Mientras España ultima su duelo decisivo ante Georgia rumbo al Mundial de 2026, en Tiflis la atención no se concentra solo en el balón. En el país caucásico, el fútbol y la política vuelven a entrelazarse como viejos conocidos. Kakha Kaladze, aquel defensor del Milan que conquistó Europa con su fútbol elegante, revalidó el pasado mes de octubre su mandato como alcalde de la capital. Con un aplastante 71,6% de los votos, el exfutbolista ha consolidado su poder dentro del partido Sueño Georgiano, la formación prorrusa que gobierna el país desde hace más de una década.

En un país donde los referentes políticos acostumbran a haber sido futbolistas profesionales (el presidente Mikheil Kavelashvili, militó en los noventa en el Manchester City), el tercer mandato de Kaladze no solo reafirma su popularidad, sino también el dominio de un partido que ha sabido construir un relato de orgullo nacional bajo la sombra de Bidzina Ivanishvili, el oligarca más poderoso de Georgia y auténtico arquitecto del poder político actual. La Comisión Electoral Central confirmó que Sueño Georgiano se impuso en todos los municipios del país, un resultado que sus detractores ven como una muestra de control institucional y su creciente deriva autoritaria.

Durante la campaña, Kaladze fue protagonista de una de las mayores controversias diplomáticas del país: pidió la expulsión del embajador de la Unión Europea, el polaco Pavel Herczynski, a quien acusó de “interferir en los asuntos internos” de Georgia. Aquella declaración encendió las alarmas en las capitales europeas y reforzó la sensación de que el gobierno georgiano, está dispuesto a alejarse del proyecto europeo si eso le asegura mantener el poder.

Desde Bruselas, la Comisión Europea advirtió que, si el gobierno no cumple con las reformas democráticas exigidas antes del 31 de agosto —como el fin de la persecución política y la lucha contra la corrupción—, se suspenderá el régimen de entrada sin visado para los ciudadanos georgianos. Aun así, Kaladze y el primer ministro Iraklij Kobakhidze insisten en su disposición “al diálogo con las estructuras europeas, siempre que dejen de atacarnos”.

De San Siro al Ayuntamiento de Tiflis

Antes de convertirse en político, Kaladze fue un ídolo del fútbol europeo. Nacido en Samtredia en 1978, debutó en el Dinamo de Tiflis antes de dar el salto al Dinamo de Kiev, donde destacó por su potencia y elegancia. En 2001, el Milan pagó 16 millones de euros por sus servicios, una cifra récord para un jugador georgiano. Con la camiseta rossonera levantó dos Champions League, una Serie A, una Coppa Italia y un Mundial de Clubes, además de sumar 83 internacionalidades con Georgia.

En el Milan de Maldini, Pirlo y Shevchenko, Kaladze encarnaba la fiabilidad. No era una superestrella, pero su constancia lo convirtió en pieza esencial de un equipo legendario. Su vida, sin embargo, quedó marcada por una tragedia personal: en 2001, su hermano Levan fue secuestrado por una banda criminal y asesinado años después, un episodio que lo alejó temporalmente del fútbol y que, según él mismo ha contado, fue el germen de su vocación pública.

Tras colgar las botas en el Genoa en 2012, Kaladze se incorporó al partido Sueño Georgiano, liderado entonces por Ivanishvili. Su ascenso fue meteórico: viceprimer ministro, ministro de Energía y, desde 2017, alcalde de Tiflis. En su tercera reelección, el pasado octubre, ya ejerce como una figura casi omnipresente, tanto en la política como en los negocios. Propietario del restaurante Gianino en Milán y de la firma Kala Capital —con inversiones en banca, energía e inmobiliaria—, simboliza la unión entre poder económico y político que domina la Georgia actual.

En el plano futbolístico, Kaladze no ha perdido influencia. A menudo presume de haber “colocado” a jugadores en la selección, como el exlevantinista Giorgi Kochorashvili, lo que alimenta la percepción de que su sombra también se extiende sobre el deporte. Su buena relación con Ivanishvili, el hombre más rico del país y benefactor de la selección, refuerza esa imagen de poder total.

Hoy, Georgia observa cómo aquel defensa que un día levantó la Champions en San Siro se ha convertido en el rostro de un país encrucijado entre Europa y Rusia. Kaladze promete estabilidad y orgullo nacional, pero sus decisiones —y su ideología— lo sitúan en el centro de la tensión geopolítica que divide al Cáucaso. El futbolista que aprendió a defender con fuerza y disciplina parece dispuesto a aplicar la misma receta en la política. Solo que, esta vez, el partido se juega mucho más allá del campo.

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