La jugada va de paradojas. Es el colmo de ombliguismo que, también paradójicamente, reina en la red social. Porque cuando el escritor español Lorenzo Silva, ganador de los Premios Planeta y Nadal, ha anunciado en Twitter que dejaba su cuenta en este espacio, donde tenía más de 100.000 seguidores, ha recibido un aluvión de tuits en la propia red social, como los de los también escritores Juan Cruz y Víctor del Árbol.La abadona y cesa en su gestión. Pero la cuenta no desaparece. Deja, así, de ser el perfil personal del escritor para convertirse en una cuenta dedicada a difundir su actividad y su obra, lo que acaso el autor de La flaqueza del bolchevique halle más próximo a su concepción de la utilidad de Twitter.

Una noche de super luna

"Superluna en Venecia. Buena imagen para desconectar para siempre de Twitter. Gracias a todos, pero esto dejó de compensar". Acompañado de una imagen de la superluna en Venecia, era el mensaje que publicaba Silva el pasado 2 de enero, y ya es su último tuit en su perfil.
En un artículo publicado en la revista Papel, Silva desgranaba los motivos de su decisión, argumentando que cuando abrió su cuenta de Twitter en 2010, el análisis "coste-beneficio" de la red social le resultaba positivo, porque ésta le permitía expresarse con agilidad en asuntos de su interés, y le permitía recibir el cariño de la gente de manera muy directa. A menudo, hizo de su cuenta una trinchera desde la que clamar contra la piratería.

Harto de trolls y debates estériles

Ahora opta por abandonarla, en una decisión que ha meditado "durante meses", porque el "coste-beneficio" de permanecer en la red del pajarito se ha ido deteriorando y ha dejado "de ser positivo". Entre los puntos a favor de dejar de piar por aquí, Silva menciona perder de vista a sus trolls, o dejar de distraerse de asuntos de su interés.¿Se convertirá en un influencer anti redes? ¿Se nos vienen bajas y críticas a las dinámicas tuiteras? Sería coherente con lo intensos y pasionales que somos en España en nuestras tendencias y modas colectivas. Pero, ¿puede culaquiera permitirse una decisión como esta?