Esta semana pasada, hemos tenido la buena noticia para España del acuerdo para designar a la vicepresidenta primera y ministra de economía, Nadia Calviño, como presidenta del Banco Europeo de Inversiones. La institución, creada en 1958, es el brazo financiero de la Unión Europea y su capacidad de movilización de recursos lo convierten en el primer prestamista público multilateral, por encima de otras instituciones mucho más conocidas como el Banco Mundial o el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo. Al contrario que la Comisión Europea, el BEI no se alimenta de los presupuestos de la Unión Europea, sino que, basándose en su capitalización -tiene un capital de más de 240.000 millones de euros- se financia en los mercados financieros a muy bajo coste y financia proyectos y actividades tanto en los países miembro de la Unión como en terceros países. También gestiona recursos de la Unión, aunque en ese caso lo hace en calidad de gestor y no de beneficiario. Sus prioridades para el período actual se centran en la promoción de la transición climática y ecológica, las infraestructuras urbanas, el apoyo a la digitalización y la competitividad empresarial, particularmente de pequeñas y medianas empresas.

El BEI, además, juega un papel clave en la iniciativa InvestEU, la sucesora del famoso Fondo Europeo de Inversiones Estratégicas, puesto en marcha por la Comisión Europea en 2015 y conocido en su momento como “plan Juncker”, en honor al presidente que lo impulsó. En 2022, el BEI aprobó proyectos por valor de 75.000 millones de euros, siendo sus dos principales clientes Italia -con algo más de 9.000 millones de euros invertidos- y España -con 8.800 millones. En montos globales, la importancia del BEI sólo puede compararse a la del Banco Mundial.

De esta manera, el papel del BEI es difícilmente soslayable. Su plan operativo vigente hasta 2025 señala la importancia que ha tenido para la Unión Europe la crisis en Ucrania, que ha llevado a reorientar sus prioridades políticas, centrando la estrategia de la institución en acelerar las transiciones verde y digital, la innovación y la inversión en la autonomía estratégica de la Unión Europea, además de respaldar la reconstrucción de Ucrania. El BEI juega un papel clave en iniciativas como el plan REPower EU, la lucha contra el cambio climático y la protección del medio ambiente, el fortalecimiento de la cohesión económica, social y territorial, y el respaldo de la transición justa en regiones dependientes de carbón, petróleo y otros combustibles fósiles.

Adicionalmente, el brazo del BEI dirigido a las empresas innovadoras y a las entidades privadas, el Fondo Europeo de Inversiones, se enfocará en respaldar a pequeñas empresas, la transición verde y la innovación, un ámbito donde la situación de las empresas europeas dista mucho de ofrecer un panorama esperanzador. El propio BEI señala que la cifra de empresas europeas que realizan inversiones innovadoras está cayendo hasta situarse por debajo del 30% mientras que en Estados Unidos se sitúa ya por encima del 50%.

A nivel global, el BEI trabaja para traducir las políticas y prioridades europeas en acciones concretas y lograr un mayor impacto. En este período, la seguridad alimentaria se ha convertido en una preocupación global, y el BEI está trabajando para abordar estos desafíos en países fuera de la Unión Europea. Los esfuerzos globales en la crisis climática, especialmente en África y otras partes más pobres del mundo, también forma parte de su mandato. Así, en 2022, el BEI destinó más de 12.000 millones de euros a operaciones fuera de la Unión Europea.

El momento es especialmente relevante: la Unión Europea mantiene un importante déficit de inversiones en materias como la digitalización, la I+D o la transición ecológica. La negociación de las reglas fiscales europeas, que se ha estancado, no parece indicar que se vaya a crear el espacio fiscal necesario para poner en marcha las inversiones necesarias para llevar a buen puerto la transición ecológica y digital. El revés al gobierno alemán sobre el freno de deuda, que impide el uso de fondos aprobados para financiar la transición ecológica, apuntan a que Europa puede enfrentarse a los decisivos años que tenemos por delante con una mano atada a la espalda mientras sus competidores avanzan con mucha más determinación. Muchas áreas de la economía continúan teniendo brechas estructurales de inversión y necesitan más financiación en innovación y nuevas tecnologías, especialmente en un contexto de altos tipos de interés, que puede mantenerse todavía algunos años, y que pueden lastrar las condiciones estructurales de la economía europea.

En este contexto, y a pesar de la incertidumbre en el entorno operativo, que el BEI cuente con un liderazgo audaz, responsable y solvente para liderar el necesario esfuerzo inversor, va a ser especialmente relevante. El BEI no puede arreglar todos los problemas europeos de falta de inversión, pero una gestión adecuada puede ponerle en la primera fila de las soluciones. El liderazgo de Calviño, que ha mostrado sus capacidades para gestionar una economía particularmente débil como la española en un contexto muy complejo como la pandemia y la guerra de Ucrania, con un éxito más que notable, puede ser ahora una pieza clave en el futuro de la transformación estructural de una Unión Europea que necesita visión, audacia y perspectiva con más urgencia que nunca.