Te proponemos una experiencia para el día de hoy. En primer lugar, no abras más el grifo durante las próximas 24 horas. Agarra dos cubos, los más grandes que te consideres capaz de transportar llenos de agua. Camina durante tres horas con ellos vacíos. Ahora te permitimos abrir el grifo, pero solo para llenarlos. Después, vuelve a andar otros 180 minutos mientras cargas con ellos. Esa es toda el agua que tienes para hoy para ti y tu familia.

¿Te suena raro? Pues es la realidad de muchas mujeres y niños en África.

Y eso que te hemos ahorrado los detalles más duros: la temperatura de 57 grados y el hecho de que no es una “experiencia” anecdótica, sino tu realidad cotidiana y que tiene implicaciones negativas muy importantes en tu salud, hasta el punto de provcarte la muerte.

Vender agua para llevarla a comunidades muy pobres de países en vías de desarrollo

De primera mano
Si alguien conoce bien esa situación y todos los problemas que supone es Antonio Espinosa, uno de los fundadores de AUARA, junto a Pablo Urbano y Luis de Sande. Él ha sido testigo de esa realidad durante mucho tiempo, como cooperante en una ONG en países como Burkina Fasso y Etiopía, además de Perú y Camboya.

Pero, en lugar de lamentarse durante un rato y, quizá, publicar un tuit al respecto, él prefirió ponerse manos a la obra. Junto a Pablo, su compañero de colegio; y Luis, un amigo de su padre que solo iba a ayudar con el plan de negocio y se quedó en el proyecto, montaron la primera empresa social de España. El objetivo: "vender agua, para llevar agua potable a comunidades muy pobres de países en vías de desarrollo”.

Como él mismo explica, “en esas experiencias convives con personas que viven en mundos completamente diferentes y conoces esas realidades. Si entras a fondo, ya no puedes ser el mismo y mirar hacia otro lado. Más que una carga y una obligación, lo vivo como un regalo, poder dedicarme a esto y poder trabajar en algo así”.

Los tres fundadores de AUARA

Solucionar un problema sin cargarnos el planeta

Visión integral
Todo comenzó hace seis años. Pero, desde la idea hasta la producción de la primera botella, tuvieron que pasar dos años. Porque sus botellas, por supuesto, son de plástico totalmente reciclado.

“Pensamos: no tiene sentido que intentemos solucionar un problema social en el Congo, en Etiopía, en Camerún o donde sea, a través del agua y que nos estemos cargando el planeta con nuestra actividad y con el producto que vendemos en España”, razona Espinosa.

Todo el beneficio está destinado a desarrollar proyectos de acceso a agua potable

Un emprendimiento diferente
Se dieron cuenta de que el modelo tradicional de ONG no era el que querían. “Encontramos el de empresa social en el que la idea es que no financiamos los proyectos a través de donaciones o subvenciones, sino a través de las ventas de productos”.

Es decir, se trata de una empresa sin ánimo de lucro, porque todo el beneficio que genera está destinado a desarrollar los proyectos de acceso a agua potable.

Primero fue el problema y después vino el producto: “Decidimos crear una marca de agua que sirva para que otras personas la tengan en otros lugares del mundo”.

Damos una segunda vida al residuo para que tenga valor y se recicle de verdad

Innovación
A pesar de las diferencias con el emprendimiento tradicional, hay muchos elementos comunes: “Nos dimos cuenta de que teníamos que hacer una innovación importante en el packaging, porque era algo que nos preocupaba”.

Después de “bastante investigación y trabajo”, en septiembre de 2016 consiguen lanzar la marca y las primeras botellas fabricadas “no con plástico nuevo, sino que le damos una segunda vida al residuo para que no acabe donde no debe, para que empiece a tener valor y se recicle de verdad”.

Algo que define “los dos pilares de la marca, el impacto social y la sostenibilidad y la coherencia en la cadena de valor y en cómo hacemos las cosas”, afirma Espinosa.

Desarrollo y crisis
El proyecto se desarrolló durante los siguientes años “en un mercado muy duro porque la mayoría de marcas son propiedad de alguna multinacional y es difícil competir en costes, en capacidad de distribución y en muchas cosas”.

De hecho, el año pasado comenzó con resultados excelentes: “Estábamos creciendo por encima del cien por ciento en enero, febrero y marzo. Hasta que llegó la pandemia y nos pegó un hachazo brutal”.

Las ventas de AUARA dependen en un 90 por ciento de restaurantes, hoteles y consumo corporativo en las oficinas. Espinosa recuerda cómo “todo eso se cerró de golpe y todavía sigue renqueando muchísimo, con lo cual ha sido un año muy difícil para nosotros”.

Sus 94 proyectos en 17 países están llevando agua potable a 57.000 personas

Impacto
Pero consiguieron sobrevivir y hoy en día “los datos de impacto son 94 proyectos que hemos terminado en 17 países, que están llevando agua potable a 57.000 personas”.

Y no solo eso, también han ahorrado unos dos millones de horas de caminar en condiciones inhumanas a mujeres y niños, “que son quienes tienen que hacer esta labor normalmente en estas comunidades”. En total, “hemos aportado 60 millones de litros de agua a través de los proyectos”.

Ahora, aseguran “ver la luz al final del túnel. Empezamos a notar que las ventas vuelven a subir y crecer, que los clientes vuelven a llamarnos y se vuelven a activar. Tenemos bastantes proyectos nuevos en mente, tanto de nuevos productos y nuevas categorías; como en terreno, de acceso a agua potable”.

Tenemos un salario mucho más emocional, que nos llena y que nos da una felicidad mucho mayor

Un salario diferente
Cuando preguntamos a Espinosa por qué no hacer como otras personas que emprenden y buscar beneficios, nos explica que “nuestro compromiso es que la gente tenga su salario y, como en cualquier ONG o fundación, tenemos que poder dedicarnos a nuestro trabajo, las ocho o diez horas al día que le echamos. Y comer y tener una vida. Pero, realmente de lo que nos dimos cuenta es de que -cubiertas unas necesidades que todos tenemos- nos llenaba mucho más poder contribuir a que otras personas que viven en situaciones de pobreza extrema pudieran tener una vida más digna”.

Una mentalidad muy alejada de la búsqueda de recompensa material: “Sabemos que no nos vamos a morir de hambre y no necesitamos tener un yate, así que podemos buscar un salario que es mucho más emocional, que nos llena y que nos da una felicidad mucho mayor que otras cosas”.