El estado de emergencia sanitaria nos está poniendo a prueba a la hora de fijar hoy en día nuestras prioridades y ver por ello cómo paulatinamente afecta a nuestros hábitos y actitudes.

En todo este periodo estamos viendo y admirando cómo una serie de profesiones que, si bien siempre han desempeñado una labor encomiable para el conjunto de la sociedad, han pasado desapercibidas o incluso han sido estigmatizadas o infravaloradas a lo largo de su existencia. Nos referimos a los trabajos de cuidados a domicilio y a las trabajadoras del hogar.

Conviene matizar que hay que diferenciar ambos sectores. La ayuda a domicilio ocupa a cerca de 260.000 trabajadoras. Siendo un sector al que con frecuencia se confunde con el de empleadas del hogar su función principal es la de cuidados de las personas estando reguladas por una normativa de aplicación totalmente diferente.

Por su parte, las empleadas del hogar suman cerca de  394.000 afiliadas al Sistema Especial de Empleadas del Hogar, un sector que acusa un alto porcentaje de economía sumergida, con baja protección social y laboral, e indefensión social y jurídica que es un anacronismo propio de otros tiempos.

El servicio de ayuda a domicilio fue declarado servicio esencial tras la aprobación del permiso retribuido recuperable obligatorio, lo cual permitió que toda persona mayor que tenía reconocida, aprobada y requerida su dependencia, siguiera siendo atendida todos los días a pesar de que las trabajadoras carecían de los EPIs necesarios para hacer frente al más que probable contagio de la Covid-19, lo que conllevó a que algunas Comunidades Autónomas reorganizaran bajo servicios mínimos sin que se las asegurara el salario completo por dicha situación.

Por su lado, las empleadas del hogar siguieron desempeñando la labor de asistir las casas de sus empleadores, lo que conllevaba tareas de apoyo a familiares necesitados, hasta que fueron exentas como sector esencial.

Sin la profesionalidad y entrega de estos sectores muchos de nuestros mayores habrían quedado desatendidos cuando más lo requerían, contraviniendo con ello la máxima del Estado del Bienestar de buscar bienestar general al conjunto de la población, especialmente a quienes más lo necesitan.

Se pone de manifiesto, por tanto, que labores de tal magnitud conllevan una encomienda social relevante, sin embargo, estas no están siendo lo suficientemente valoradas por parte de las administraciones y por ello puede que no se las preste la atención adecuada de cara a reconocerlas, así como de dotarlas de los derechos laborales que requieren.

Todo Estado del Bienestar que se precie debe encarar sin demora y de manera firme el apoyo y por consiguiente fortalecimiento de las actividades a las que nos referimos. A la par que como ciudadanos y ciudadanas debemos por fin asimilar que si queremos que el Estado nos provea de servicios esenciales en cumplimiento con los derechos sociales, como es el caso de ayuda a domicilio, los impuestos son la vía de ingresos que tiene para financiarlos. Es hora de contrarrestar el malintencionado y posibilista discurso de la reducción incluso supresión de los impuestos. Si bajo el contexto actual de emergencia sanitaria no hemos comprendido algo tan sencillo, no habremos aprendido nada de las principales causas de lo sucedido y volveremos a repetir los mismos errores.

No se trata de saber si el Estado del Bienestar cree en ti…la pregunta es saber si tú crees en el Estado del Bienestar. Si la respuesta es afirmativa debemos comprometer a todos los agentes implicados en defenderlo y fortalecerlo, y una manera de hacerlo es implementando las medidas que promueven los agentes sociales en el marco del diálogo social para los sectores ya mencionados. Ello no debe verse demorado en el tiempo una vez recobremos la normalidad.

 

Vicente Sánchez Jiménez  es Secretario General de CCOO de Construcción y Servicios