franquismo, en Barcelona, Sevilla y Madrid, no sin palizas, detenciones, y abusos, con la aplicación de la Ley de Vagos y Maleantes, primero, y más tarde, de Peligrosidad Social, que aplicaron, entre otros, figuras fundacionales del partido en el que él milita, como Manuel Fraga Iribarne.
Cada vez que se ha peleado por los derechos del colectivo, su partido ha tratado de impedirlo, como recurrió ante el Tribunal Constitucional la Ley del matrimonio igualitario, que llevó adelante José Luis Rodríguez Zapatero, con la única voz discordante en el PP de Celia Villalobos, que se negó a votar en contra, y se ausentó del Congreso, por lo que fue amonestada. No sé muy bien a qué se refiere Almeida con que el Orgullo lo trajo a Madrid Álvarez del Manzano. Lo único que yo sé a ese respecto es que era muy amigo de Jose Luis Moreno, sus moñecos y sus noches de fiesta, procesado por sinvergüenzadas varias, por lo que tuvo en la ciudad un anómalo trato de favor con concesiones como la del Teatro Calderón. Sobre que crece con Gallardón, si damos por bueno que le pilló en su época de ir de moderno-un cuarto de hora antes de reformar como ministro la ley del aborto y retrotraerla a supuestos medievales-, y no lo jodió mucho, aceptamos Gallardón como animal de compañía gay eventual.
Pero ya lo que es para nota es que la alcaldesa Ana Botella, miembro de uno de los grupos ultracatólicos más radicales, trajera el World Pride Gay. Este evento lo trajo la alcaldesa Manuela Carmena, con un amplio consenso de casi todos los grupos políticos del ayuntamiento de Madrid, salvo el PP, y lo sé bien porque yo colaboré con mi obra de teatro Los Amores Oscuros, que se estrenó en Madrid el 28 de junio, en el Teatro Español, como uno de los actos culturales de tal evento internacional, recordando las víctimas históricas de la homofobia, como el poeta universal Federico García Lorca. Lo que sí hizo Botella, una vez más, fue insultarnos, con la comparación de las relaciones homosexuales con una macedonia de peras y manzanas. Lo que sí ha hecho Almeida es rescatar para su Ayuntamiento, que es el de todos los madrileños, a una señora que ha estado a punto de conseguir la destrucción de la casa del Premio Nobel Vicente Aleixandre, me refiero a su concejal de cultura Marta Rivera de la Cruz, que en un hilo de Tweeter llegó a decir la monstruosidad de que “las (enfermedades) que uno adquiere por voluntad propia, me merecen menos compasión que las que tocan en suerte”, refiriéndose al SIDA y a los que la padecen, en gente que “adquiere esa enfermedad por voluntad propia”. Esto, y el resto de su gestión, primero en la Comunidad de Madrid y ahora en el Ayuntamiento, debería ser invalidante por una cuestión de decencia. Alguien debería explicarles a Almeida y a Botella, que ni la homosexualidad es un capricho, ni una macedonia de frutas, ni una enfermedad, pero la homofobia sí; está claro que, tratar de sembrar sensatez en las cabezas de algunos es como tratar de sembrar nada en cabezas que sólo contienen estiércol, por no decir otra cosa…
No hay trabajo más importante, nos lleva una vida y algunos no lo logran, que alcanzar a conocer lo que somos y asumirlo, proyectando en los demás y en el mundo lo mejor de nosotros. Esto, que debe llenarnos de orgullo, tiene mucho más sentido cuando, hasta hace muy poco, la construcción y legitimación de determinadas identidades, como son las LGTBIQ+ han estado proscritas, y aún siguen estándolo, en la mayoría del mundo. Incluso en el llamado primer mundo, los últimos años, con el auge de los populismos, se ha observado, estadísticamente comprobable, un aumento de las agresiones y violencia homófobas o tránsfobas. Me gustaría que en esta fiesta los más jóvenes fueran conscientes de que los derechos no existen desde siempre, y que se pueden perder si no se defienden. Me gustaría también que la diversidad no fuese liquidada por la homogeneización de los estereotipos pero, sobre todo, me gustaría que, quienes no tienen ni idea del sufrimiento que ha habido y hay detrás de estas conquistas civiles, y sigue habiendo, si no van a aportar nada, o van a mentir, nos regalaran su silencio.
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