Gervasio Sánchez lleva más de tres décadas viajando a escenarios de guerra y posconflicto para entrar en contacto con sus víctimas y retratar los dramas con los que conviven, en reportajes fotográficos que le han granjeado el Premio Ortega y Gasset o el Nacional de Fotografía. Durante la pandemia no ha necesitado pasaporte al horror, lo ha encontrado en casa: con las fronteras cerradas, por primera vez en su carrera se ha quedado reporteando en España, siguiendo la estela de los estragos de la COVID-19. Denuncia las dificultades que le han puesto las autoridades para desempeñar su trabajo.

Como a otros fotoperiodistas que trabajan sobre todo internacionalmente, la pandemia le ha trastocado la agenda, y se ha puesto a reportear en España por primera vez, ¿no? Sí, es lo que ha ocurrido. Yo tenía previsto un plan de viajes desde marzo: el día 18 de ese mes me iba a Colombia para pasar tres semanas, a finales de abril estaría en Irak, a finales de mayo y principios de junio en Camboya, y en julio iría a Bosnia. Todo esto ha quedado arrasado, claro. Y podía haberme quedado en mi casa tranquilamente, confinado, pero llamé a Heraldo de Aragón y 20minutos, que son del mismo grupo, y me puse a cubrir la pandemia para ellos desde el 16 de marzo hasta prácticamente ahora. Tengo la suerte de tener un pequeño estudio y me he separado de mi familia, he estado tres meses sin dormir con mi pareja ni besar a mi hijo.

¿Qué ha estado haciendo? Un serial, La vida en tiempos de pandemia, que supera los cuarenta reportajes, y para el que cada día buscaba una historia: por ejemplo, la de los tranvías vacíos de Zaragoza, los recorrí varias veces comprobando cómo entraban solo unos dos centenares de pasajeros en toda una mañana, cuando, en condiciones normales, serían muchísimos más; también hice una historia con gente que se dedicaba a llevar comida a domicilio a ancianos que no podían ir a centros de día; otra sobre cómo se organizó el mercado de Zaragoza para superar el impacto económico de la pandemia; luego fui al campo para ver cómo afectaba la situación al trabajo agrícola, y me di cuenta del desastre económico que ha supuesto en Aragón la caída de la producción de cordero, sin Semana Santa, bodas ni comuniones. Estuve en tanatorios, entierros e incineraciones de personas que fallecieron por COVID 19, y cuyos familiares no pudieron ir a despedirlas. En residencias de personas con discapacidad, con prostitutas, con Proyecto Hombre y algunas de las personas que atienden con problemas de drogas. Y en hospitales y residencias.

Y, pese a lo audiovisual que es hoy el espectador, al ir a tanatorios, hospitales o residencias públicos, se ha encontrado con muchas limitaciones de acceso para hacer fotos, ¿no? Es importante partir de lo siguiente: ¿queremos ser serios y autocríticos? Porque hay periodistas que han reivindicado que lo sensato era quedarse en su casa durante la pandemia, lo que me parece increíble en una sociedad democrática: si hay una guerra, un maremoto o un huracán, se cubre desde el lugar de los hechos, no desde el sofá de casa; no puedes dedicarte a reportear llamando por teléfono, y luego, pasándote la tarde buscando el adjetivo más bonito para la crónica. Los periodistas tenían que salir a la calle; evidentemente, de manera ordenada, con medidas de seguridad y protección. Pero no puedo entender que algunos reporteros hayan escrito desde sus casas. Teníamos la posibilidad de salir a trabajar porque teníamos un estatus especial, yo le he enseñado a la guardia civil el permiso siempre que me lo ha pedido, y nunca he tenido ningún problema. Ahora bien, lo que no se ha autorizado ha sido el acceso regular de los reporteros a los lugares más sensibles de esta pandemia: las residencias, los hospitales y los tanatorios. En algunos sitios me han dejado entrar responsables intermedios porque me conocían, pero las Consejerías de Salud, ya fueran del PP en Madrid, del PSOE en Aragón, del PNV en Euskadi o de Convergencia en Cataluña, en general no han permitido el acceso a estos espacios, y lo sé porque el director de mi periódico solicitó permiso para que yo pudiese acceder a hospitales y no se lo concedieron. Así, a la vista de esto y de otras desorganizaciones, creo que a los fallecidos por esta pandemia de letalidad impresionante no los han abandonado ni sus familiares ni el personal sanitario, sino las administraciones locales, autonómicas y centrales. Y esto es muy duro en especial en el caso de las residencias de ancianos, que, en Aragón, han sido escenario del 75 por ciento de los fallecimientos.

