Cuando se mira el mundo con un mínimo de profundidad y de libertad de pensamiento se llega a advertir que es necesario desaprender y reaprender muchas cosas aprendidas, porque nos enseñan muy mal la realidad. Y se llega a entender que el mundo está lleno de discriminaciones, de exclusiones, de odios, de opresiones y de falta de libertad. Y comprendemos que de algún modo la historia de la humanidad se ha tejido en la lucha de una parte oprimida de la humanidad por emanciparse de la opresión de otra parte, la parte opresora. Y que quedan muchas emancipaciones pendientes de hacerse realidad.

Me refiero a colectivos vulnerables, como los refugiados, o los de otras razas, o de otras culturas, como los pueblos originarios americanos, como los pueblos indígenas, como las etnias odiadas y perseguidas, la gitana, por ejemplo, que es paradigmática porque hasta se pretendió exterminar. Y me refiero, además, a tantos y tantos perseguidos o excluidos por su orientación sexual, o por su origen, o por su apariencia, o por su clase social, o por padecer alguna minusvalía o alguna enfermedad.

Es evidente que a una buena parte de la especie humana le caracteriza algo muy propio de intolerantes, de desalmados, de ignorantes y zotes: el odio al diferente, es decir, el rechazo a la diversidad, y, por tanto, el repudio de la fraternidad, que es lo contrario de la ignorancia y del odio. Aunque, por mi parte al menos, parafraseando al gran Beethoven, no conozco otro signo de superioridad que no sea la bondad del corazón.

Una de esas partes de la humanidad oprimida es, nada más y nada menos que la mitad de la humanidad; las mujeres. En el siglo XXI las mujeres tenemos que seguir reivindicando nuestra identidad y nuestra dignidad porque aún estamos viviendo en un mundo realmente misógino y desigual, por más que digan misa los de Vox y compañía. Y nos toca seguir persiguiendo nuestra emancipación, nuestra liberación de los viejos clichés ideados para tenernos sometidas según los repugnantes paradigmas de los misóginos y odiadores de mujeres.

Se mutilan genitalmente al año a tres millones de niñas en el mundo, con el objetivo de destruir en las mujeres la posibilidad del placer; según informes de la ONU  hay 200 millones de mujeres y niñas de 30 países del mundo que han sufrido la ablación antes de los cinco años. Y, según la misma organización, aproximadamente 90.000 mujeres mueren al año por violencia de género en el mundo. Y hay en el mundo alrededor de 650 millones de mujeres y niñas que fueron obligadas a casarse en la infancia o antes de la mayoría de edad. Es un dato escalofriante porque es, en realidad, una trata terrible de mujeres que acaban sufriendo aislamiento social, embarazos precoces, ausencia de escolarización y casi siempre maltrato doméstico y vidas insufribles.

Siempre digo, y es algo muy obvio, que ningún problema se resuelve si no se va a su raíz. Y también es algo muy obvio que son las religiones monoteístas, especialmente el cristianismo, el islam y el judaísmo,  las que han implantado con sus idearios misóginos, desde sus propios inicios, el odio hacia la mujer. En nuestro caso, el cristianismo lleva veinte siglos imponiendo, alentando y alimentando ese odio, que es evidente si se quiere ver. La Biblia es el libro más lleno de misoginia en el mundo, con diferencia. Un simple ejemplo expone, en la epístola I a Timoteo 2:11: “Multiplicaré tu dolor en el parto, con dolor darás a luz los hijos; y, con todo, tu deseo será para tu marido, y él tendrá dominio sobre ti”.

Por eso, poco podemos esperar a la hora de superar el machismo, el odio a lo femenino y el maltrato de género si en las escuelas se sigue adoctrinando a los niños con ideas  como que Eva, la primera mujer, fue la culpable del pecado original y de todas las desgracias de la humanidad per secula seculorum. Y por eso, entre otras muchas cosas, es tan importante la laicidad y la racionalidad en la Educación. Ésa es la gran clave, que la religión, como dogma, creencia, mito y superstición, salga de la escuela a favor de una educación científica y racional.

El próximo lunes celebremos el Día Internacional de la Mujer, no en la calle, sino en nuestra conciencia. Lo importante es que entendamos que el machismo es una ideología que nos hace víctimas a todos, a mujeres y a hombres; que el compromiso no es exactamente contra el patriarcado, sino contra las organizaciones que le alientan y le propagan; que la sororidad, la fraternidad entre mujeres, es una palabra maravillosa y un concepto lleno de poder contra la misoginia que nos sigue rodeando. Que las macabras ideas machistas matan más que el terrorismo. Que los verdaderos hombres son feministas, y no los que maltratan a las mujeres. Que sólo desde 2003 han muerto más de 1000 mujeres por violencia de género sólo en España, aunque los de Vox afirman que esa violencia no existe, y que las feministas son radicales de izquierdas. Y es que para los totalitarios defender a los seres humanos es una idea muy “radical”.  El feminismo es la idea radical de que las mujeres somos seres humanos, suele decir la brillante filósofa y activista norteamericana  Angela Davis.