Este 2020 celebramos el centenario de Ray Bradbury. Del autor que, durante siete décadas de carrera, fue trasplantando al mainstream la ciencia ficción, la fantasía y el terror que empezó a sembrar, siendo muy joven, en las revistas pulp. Sus marcianos, robots, dinosaurios, fantasmas, máquinas del tiempo y doppelgängers se han convertido en un icono cultural para varias generaciones de lectores, y en inspiración para escritores y cineastas como Stephen King, Steven Spielberg o James Cameron, de la misma manera que Bradbury viajó al espacio y tembló entre pájaros con Julio Verne, Poe o Sherwood Anderson.

Fue en una colección de relatos de este último, Winesburg, Ohio, en la que Bradbury basó Crónicas marcianas, uno de sus títulos más conocidos y que este mes de mayo cumple setenta años. Era el ecuador del siglo XX, un momento dominado por la Guerra Fría, la carrera armamentística y la espacial, y el autor publicaba esta superposición de historias hipotéticamente fechadas entre 1999 y 2026, en la que la Tierra ha quedado devastada por una guerra nuclear y los humanos se lanzan a colonizar Marte.

Y como otras obras de Bradbury, llegaba en un momento en el que la ciencia ficción y la distopía no tenían buena prensa. A Isaac Asimov o Arthur C. Clarke se les reconocía la imaginación, pero no el talento literario. En ese hueco encajó este autor, que rompió estereotipos haciendo pie en el género fantástico pero también en la narración poética para reflejar la realidad, porque, a diferencia de lo que intentaban muchos de sus colegas, a Bradbury no le interesaba tanto adivinar el futuro como crear escenarios que sirviesen para analizar su presente y su pasado.

Crónicas marcianas son relatos de otro planeta que pueden leerse como una melancólica alegoría de la vida estadounidense de la posguerra. Integran la tecnología en lo doméstico para hablar, como diría Borges, de “horror y soledad”. Hay cohetes, pistolas de rayos, telepatía y conquista interplanetaria, pero también ventanas que ciega la helada, niños esquiando, amas de casa y barrios vacíos, en cuyas descripciones se aprecia la tremenda influencia que tuvo Hemingway en Bradbury, de la misma manera que en sus duermevelas y ensoñaciones transpira Shakespeare, sugiriendo que llevamos nuestras cargas con nosotros incluso al espacio exterior.

La intención de Bradbury no era tanto describir los mecanismos de un vuelo espacial o el terreno geográfico del Planeta Rojo como armar metáforas donde la desolación de Marte equivale a la desolación que estarían causando los humanos a la Tierra. Alertaba frente a nuestro impulso autodestructivo, nuestro racismo, nuestro afán por la guerra. Llamaba la atención sobre lo grande que nos queda la Naturaleza. Y si Crónicas marcianas se puede leer como una visión del futuro, ésta se encuentra claramente enraizada en nuestra historia, porque recuerda las conquistas americanas que se produjeron desde Europa.

"No arruinaremos Marte", afirma un personaje del libro, "es un planeta demasiado grande y demasiado bueno". “¿Crees que no?”, le contesta otro: “Los humanos tenemos un talento especial para echar a perder cosas grandes y hermosas ".