Durante décadas, imaginar una inteligencia artificial (IA) capaz de ayudarnos en casa parecía un recurso habitual de las películas futuristas. Sin embargo, el salto tecnológico de los últimos años ha sido tan rápido que hoy miles de hogares españoles conviven con dispositivos que aprenden rutinas, automatizan tareas e incluso recomiendan cómo organizar mejor el día.

No es que la tecnología entre en casa; es que se integra en la vida

La IA personal está dejando de ser un experimento para convertirse en un servicio cotidiano. No es que la tecnología entre en casa; es que se integra en la vida. Y esa sensación de naturalidad es, a la vez, la clave de su éxito y el origen de muchas inquietudes.

De altavoces inteligentes a asistentes que anticipan

Paso a paso

Los primeros asistentes domésticos eran básicamente altavoces conectados. Hoy, la IA personal es capaz de detectar patrones de consumo, ajustar iluminación y climatización, recordar citas, proponer menús saludables basados en hábitos alimentarios o alertar de un gasto energético inusual.

En ciudades como Madrid, Valencia o Zaragoza, las instalaciones de domótica inteligente han crecido más del 30% en dos años. Lo que antes se veía como un lujo, ahora se convierte en un complemento práctico para familias, profesionales que trabajan en remoto y personas mayores que buscan más autonomía.

En mi propia casa, la IA parece haberse colado casi sin que me haya dado cuenta. Y eso que soy bastante reacio a los dispositivos que escuchan todo el tiempo. Pero está claro que, en muchos aspectos, la IA se está convirtiendo en una herramienta diaria de microeficiencia.

Privacidad: la eterna pregunta

Pero, claro, por cada avance técnico, surge una preocupación legítima: ¿qué ocurre con todos esos datos que la IA recoge para poder funcionar? La privacidad sigue siendo el punto más sensible. Aunque los fabricantes aseguran que la información se procesa localmente o bajo estrictos sistemas de cifrado, muchos usuarios sienten que “hay alguien más” en casa.

La clave, según los especialistas, está en el control granular. Permisos claros, posibilidad de desconectar el sistema en momentos puntuales, indicadores visibles de recopilación de datos y políticas transparentes. Sin eso, el avance de la IA personal podría frenarse por desconfianza.

Una herramienta para mejorar la eficiencia energética

Por supuesto, uno de los usos clave de la IA es ahorrar. Con el coste de la energía fluctuando y la sostenibilidad en el centro del debate público, los asistentes digitales se están convirtiendo en aliados inesperados. Ajustan el consumo en tiempo real, recomiendan horarios óptimos para usar electrodomésticos y detectan fugas de calor o aparatos que consumen más de lo normal.

Esta función, que antes requería conocimientos técnicos, ahora se integra en el día a día con una simple notificación. Para muchos hogares, supone un ahorro anual relevante y un incentivo para adoptar estas tecnologías.

La convivencia con la IA: entre la comodidad y la dependencia

Y todo esto, sin tener en cuenta la IA que nos llega “desde fuera”. Las plataformas de contenidos la usan para analizar nuestro comportamiento y recomendarnos contenidos, por ejemplo. Las redes sociales ajustan las publicaciones que nos muestran a nuestros patrones y gustos, pero también dirigen nuestras elecciones para adaptarlas a lo que necesitan sus clientes y anunciantes.

¿Podemos acostumbrarnos demasiado a la inteligencia artificial? Algunos expertos alertan de una posible “delegación excesiva” de la toma de decisiones. Si el asistente organiza la agenda, la compra, la casa y parte del ocio, ¿qué margen dejamos para la espontaneidad?

La respuesta depende de cada usuario. Para algunos, la IA es un soporte que libera tiempo. Para otros, puede convertirse en un filtro que condiciona decisiones sin que seamos conscientes. La clave será mantener el equilibrio entre automatización y criterio propio.

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