Las imágenes son impactantes. El animal trata de moverse pero no puede hacerlo. Prácticamente se percibe la frustración, el dolor y el agobio en sus ojos. Acostumbrado a surcar el agua impulsado por sus poderosas aletas, al ser desprovisto de ellas, literalmente el animal se desespera hasta morir de hambre o de agotamiento. Es otra crueldad más. 

Una crueldad que no parece tener límites, cuando hablamos de lo que los humanos somos capaces de hacerles a los animales. En ese caso, las imágenes nos muestran una víctima del conocido como finning. De la palabra inglesa fin (aleta) surge este verbo que no llega a describir lo macabro de la práctica. Consiste en cortar las aletas del tiburón, todas, y devolver lo que queda del animal, generalmente vivo al mar. Sin aletas, el escualo no puede moverse. Cae al fondo donde perecerá después de sufrir durante horas o días

La base es que lo más rentable económicamente del tiburón sus aletas, empleadas para preparar platos y medicinas tradicionales en muchos países asiáticos. Y es curioso, porque toda la pieza podría servir para alimentar a parte de la población de los países en los que se pesca. Pero, por rentabilidad económica, solo se aprovecha cerca del 2% del animal

Y no es poca rentabilidad. Un plato de sopa de aleta de tiburón alcanza precios exorbitantes en los restaurantes en los que se sirve, al igual que los preparados a base de este ingrediente. Hong Kong, Indonesia, Singapur, China y los países oceánicos son los mayores involucrados en este tipo de capturas, en el Fanning y en la comercialización de aletas de tiburón.