España es uno de los países más vulnerables de Europa al cambio climático. La irregularidad de las precipitaciones, las olas de calor, la aridez creciente en muchas regiones y el aumento de la población —especialmente en zonas costeras con fuerte presión turística— están poniendo a prueba la capacidad de los sistemas actuales de abastecimiento de agua. En este contexto, la desalinización se consolida como una alternativa clave, capaz de diversificar las fuentes hídricas y garantizar el suministro allí donde otros recursos escasean.
España, con décadas de experiencia en este campo, es hoy uno de los referentes mundiales en desalinización. La primera planta de toda Europa se construyó en 1964 en Lanzarote, un hito histórico sin precedentes que impulsó el desarrollo económico de la isla. Hasta ese momento, la isla dependía de las escasas lluvias para llenar sus aljibles de agua potable.
En la actualidad, el país genera alrededor de cinco millones de metros cúbicos diarios para abastecimiento, riego y uso industrial, concentrando más del 50 % del total europeo. Solo cuatro países en el mundo producen más agua desalinizada: Arabia Saudita, Emiratos Árabes, Estados Unidos y China.
Veolia, presente en más de 1.100 municipios españoles, gestiona el suministro de agua para 13,5 millones de personas. En el mundo, el 18 % de las plantas desalinizadoras ya utilizan tecnología desarrollada por esta compañía, que ha hecho de la transformación ecológica su misión principal.
Entre las medidas que recoge el plan estratégico 2024-2027 de la compañía figura la desalinización como una de las soluciones alternativas clave para alcanzar la huella hídrica cero en ciudades, industria y agricultura.
En desalinización, sus avances son medibles: en 25 años ha conseguido reducir un 90 % los costes del agua tratada y mejorar la eficiencia energética de los procesos en un 85 %. Hoy, desalinizar es más rentable, sostenible y viable que nunca.
Veolia opera actualmente ocho plantas desalinizadoras en España —dos en Baleares y seis en Canarias— y trece plantas desalobradoras. En territorios insulares, donde los recursos hídricos naturales son muy limitados, estas instalaciones son fundamentales. Un ejemplo paradigmático es la planta desalinizadora de Bahía de Palma, con una capacidad de 64.800 m³/día, que abastece a buena parte de Mallorca. O la planta desalinizadora de Salinetas, en Gran Canaria, que ha pasado de producir 10.000 m³ diarios en el año 2000 a 17.000 m³ en la actualidad. En la península, destaca la planta desalobradora de Sant Joan Despí, que regenera más de 206.000 m³ al día, lo que permite aliviar la presión sobre ríos y acuíferos y destinar el agua a usos urbanos, agrícolas o industriales.
En situaciones críticas como emergencias climáticas o paradas técnicas, Veolia despliega sus plantas modulares desalinizadoras. Estas unidades móviles permiten garantizar la continuidad del servicio y reforzar el caudal de forma rápida y flexible. Son clave, por ejemplo, para asegurar el riego agrícola.
Durante la erupción de La Palma en 2021, una de estas plantas ayudó a salvar parte de la producción platanera. También en Aguadulce (Almería), se instaló una planta modular para cubrir el suministro mientras se renovaba la desalinizadora de Dalías.
La estrategia de Veolia no se detiene en el mar. La compañía también apuesta por la reutilización de aguas residuales como complemento esencial. El 15 % del agua tratada por Veolia en España ya se reutiliza para riego, limpieza urbana o procesos industriales. En la región metropolitana de Barcelona, este porcentaje asciende al 25 %, gracias a infraestructuras como la ecofactoría del Baix Llobregat.
Además, muchas de las nuevas plantas del grupo integran energía solar fotovoltaica, reduciendo así su huella de carbono y avanzando hacia una gestión del agua cada vez más limpia.
El futuro hídrico de España pasa por ampliar la capacidad de las plantas existentes, modernizar o construir nuevas instalaciones e integrar fuentes renovables. Todo ello con una meta clara: asegurar el suministro sin depender del cielo.
En ese camino, la desalinización es una herramienta decisiva. Y Veolia, con su experiencia internacional, su compromiso tecnológico y su presencia local, se posiciona como uno de los actores clave para que el agua —ese bien esencial— siga fluyendo en cualquier escenario climático.