La pandemia fue solo el comienzo de una cadena de encarecimientos que hoy amenaza el bolsillo de millones de conductores. Entre 2020 y 2025, el coste total de poseer un coche ha aumentado un 27%, una “tormenta perfecta” que el informe de 'Arval Mobility Observatory' describe como el mayor salto de precios en décadas. El estudio, titulado La visión global del coste total de propiedad (TCO): perspectivas para 2025 y oportunidades estratégicas para su gestión, radiografía un problema que ya no es coyuntural: todos los factores que determinan cuánto cuesta mantener un vehículo se han encarecido a la vez.

El informe detalla que el precio de compra —el primer gran escollo para quien busca un coche nuevo— ha aumentado un 19% desde 2020. Una cifra que, trasladada al mercado de ocasión, apenas ofrece alivio: los vehículos de segunda mano son hoy un 18,5% más caros en comparación con hace cinco años. Arval atribuye este sobrecoste a una combinación de elementos conocidos: la inflación global, la expansión imparable de los SUV, la incorporación de nuevos sistemas de seguridad y tecnología, y la electrificación, cuyo componente más caro —las baterías— sigue condicionando el precio final.

A ello se suma el impacto de las nuevas normativas de emisiones de CO₂ y los problemas en las cadenas de suministro tras la pandemia. La escasez de microchips, el incremento en los costes logísticos y el encarecimiento de materias primas han elevado los costes de producción de los fabricantes. El resultado es un coche más caro en prácticamente cualquier segmento del mercado.

Combustibles, electricidad y mantenimiento: el día a día también cuesta más

Pero si la compra es más cara, el uso cotidiano del vehículo tampoco da tregua. Según el informe, los combustibles han subido un 32%, una presión directa sobre los hogares que dependen del coche para trabajar o desplazarse. La electricidad, por su parte, se ha encarecido un 70% en Europa, una cifra que afecta tanto al consumo de los vehículos eléctricos como a los costes industriales de fabricación.

El mantenimiento y los neumáticos —dos elementos de gasto que se sienten de inmediato en cualquier revisión— han aumentado un 29% y un 27%, respectivamente. Son subidas que, aunque menos visibles que las del combustible, consolidan la sensación de que cada visita al taller implica un esfuerzo económico mayor que antes de la pandemia.

A este panorama se añade un último factor: la financiación. Entre 2022 y 2025, los tipos de interés han subido de media un 35%, con un pico del 50% en 2024 que ha encarecido notablemente los préstamos para comprar un coche. La consecuencia es clara: miles de europeos han optado por posponer la adquisición de un vehículo nuevo, incluso en casos en los que la compra era necesaria.

La clase trabajadora, la gran damnificada por el encarecimiento del coche

El encarecimiento sostenido del coche en propiedad tiene un efecto directo en un sector especialmente tensionado: la clase media europea, que durante décadas sostuvo el grueso del parque automovilístico del continente. Para estos hogares, el coche ha sido siempre un elemento funcional —una herramienta para llegar al trabajo, llevar a los hijos al colegio o acceder a servicios básicos—, no un lujo. Sin embargo, el salto de precios registrado desde 2020 empieza a transformar esa relación cotidiana con el vehículo privado. El estudio de Arval no deja margen para interpretaciones: los costes crecen más rápido que los salarios, y el coche está perdiendo su condición de bien accesible.

Esta brecha económica se acentúa especialmente entre quienes viven en territorios donde la alternativa del transporte público es insuficiente. En zonas rurales o en ciudades medianas con pocas frecuencias de autobús o tren, el coche no es una opción: es la única vía posible para mantener una vida laboral y familiar mínimamente estable. El aumento de precios impacta así con mayor crudeza en estos hogares, que ven cómo una necesidad básica se convierte en una carga presupuestaria cada vez más difícil de sostener. En contraste, las grandes metrópolis, más equipadas en movilidad, ofrecen alternativas que no están disponibles para la mayoría del territorio europeo.

El resultado es una transformación silenciosa pero profunda: la movilidad empieza a dibujar nuevas líneas de desigualdad. Mientras una parte de la población puede adaptarse a modelos de renting, movilidad compartida u opciones electrificadas, otra se queda atrapada en un sistema que no ofrece escapatoria. Lo que antes era una decisión basada en preferencias —comprar un coche más grande, más eficiente o más moderno— se convierte ahora en una cuestión de supervivencia económica. El informe de Arval sugiere que esta fractura podría intensificarse en los próximos años si no se aplican políticas públicas que amortigüen el impacto. Europa se enfrenta así a un escenario en el que la simple posibilidad de desplazarse no debería convertirse en un lujo, pero cada vez lo parece más.

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