La gota catalana
El escaso entusiasmo de Juan Rosell, presidente de la CEOE, en condenar públicamente las pretensiones independentistas del presidente de la Generalitat y líder convergente Artur Mas ha sido la gota que ha colmado el vaso de una guerra que se viene fraguando desde hace más de un año en el seno de la gran patronal. Los movimientos subterráneos para apear a Rosell del sillón han dejado de ser ya tan sibilinos y los ruidos de la batalla comienzan a ser audibles en los pasillos y fuera de ellos.
No se quiere ir
Juan Rosell cumplirá dos años de mandato en la patronal el próximo mes de diciembre. Le quedan otros dos (los estatutos marcan cuatro años en el cargo) y ha dejado claro a quienes han querido escucharle que piensa acabar el plazo estatutario. Cuando llegó al poder redujo de 21 a 9 el número de vicepresidencias de la CEOE consciente de que los cenáculos de vicepresidentes han decidido gran parte de la historia de la gran patronal. Se quedó con uno que viene impuesto por los estatutos (el presidente de la CEIM madrileña) y nombró ocho nuevos a forma de reducida guardia pretoriana. Pero la estrategia no ha funcionado.
El as de la ministra
Los tambores de guerra venían escuchándose desde hace más de un año, con pequeña intensidad, eso sí, pero han aumentado su volumen desde que Artur Mas echó el órdago al Gobierno de Rajoy. En la última junta directiva (celebrada el pasado miércoles), Rosell era consciente de que algo se cocía a sus espaldas y se blindó al asegurarse una reunión relativamente pacífica en lo interno y con ruido mediático a favor en lo externo. Se sacó de la manga el as de invitar a la ministra de Empleo, Fátima Báñez, que apareció en todas las fotos junto a él mismo.
La ministra de Empleo y Seguridad Social, Fátima Báñez, saluda al presidente de CEOE, Juan Rosell. EFE/Archivo
La batalla ha comenzado
El objetivo de parar el primer envite estaba parado, o al menos eso creía Juan Rosell. Pero la historia de la gran patronal se ha escrito siempre entre líneas. Nunca nadie ha echado a nadie a empujones visibles. Ha habido “perdidas de confianza” o “nombramientos no deseados” que hacían tambalearse el sillón del presidente. La cuña vuelve a tener esta vez nombre y apellidos. Se llama Jesús Banegas. Todos, incluido el interesado, lo negarán una y mil veces. Es el código interno de la organización. Pero la batalla por la sucesión de Rosell ha comenzado.
Contrincante rescatado
Jesús Banegas es, o casi mejor dicho era, presidente de la patronal de empresas de alta tecnología (Amelec), miembro sectorial de la CEOE. Ha decidido presentar la dimisión de dicho cargo después de que la famosa junta de la foto con Fátima Báñez le pidiera que asuma la responsabilidad del área internacional de la gran patronal. Banegas fue contrincante directo de Rosell en las elecciones de 2010 y pagó su oposición con la supresión de su vicepresidencia. Dejó de estar en los cenáculos de vicepresidentes, pero algunos han pensado en él para el futuro.
De internacional a la cúpula de mando
Desde que el malogrado José María Cuevas saliera de la presidencia de la CEOE, y con él su sempiterno gladiador Juan Jiménez Aguilar, una especie de tsunami se desató en el seno de la patronal que empujaba hacia la reconversión de la organización. Los grandes acuerdos marco interconfederales son historia y los empresarios necesitaban un lobby con importantes ramificaciones fuera de España, sobre todo ahora que la crisis mantiene deprimido el consumo interno. El hombre clave era José María Lacasa, ahora secretario general de CEOE y antes responsable de Internacional. ¿Es casualidad que Banegas vaya a ir a esa división de relaciones exteriores después de que Rosell le apartara de cualquier cargo cuando ganó las elecciones internas? Parece que no.
Viene de lejos
Un nutrido grupo de directivos de CEOE han abierto el melón de la sucesión de Juan Rosell, al que acusan ahora de ser tibio con el tema de la independencia de Cataluña planteada por Artur Mas (Rosell viene de la patronal catalana), pero al que ya antes acusaban de una tibieza similar cuando se aprestaba a intentar firmar acuerdos con los sindicatos más blandos que lo que después acabó introduciendo por decreto-ley el Gobierno a través de la reforma laboral. Nunca le dejaron firmarlos y ahora se enfrenta a dos años (quién sabe si mucho menos) bastante convulsos dentro de su propia organización.