“Todo tipo de discriminación deja huellas, tanto a corto, como a medio y largo plazo”. Así de rotunda es Clara González Sanguino, autora -junto a Jairo Rodríguez Medina, Alba Ayuso Lanchares, Elena Betegón Blanca, Lorena Valdivieso León y María Jesús Irurtia Muñiz, de la Universidad de Valladolid-, del estudio La estigmatización y la discriminación como factores de vulnerabilidad en la adolescencia, impulsado por el Observatorio Social de la Fundación ”la Caixa”.
El 54% han presenciado acciones de discriminación hacia algunos de sus compañeros y el 30% la han vivido
La investigación pone de manifiesto una realidad cuyos datos esta experta califica de “preocupantes”. Los resultados de la encuesta realizada a 1.000 jóvenes españoles muestran que el 54% han presenciado acciones de discriminación hacia algunos de sus compañeros, principalmente en forma de burlas o insultos; y el 30% la han vivido, aunque sea de forma más sutil, son datos muy altos.
Estigma
Para González Sanguino, el verdadero problema es el estigma que generan la racialización y la discriminación por físico o capacidades intelectuales: “En general, las consecuencias tienen que ver con peor autoestima, peores relaciones sociales, incluso peor rendimiento académico”.
En los casos en los que hay mayor discriminación, también hay peor calidad de vida
En su estudio, también han evaluado la calidad de vida de los adolescentes: “Nos hemos encontrado con que en los casos en los que había mayor discriminación, también había peor calidad de vida”.
Doble vulnerabilidad
“Los colectivos que tienen algún tipo de diagnóstico de salud mental o de discapacidad intelectual tienen una doble vulnerabilidad: además de tener el diagnóstico y la problemática que lo acompaña, van a tener que hacer frente a mayor discriminación, peor inclusión, estigma”, explica.
Y añade que “es preocupante, porque además esta población, con el aumento que tenemos de problemas de salud mental, es preocupante que no se esté generando una mayor inclusión o programas de alfabetización o de sensibilización. Porque se está hablando mucho de la salud mental de los jóvenes, pero se está haciendo muy poco”.
Asegura que dar una respuesta no es complicado: “Serían soluciones sencillas, fáciles de implementar y no sería tan caro: una vez a la semana tenéis una hora de sensibilización sobre estos temas. Sería una educación, además, a nivel de hábitos de vida saludable estupenda. Ojalá algún día salga un programa a nivel nacional”.
Resultados sorprendentes
Una de las conclusiones es que “las causas de la discriminación siguen siendo las mismas de siempre”. Algo que califica “sorprendente”, porque “realmente ha habido avances a nivel social, la sociedad ha ido avanzando en los últimos años a nivel de noticias, contenido, material disponible para los jóvenes, tienen muchísima información, plataformas de recursos audiovisuales en las que todo es mucho más inclusivo”.
Pero “la realidad es que la discriminación tiene que ver con pertenecer a un colectivo racializado, tener un físico diferente, una orientación sexual distinta o un trastorno mental. Ser diferente. Parece que la sociedad ha avanzado, pero la realidad es que la discriminación se sigue produciendo por los mismos motivos”.
Alto nivel de discriminación
Otro aspecto inesperado de la investigación es el alto porcentaje de situaciones de discriminación presenciadas o sufridas por los adolescentes. Sobre todo, porque la encuesta se ha realizado a una muestra “muy normativa”, en la que “la mayoría vienen de familias con un poder adquisitivo medio, la mayor parte de familias tenían estudios universitarios. Solo el 14% pertenecían a colectivos racializados, solamente el 9% tenían problemas de salud mental. Solo 7 decían que no tenían un género normativo”.
Cuando le pregunto si puede haber un sesgo por tratarse de la percepción que tienen los entrevistados, lo descarta: “Les preguntamos por experiencias: cuéntanos si has visto o vivido discriminación. Ahí pusimos mucho filtro, porque en la mayoría de los casos, sí eran relatos de discriminación clara. Los que no lo eran, los eliminábamos”.
Vulnerabilidad
Otro hallazgo de la investigación está relacionado con la inclusión social y escolar: “Encontramos lo mismo, que una mayor discriminación era un predictor de una menor inclusión. Tiene consecuencias claras, es un factor de vulnerabilidad evidente”.
Sin embargo, en el ámbito de la tecnología y las redes sociales, el panorama parece no responder a lo esperado: “Solo 1 describía haber sufrido discriminación en entornos virtuales. Lo que no sabemos es si no la reconocen en esos entornos o no la han vivido. Porque dábamos por hecho que saldría de manera espontánea, pero no ha sido así”.
González Sanguino matiza que “en entornos virtuales, esa discriminación tiene más que ver con el acoso repetido, el bullying, los insultos; y no tanto en situaciones más sutiles como no me dejan jugar o no me dejan ir con ellos porque soy de otra religión, por ejemplo”. Eso hace que sea más difícil de percibir por quienes la sufren.