En las últimas semanas menudean testimonios de profesionales de la sanidad y organizaciones humanitarias que dan cuenta de cómo fallecen personas porque el hospital les cerró la puerta o porque no tuvieron dinero para pagar su parte de las medicinas. Y numerosos ejemplos más igual de infamantes. Parecen noticias de otros mundos, otros países, otros tiempos. Pero no, suceden a nuestro lado. Los recortes continúan cumpliendo la misión encomendada: el año pasado sirvieron para ayudar a pagar la deuda a los grandes bancos internacionales y éste para aliviar los déficit de la sanidad y la seguridad social.
La indiferencia, el atontamiento, la anestesia corre por las venas ciudadanas con asombrosa normalidad. El aullido moral se aquieta en las entrañas y el horror del día siguiente oculta el anterior. ¿España no puede pagar la medicina del pobre que se muere porque no tiene un euro?. ¿Qué vilezas está obligado a perpetrar el gerente de hospital? ¿Quién decide sobre los protocolos médicos?. Un año más en esta deriva y el orgullo de nuestra sanidad pública tornará en vergüenza. Entonces de nada servirá la dedicación del médico y la abnegación de la enfermera y la auxiliar.
Sólo a unos locos furiosos, odiadores de lo público y la gente humilde, se les pudo ocurrir la salvajada que se comete en nuestra sanidad. Era aceptada por todos, admirada internacionalmente por su eficiencia y coste (casi cuatro veces menos que la norteamericana y por debajo de la media comunitaria) y perfectamente mejorable con diálogo político y con el sector. ¿Por qué lo hicieron? ¿Acaso por arañar unos cuantos millones de euros? ¿Para allanar el camino a los agresivos privatizadores? ¿O por ambos motivos al tiempo? De momento, sólo han conseguido aumentar el dolor del enfermo y encender la rabia del trabajador sanitario. ¡Ni siquiera han conseguido animar a los voraces privatizadores!. Lo que sí crece es una niebla de vergüenza y dolor. Cada día más espesa.
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La indiferencia, el atontamiento, la anestesia corre por las venas ciudadanas con asombrosa normalidad. El aullido moral se aquieta en las entrañas y el horror del día siguiente oculta el anterior. ¿España no puede pagar la medicina del pobre que se muere porque no tiene un euro?. ¿Qué vilezas está obligado a perpetrar el gerente de hospital? ¿Quién decide sobre los protocolos médicos?. Un año más en esta deriva y el orgullo de nuestra sanidad pública tornará en vergüenza. Entonces de nada servirá la dedicación del médico y la abnegación de la enfermera y la auxiliar.
Sólo a unos locos furiosos, odiadores de lo público y la gente humilde, se les pudo ocurrir la salvajada que se comete en nuestra sanidad. Era aceptada por todos, admirada internacionalmente por su eficiencia y coste (casi cuatro veces menos que la norteamericana y por debajo de la media comunitaria) y perfectamente mejorable con diálogo político y con el sector. ¿Por qué lo hicieron? ¿Acaso por arañar unos cuantos millones de euros? ¿Para allanar el camino a los agresivos privatizadores? ¿O por ambos motivos al tiempo? De momento, sólo han conseguido aumentar el dolor del enfermo y encender la rabia del trabajador sanitario. ¡Ni siquiera han conseguido animar a los voraces privatizadores!. Lo que sí crece es una niebla de vergüenza y dolor. Cada día más espesa.
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