Rajoy es muy dado a poner sordina a todo aquello que no le gusta o molesta. Normalmente llega a conseguirlo. Es un maestro de los silencios y los mutis por el foro. Sostiene con tesón que si los suyos no hablan de lo que no les interesa: desempleo, recesión, recortes, Bárcenas… limitan de manera muy notable el efecto demoledor que estas catástrofes tienen sobre su gobierno y el PP.

En este claustro románico para el silencio y el olvido también ha metido a Cataluña y su declarada marcha hacia la independencia. Ha decidido -como en el caso Bárcenas – que lo de Cataluña no es un problema político sino exclusivamente judicial. Serán los tribunales, cuando toque, los que decidirán sobre la legalidad o no de los pasos hacia la secesión iniciados por el independentismo catalán. Por ello se afana en dotar a Cataluña de una fiscalía rocosa en cuanto a la españolidad y en la promoción hacia la presidencia del Tribunal Constitucional de un proclamado centralista.

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