Contaba Stephen Hawking que una señora le interrumpió durante una de sus conferencias. “Usted se equivoca”, le espetó la mujer al científico”, “el universo es en realidad el caparazón de una tortuga que está subida sobre otra tortuga mayor, que está sobre otra tortuga mayor y así siete veces”. La respuesta de Hawking fue pragmática: “No puedo rebatirla. Quizá tenga usted razón”.

A vueltas con el asteriode

Son tantas las cosas que desconocemos del universo que casi cualquier teoría puede valer para explicar muchos factores. Por ejemplo, las derivas de Oumuamua, el asteroide interestelar descubierto hace unos meses.

La teoría extraterrestre vuelve al primer plano. Más por lo que los científicos han dejado de contar que por lo que han contado. Esta semana, el Centro de Astrofísica de Harvard aseguró que el enorme cigarro rocoso pudo surgir de “un proceso natural todavía desconocido”.

Entonces, un avezado periodista en busca del titular, los peores, preguntó si eso descartaba su origen artificial: los científicos, tan pegados a la realidad, respondieron que no podía descartarlo. Y claro, se montó el lío.
 

Del "podría ser" al "es"


Del “no podemos descartarlo” se pasó al “podría ser” y en las mentes de muchos, al “es”. Ya hay quien asegura que se trata de una sonda completamente operativa enviada de modo intencionado por otra civilización camino de la Tierra”. O un resto de algún avanzado dispositivo tecnológico.

Para apuntalar la teoría, aseguran que el cuerpo cambia de velocidad de modo inexplicable y tampoco su trayectoria puede determinarse dentro de las variables físicas conocidas.

Los científicos aseguran que sí existen esas explicaciones, o al menos, aproximaciones. Que las variaciones de velocidad pueden deberse a los vientos solares con los que Oumuamua ha entrado en contacto. Además, la forma no encaja precisamente con ninguna pieza de nave o sonda. En función de nuestra tecnología, claro.