Son muchas las personas a las que les duelen las articulaciones cuando hay humedad. Existe toda una disciplina dedicada a estudiar la incidencia del clima en la salud de las personas y los animales: la biometeorología.

Analiza, por ejemplo, cómo nos afectan los cambios en la temperatura o la presión barométrica (una medida que se refiere al peso del aire circulante) si tenemos artritis. Y si bien no existe consenso respecto a sus causas, aparentemente, éstos disparan el dolor en las articulaciones: en 2007, científicos de la Universidad Tufts de Boston señalaron que a cada desplome de 10 grados de temperatura le seguía un aumento paulatino en el dolor de la artritis. El frío aumenta la viscosidad del líquido sinovial, que es el encargado de lubricar y nutrir al cartílago. Así, el frío puede provocar una mayor rigidez, fricción y, por tanto, dolor a bajas temperaturas. Y en el extremo contrario, las altas temperaturas y la humedad pueden aumentar la producción del líquido sinovial, favoreciendo la aparición de brotes inflamatorios en pacientes reumáticos.

También la presión barométrica nos afecta, y se ha demostrado en cadáveres, en el interior de la cavidad articular: en un ensayo de la mencionada universidad, cuando se igualaba la presión en la cadera, la articulación se dislocaba alrededor de un tercio de pulgada respecto a su posición habitual. Además, estudios científicos consideran que pueden existir receptores de presión en la articulación que pueden activarse tanto por una borrasca (presión atmosférica baja) como por un anticiclón (presión alta). Y esto puede provocar que se liberen sustancias proinflamatorias debido a la interconexión celular y molecular existente. El descenso de la presión, más frecuente durante el invierno, puede aumentar el dolor.

De la misma manera, se ha detectado que existe una asociación entre niveles altos de dióxido de azufre y dióxido de nitrógeno (SO2 y NO2) e ingresos hospitalarios por fractura de cadera, sobre todo en mujeres mayores de 75 años. También se ha detectado que en otoño e invierno se producen un 15% más de fracturas de cadera que en primavera-verano.

Por otro lado, la biometeorología ha estudiado también si el clima puede ser responsable de migrañas y jaquecas. En 2004, Patricia Prince, del Hospital Infantil de Boston, pidió a 77 individuos con migraña que documentaran durante dos años cómo se producían sus dolores de cabeza. Comparó los resultados con los del Servicio Meteorológico Nacional, y detectó que cerca de la mitad de los participantes del estudio sufrieron migrañas coincidiendo con cambios climatológicos, pero no todos eran vulnerables: hay personas más meteosensibles que otras.

También suele atribuirse a la lluvia y las tormentas el poder de purificar el ambiente, capaces de arrasar con el polen, el humo, el moho y los contaminantes, favoreciendo así la respiración de las personas con asma y otras enfermedades respiratorias. Pero según científicos de la Universidad de Georgia en Athens y Emory en Atlanta, y tras analizar los registros de 41 hospitales, las visitas urgencias por asma se incrementan al día siguiente de una tormenta. Podría deberse a que la lluvia hace explotar los granos de polen.