No son pocos los científicos y el personal sanitario que recuerdan que los virus suelen diluirse con el buen tiempo; no en vano, en España y en los países del Hemisferio Norte las epidemias suelen iniciarse en invierno, en los últimos meses del año, para alcanzar su pico entre enero y febrero. Esto es así, por ejemplo, en virus respiratorios como la gripe común, si bien ni la declarada en 2009 ni la responsable del síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS) responden a esta estacionalidad. Tampoco se sabe si el coronavirus que provoca la COVID-19 reduce su incidencia conforme avanza la primavera, no hay evidencia científica al respecto por el momento. Aún se desconoce si esta nueva enfermedad responde a un patrón estacional, dado lo novedoso del patógeno.

Aunque un estudio realizado en las universidades chinas de Beihang y Tsinghua que se publicó el pasado 10 de marzo sí relaciona el incremento de temperatura y la humedad con una reducción de la transmisión del COVID-19. Los investigadores responsables del análisis han confirmado que a lo largo del mes de febrero el coronavirus se extendió menos en territorios cálidos y húmedos, como Tailandia o Malasia, que en zonas más frías y secas, como Corea del Sur o Irán, y afirman que, por cada aumento de un grado centígrado en la temperatura ambiental, la capacidad de contagio del nuevo virus se redujo un 3,8%. Además, hallaron que por cada 1% de aumento de la humedad, los contagios disminuyeron un 2,2%. 

Y si bien se trata de un dato estadístico y no de causalidad, los autores afirman que “la llegada del verano y la estación húmeda en el Hemisferio Norte puede reducir de manera efectiva la transmisión del COVID-19”. Esto no quiere decir, subrayan, que el verano vaya a anular por completo la transmisión del coronavirus. A la inversa ocurriría en el Hemisferio Sur.

En la misma línea, el presidente de la Asociación Española de Geografía (AGE) y responsable del Laboratorio de Climatología de la Universidad de Alicante, el catedrático Jorge Olcina, ha afirmado a la Agencia Efe que, mientras no haya una vacuna efectiva, la prohibición de movimientos y contacto entre personas es la vía más efectiva para reducir los procesos del contagio. Y a su juicio, a pesar de que los virólogos vinculan la temperatura ambiental con la vida activa del coronavirus, no hay que tener la esperanza de que la subida de temperaturas se produzca “en primavera”, porque esta subida será progresiva y los valores de temperatura máxima diaria de los meses de abril y mayo no alcanzan umbrales que puedan favorecer la extinción del virus. Así, Olcina ha manifestado que “no será hasta finales de junio, julio y agosto, es decir ya en verano, cuando se alcancen valores que puedan dañar al virus, especialmente en el sur y centro peninsular” en España.

Por otro lado, Saveez Saffarian, físico de la Universidad de Utah, ha emitido un comunicando vaticinando que, dado que el coronavirus se propaga de manera similar al virus de la influenza, vehiculado en pequeñas gotículas, el virus perdería efectividad con la llegada del calor porque las gotas pierden integridad estructural. También están estudiando cómo afectará el calor y la humedad a la cubierta externa protectora del virus.