Donald Trump ha decidido que el mecanismo de resolución de controversias de la Organización Mundial del Comercio es un tribunal que no le atañe. Al oponerse a la renovación de sus vacantes, el mecanismo simplemente dejará de poder funcionar, lo cual deja a la OMC en una muy mala situación, prácticamente en una fase terminal, justo en el momento en el que cumple 25 años de existencia y un comatoso funcionamiento.

La OMC nació en 1995, como heredera del denominado Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT por sus siglas en Inglés), uno de los pilares de la arquitectura económica internacional de la postguerra mundial, junto con el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. El GATT, al contrario que sus hermanos, no era una organización internacional, cuya creación fue rechazada por el congreso de los Estados Unidos, sino un acuerdo intergubernamental puesto en marcha en 1947, y cuyo funcionamiento se basaba en la preparación de diferentes rondas de negociaciones para eliminar trabas al comercio internacional. De hecho, fue en la denominada Ronda Uruguay, que duró de 1983 a 1994, en la que finalmente se acordó la creación de la OMC, como marco permanente de negociación sobre trabas al comercio internacional. En 1995, en plena fiesta globalizadora, se puso en marcha la nueva organización, con sede en Ginebra, bajo un mecanismo de trabajo que llevaba en su seno el germen de su propia destrucción.

Cuatro años más tarde, en Seattle en 1999, la Ronda del Milenio fracasaba estrepitosamente tras la falta de acuerdo de sus socios y el asedio de una sociedad civil global que inauguró formalmente el movimiento antiglobalización. Dos años más tarde, la conferencia ministerial de la OMC lanzaba una nueva ronda de negociaciones, denominada la Ronda de Doha, en la que se suponía que el sistema multilateral de comercio iba a atender las necesidades de los países en vías de desarrollo. Tras 18 años, no ha habido ningún avance significativo en el ámbito de la liberalización multilateral del comercio. El mecanismo de negociación, basado en el principio de unanimidad donde cada país tiene un voto -pesa lo mismo el voto de China que el de Malta- y donde “nada está acordado hasta que todo esté acordado”, hace prácticamente imposible que se alcance cualquier acuerdo.

La parálisis de la Organización ha propiciado que los regímenes internacionales de comercio se reorienten hacia los acuerdos bilaterales, de manera que la Unión Europea decidió, en 2005, que dada la falta de avances, era mejor reactivas su agenda bilateral de negociaciones. De esta manera, la relevancia de la OMC como foro de negociaciones se ha ido erosionando a lo largo de esto años.

De su comatoso funcionamiento sólo se libraba el mecanismo de resolución de controversias, un tribunal en el que los estados podrían presentar denuncias si alguno de los países signatarios tomaba decisiones contrarias al comercio internacional. La decisión de Trump entierra este mecanismo, al volverlo inoperativo por la vía de los hechos.

La OMC no se ha labrado muchas amistades a lo largo de su tiempo de vida. La primacía de la integridad comercial frente a salvaguardas ambientales o de salud pública le ha valido la enemistad del movimiento ecologista global, y la ausencia de un régimen justo y equilibrado en materia de promoción del desarrollo internacional ha contado con las críticas de los sectores vinculados al comercio justo, como las ONG de Desarrollo. Los sindicatos tampoco se han mostrado muy amigables con una organización que permitía la deslocalización de la producción hacia terceros países, y que pretendía la liberalización de determinados servicios. Cuando el comercio internacional incrementa la competencia, suele ser mal recibido por aquellos que defienden la protección de sectores económicos enteros. Así que si la OMC entra en coma inducido, nadie va a llorar demasiado por su pérdida.

Y sin embargo, es una malísima noticia. El comercio internacional lleva años creciendo menos que la economía global, afectando a las capacidades de los países para hacer crecer sus exportaciones. La vuelta al nacionalismo económico es una mala solución, en un mundo que debe al comercio internacional una prosperidad que ha sacado a cientos de millones de personas de la pobreza extrema. La alternativa a sus aspectos más insostenibles e injustos no debe ser la eliminación del régimen multilateral, sino su transformación en un régimen más justo y sostenible. No está esa vocación presente en la decisión de Trump, que ya ha mostrado en numerosas ocasiones su total ausencia de sensibilidad con el medio ambiente o con los países en vías de desarrollo. El presidente norteamericano defiende que Estados Unidos no debe someterse a ninguna norma internacional que no emane del pleno ejercicio de su propia soberanía. Si los demás países le siguen, y todo parece indicar que así será, el régimen económico liberal de la postguerra mundial tiene los días contados. Se aproximan curvas en la economía internacional y estamos renunciando a los mecanismos que podrían hacer que los países cooperaran en su gestión. ¿Qué podría salir mal?