No estoy reclamando imágenes desagradables de cadáveres ni planos cerrados con el rostro de nadie: estamos hablando de documentar la letalidad de la pandemia

Se está analizando mucho si las directrices políticas llevaron al límite a las residencias. ¿Con este tipo de imágenes podríamos haber tenido más transparencia sobre lo que ocurría, y evitado esta guerra por el relato? Te pongo un ejemplo: el día 28 de marzo advertí a los máximos responsables de dos medios de comunicación muy importantes de este país de que, el de las residencias, era un problema grave, y que se estaba impidiendo el trabajo de los periodistas. Pero, en aquel momento, se miraba para otro lado. Yo he estado en centros de atención primaria de una zona de Aragón donde había 3.000 personas en residencias con solo dos equipos EPI de 2014, caducados, que vinieron con el ébola. En otra ocasión, desde la Dirección de Comunicación de un grupo de residencias llamaron al director de El Heraldo de Aragón para preguntar por qué Gervasio Sánchez había entrado a su residencia sin identificarse como periodista; le pedí al director que les dijera que me llamaran a mí, para explicarles que entré con un equipo médico, con autorización, y nunca he dado ningún nombre en ninguna residencia pese a saber los fallecidos, ni mostrado ningún rostro de ningún anciano. Y tuve que quitar de un reportaje el nombre de un partido político porque me lo pidió la persona que me dio una información a raíz de que sus superiores la amenazaran por un comentario que me había hecho, y yo había publicado.

Así, de esta pandemia tendríamos sobre todo imágenes de ruedas de prensa, espacios vacíos, gráficos… Pero no tanto imágenes de enfermos, mientras que en las coberturas de hambrunas o epidemias que han afectado a otros países sí nos llegan muchas. No solo de otras epidemias, sino también de esta. Por ejemplo, Televisión Española ha emitido y está emitiendo muchísimas imágenes de las tragedias que se viven en Perú, Brasil o Estados Unidos por el coronavirus. Las autoridades han bloqueado el trabajo de los fotoperiodistas en el coronavirus, y eso dificulta que ahora la población esté sensibilizada. Hoy, en España, la población no tiene las imágenes de los afectados por este virus, y eso supone que no sea suficientemente consciente de la importancia de mantener las medidas de protección; así se ha demostrado en Basurto, por ejemplo, done un caso ha contagiado a cuarenta personas de golpe. Y encima, se ponen en cuestión las fotos de ciertos compañeros llegando a acusarlos de manipulación, cuando la realidad es que sus fotos han facilitado que las autoridades tomen medidas en casos de exceso de aforo. Y no estoy reclamando imágenes desagradables de cadáveres ni planos cerrados con el rostro de nadie: estamos hablando de documentar la letalidad de la pandemia.

Los políticos se aprovechan de que la prensa no hace bien su trabajo para maquillar su propia gestión e infantilizar a la población

¿Y por qué en España ocurre esto que está denunciando? El primer fallo es que los medios, en general, llevan años sin hacer bien su trabajo. Se funciona mucho por notas de agencias y por jefazos pidiendo un enfoque muy determinado para los reportajes, y eso deriva en mucho publirreportaje. Los periodistas se han vuelto muy conformistas, se dedican a levantar los teléfonos y no se desplazan. Y los políticos se aprovechan de que la prensa no hace bien su trabajo para maquillar su propia gestión e infantilizar a la población. Lo hacen todos, sean del partido que sean, porque, por ejemplo, en este bloqueo del coronavirus han participado tanto el gobierno central como los autonómicos. Y tercero, la población ha engullido la propaganda y la forma de mediática de transmitir la pandemia; parecía que lo más importante fuera salir a aplaudir a las 20h.

Y con fake news circulando como nunca durante esta crisis sanitaria… El problema es que los señores que han hecho este trabajo tan fino son los mismos que han restringido las preguntas en las ruedas de prensa. Pero no se han salido del todo con la suya, porque algunos periodistas hemos cubierto la crisis y tenemos una memoria del COVID-19 que no es la que querían las autoridades.

¿Qué va a hacer con ese material? Hay un grupo de Zaragoza que se llama B-Vocal que versiona canciones, y me pidieron imágenes para acompañar la que han hecho a capela del Hallelujah de Leonard Cohen. Han utilizado una secuencia de mis fotos, 21 fotos que son una parte de mi trabajo. El vídeo es parte de la campaña No estarás solo, que impulsa la propia agrupación y cuyas donaciones se destinan a la investigación de la COVID-19 que hacen tres grandes hospitales españoles: Hospital la Paz de Madrid, el Hospital Clínic de Barcelona y el Hospital Clínico Universitario de Zaragoza; estas donaciones se recaudan en la página migranodearena.org. Por otro lado, voy a llamar a las residencias donde hice fotos a personas ya fallecidas por coronavirus para que le pregunten a sus familias si quieren que les mande las imágenes de sus seres queridos en sus últimas horas, porque lo haré encantado. Son fotos que no he publicado porque me parecía muy duro que las vieran en la prensa.