“Vestir la camiseta de la Selección Española es de lo más grande que me ha pasado en mi carrera. No se si en algún momento volveré a ser una opción, pero he tomado la decisión de no volver a la selección hasta que las cosas cambien y este tipo de actos no queden impunes”. Este fue el mensaje redactado por Borja Iglesias, delantero del Celta de Vigo, tras la famosa asamblea en la que Luis Rubiales, expresidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), anunció que no iba a dimitir por el beso no consentido a Jenni Hermoso.

En aquel momento, el comunicado del panda suscitó burlas, risas y memes hacia uno de los pocos jugadores que nunca se ha escondido ante las injusticias sociales. Dos años después de aquello, Iglesias regresa a la selección, convocado tras la lesión de Lamine Yamal y dejando atrás esos comentarios que lo calificaban como “el peor delantero de Primera División”, por sus opiniones políticas.

El retorno del gallego a la selección se produce con una renovada federación y Rafael Louzán al mando, siendo este lavado de cara el cambio que el panda reclamó en su día. El delantero vive uno de sus mejores momentos como profesional desde que recaló en el Celta la pasada campaña. Bajo la batuta de Claudio Giráldez ha encontrado su mejor versión y en el arranque de temporada ha anotado seis tantos en diez encuentros, siendo el máximo goleador español de LaLiga, empatado a cuatro goles con Ferrán Torres e Iván Romero.

Un delantero atípico y comprometido con causas sociales

Fuera de los terrenos de juego ha continuado con su faceta reivindicativa, alzando la voz tras lo sucedido en La Vuelta Ciclista a España: “Lo que me sorprende es que a veces le demos más importancia a parar un evento deportivo que a un genocidio (…) Hay veces en las que hay que pararse, hay que reclamar lo que creo que es obligatorio: los derechos humanos, el respeto, que muchas veces no está”.

El siempre expresar su opinión ha provocado que Iglesias se encuentre habitualmente en el ojo del huracán. En 2020, explicó la razón por la que se pintaba las uñas de negro: “es una forma de concienciarme y luchar desde mi posición contra el racismo, pero creo que también me viene bien contra la homofobia. Además, tengo que admitirte que me gustan”. Aquel gesto, que para muchos fue una simple extravagancia, se convirtió en una seña de identidad que reflejaba su compromiso social y su forma de entender el fútbol como una herramienta de cambio.

Actos como ese, tan poco habituales en el fútbol profesional, han provocado amor y odio a partes iguales. De hecho, su regreso a una convocatoria con España ha suscitado críticas por parte de sus detractores, que lo tildan de “hipócrita”: “¿Aceptará? Solamente recordarle que va a jugar en un torneo donde participa la Selección de Israel”, “si tienes principios, que siempre has demostrado tenerlos, te quedas en Vigo” o “debería renunciar por lo de Gaza. O estamos para todo o para nada”, son varios comentarios de usuarios en redes sociales contra la convocatoria de Iglesias.

Un regreso con cuentas pendientes

La historia del panda con la selección española se resume, hasta ahora, en tan solo dos participaciones: su debut en 2022 frente a Suiza en la Nations League, con Luis Enrique en el banquillo, y el partido de clasificación a la Eurocopa 2024 ante Escocia, ya con Luis de la Fuente. Curiosamente, ambos encuentros terminaron en derrota de España, aunque el delantero no gozó de muchos minutos. Aquellas internacionalidades llegaron tras brillar en el Real Betis, donde se consolidó como uno de los delanteros más consistentes de LaLiga. Sin embargo, el paso del tiempo y una etapa más gris en el conjunto verdiblanco lo alejaron de los focos y, por momentos, también de sí mismo.

Su llegada al Celta de Vigo supuso un punto de inflexión. Volver a casa, reencontrarse con su entorno y con la calma que siempre había necesitado fuera del campo, le ha permitido recuperar la confianza, la frescura y el olfato goleador que parecían haberse diluido entre las críticas y la presión. Hoy, Borja Iglesias vuelve a la selección en plenitud, más maduro y consciente de lo que representa cada oportunidad. Ya no es el joven delantero que buscaba hacerse un hueco, sino un futbolista que ha aprendido a convivir con la exposición, a asumir el coste de la coherencia y a reconciliarse con su propia historia.

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