Hace 190 millones de años que habita el planeta y fue clave en la extinción de los dinosaurios, la caída del Imperio Romano, la conquista de América, la independencia de Estados Unidos, la Revolución Francesa, la Segunda Guerra Mundial...  

¿Un genocida? Puede que un poco: hablamos del mosquito, que cada año acaba con la vida de unas 830.000 personas. Bien es cierto que es el único ser más mortífero que los humanos, que acaban con 580.000 personas anualmente.

Los mosquitos han matado a más gente que todas las demás causas de muerte en la historia de la humanidad. Según la estadística, los mosquitos han provocado la muerte de cerca de la mitad de todos los seres humanos que han vivido. Han eliminado a unos 52.000 millones de personas de un total de 108.000 millones a lo largo de nuestra relativamente breve existencia durante 200.000 años.

El ensayista canadiense Timothy C. Winegard, exmilitar y doctor en Historia por Oxford, certifica estos datos en su libro El mosquito (Ediciones B), además de explicar que existe una patrulla de unos 110 billones de mosquitos en todo el mundo organizados en unas 3.500 especies diferentes, y revoloteando cada centímetro del globo excepto la Antártida, Islandia, las Seychelles y un puñado de islas de la Polinesia Francesa.

La Fundación Bill & Melinda Gates, que desde que se creó en el año 2000 ha donado más de 4.000 millones de dólares para la investigación sobre los mosquitos, publica todos los años un informe que identifica a los animales más letales para los humanos. Nunca hay una competición muy reñida. Y el campeón es siempre el mosquito.

Desde el año 2000, los mosquitos han causado un promedio anual de muertes a los humanos que ronda los dos millones. Nosotros nos situamos en un segundo puesto como depredadores tras 475.000 muertes, seguidos por las serpientes (50.000 muertes), los perros y los tábanos (25.000 muertes cada uno), la mosca tse-tsé y la chinche asesina (10.000 muertes cada una). Los cocodrilos se hallan en el décimo lugar, con 1.000 muertes anuales. Detrás aparecen los hipopótamos, con 500 muertes, y los elefantes y los leones, con 100 muertes cada uno. Tiburones y lobos, con la mala fama que tienen, comparten el puesto decimoquinto y matan de promedio a diez personas al año.

“Las hembras guerreras de esta zumbadora población insectil están provistas de al menos quince armas biológicas letales y debilitadoras que usan contra 7.700 millones de humanos”, explica Winegard. Nuestros mecanismos defensivos resultan “dudosos y a menudo perjudiciales para ellos mismos. Efectivamente, nuestro presupuesto de defensa para escudos personales, aerosoles y otros sistemas disuasorios contra los ataques implacables de los mosquitos aumenta rápidamente, y tiene un coste anual de 11.000 millones de dólares. Y, a pesar de ello, sus letales campañas ofensivas y sus crímenes contra la humanidad continúan con un desenfreno temerario”.

Eso sí, a diferencia de lo que ocurre con el hombre, normalmente no está entre las intenciones de los mosquitos causar daño. Es más, las muertes que se le atribuyen no suelen ser directas. Son las enfermedades que transmiten las que causan esta espiral de destrucción y muerte, pesando algo así como una pepita de uva. “Los mosquitos no existen en un vacío, y su ascendencia global se debe a acontecimientos históricos correlativos, provocados por causas tanto naturales como sociales”, expresa Winegard. “El trayecto, relativamente corto, de la humanidad desde que dimos los primeros pasos en África y fuera de ella hasta nuestras sendas históricas globales es el resultado de un matrimonio coevolutivo entre la sociedad y la naturaleza. En tanto que humanos, hemos desempeñado un papel importante en la expansión de las enfermedades transmitidas por los mosquitos mediante las migraciones de la población (involuntarias o no) y la densidad y la presión demográficas”.

Lleva causando muertes desde la era de los Dinosaurios: se han encontrado mosquitos encerrados en ámbar que contienen sangre de dinosaurio infectada con enfermedades que transmiten los primeros, de lo que se deduce que colaboró en aquella gran extinción. Históricamente, la domesticación de plantas y animales, los avances en la agricultura, la deforestación y el cambio climático (tanto natural como alentado artificialmente), así como la guerra, el comercio y los viajes globales, han tenido que ver en la creación de las condiciones ideales para que proliferasen las enfermedades transmitidas por los mosquitos.