La decisión de Google de no cubrir las actualizaciones de software de Huawei, siguiendo las indicaciones del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, tiene numerosas lecturas, muchas de ellas negativas. La primera de ellas es comprender hasta qué punto el comercio internacional depende de las decisiones políticas. Después de años señalando que los países se encontraban absolutamente desprovistos de recursos frente a las grandes multinacionales, resulta que la decisión del gobierno de Estados Unidos provoca que una de las grandes multinacionales mundiales se enfrente a otra, generando graves turbulencias en los mercados. En otras palabras: la política sigue estando al mando. Si Google se ha doblegado a las decisiones de Trump, es porque la política prima sobre la economía global. Y esto sí es una novedad, al menos si tienes el tamaño de Estados Unidos.

La segunda lectura es también relevante: si Google niega a Huawei utilizar y actualizar sus aplicaciones, la utilidad de los móviles de esta marca se encuentran en entredicho. Y esta es la segunda clave: si Google tiene la capacidad de hundir a Huawei, ¿no podría hacer lo mismo, llegado el caso, con Samsung? Entre Apple y Google controlan el 97% del mercado mundial de sistemas operativos para terminales móviles. La decisión de Google sería contraria al derecho europeo de competencia, pero al estar amparada por motivos de seguridad nacional, la Comisión Europea no parece que se vaya a oponer a la decisión.

Nos encontramos por lo tanto en un contexto mundial que, con la decisión de Google, se desvela en toda su amplitud y profundidad. El nuevo escenario global dista de ser un universo de mercados perfectos donde ninguna empresa ni país es capaz de ordenar los flujos de capitales, bienes y servicios. Trump lo ha entendido bien y está intentando sacar ventaja de su posición estratégica. Google, el gran gigante tecnológico, ha tomado una decisión que puede modificar el rumbo de la economía mundial.

El futuro es hoy más incierto. Con la Organización Mundial del Comercio prácticamente en coma, y con las tendencias a la renacionalización de las economías, el comercio internacional se encuentra bajo una seria amenaza. Las consecuencias para el crecimiento económico mundial son incalculables: si China deja de exportar a Estados Unidos, es probable que su economía se resienta y con ella la de Alemania, lo cual impactará directamente en toda la eurozona. Los bancos centrales pueden seguir rebañando el plato de las políticas monetarias no convencionales, pero si la economía real no acompaña, el crecimiento se evaporará.

Al contrario que en 2008, donde el pinchazo financiero arrastró a la economía real, en la próxima crisis económica, será el sector real el que arrastre al sector financiero. Un deterioro de las exportaciones llevará a algunas empresas a pasar dificultades y a no poder pagar sus préstamos. Los créditos no devueltos empeorarán los balances financieros y esto debilitará la situación de los bancos. El crecimiento económico, es desaceleración, no anticipa este movimiento, pero sí una vulnerabilidad a los cisnes negros que, como el caso de Google con Huawei, pueden aparecer en el horizonte.

Después de ocho años de crecimiento tras la crisis de 2011, parece que la economía mundial muestra signos de agotamiento. No debería ser nada preocupante si no tuviéramos en cuenta el riesgo político, que es, lamentablemente, el más imprevisible, y que es el que puede hacer que las cosas cambien de dirección. Hace una década, descubrimos la potencial amenaza que suponía la dirección política que China hacía de su economía: favoreciendo las exportaciones en África, fomentando el capitalismo de estado, restringiendo las posibilidades de inversión en el país a determinadas fórmulas o adquiriendo tecnología y recursos clave como las tierras raras. Estados Unidos ha aprendido la lección y comienza a desarrollar políticas en esa misma dirección: con restricciones a las importaciones y ofreciendo subvenciones a los sectores más afectados por su conflicto comercial. Si Estados Unidos y China entran en una suerte de conflicto geoeconómico, los principios y valores en los que se basa la Unión Europea, como la libre competencia, el libre comercio y el fomento de una economía abierta puede correr peligro. De hecho, Macrón ya ha lanzado ideas en ese sentido, demandando una “Europa que proteja” no sólo a las personas, sino también a las empresas. Si se impone esa visión, con bastante probabilidad nos encontraremos con un mundo en el que el proteccionismo volverá a ocupar un puesto relevante en la agenda económica mundial.

Los resultados de esa política son poco alentadores: a largo plazo serán un menor crecimiento y una menor prosperidad para todos y todas. Y es que, para producir y vender a nivel mundial, alguien tiene que comprar: no podemos exportar a Marte. La alternativa es una auténtica coordinación de las políticas económicas en el marco del G20, que no parece que vaya a poder efectuarse a corto plazo. Puede que las cosas se compliquen.