Conocí a Jordi Pujol en 1964, recién regresado a Barcelona tras su estancia de dos años y medio en la zaragozana cárcel de Torrero y un año de destierro en la ciudad de Girona. Le traté durante años con respeto, siempre desde la crítica y la discrepancia ideológica y política. Cuando ya no era presidente de la Generalitat, tras una distendida conversación radiofónica que mantuvimos y ya en privado me preguntó cuál sería, en mi opinión, su legado político. Se quedó sorprendido cuando le contesté que su herencia política sería TV3. Han pasado ya algunos años desde entonces y sigo pensando lo mismo. Después de casi un cuarto de siglo de sucesivos gobiernos de la Generalitat presididos por Jordi Pujol, desde el 24 de abril de 1980 hasta el 17 de diciembre de 2003, TV3 es la única auténtica “estructura de Estado” creada en Cataluña.

Desde su creación en 1983 TV3 ha sido la piedra angular de la construcción del relato nacionalista. En un proceso progresivo e imparable de apropiación patrimonial y sectaria de lo que debió haber sido un servicio público plural y neutral, que ni tan siquiera pudo ser neutralizado durante los pocos años de gobiernos de la Generalitat presididos por los socialistas Pasqual Maragall y José Montilla, TV3 -y con ella Catalunya Ràdio y el conjunto de emisoras de radio y televisión de la actual Corporación Catalana de Medios Audiovisuales (CCMA)-, ha construido una realidad virtual que poco o nada tiene que ver con la Cataluña real, afortunadamente mucho más plural y diversa de lo que estas emisoras presentan a sus espectadores u oyentes.

Sé muy bien de qué hablo. Fui miembro del consejo de administración de la Corporación Catalana de Radio y Televisión (CCRTV), predecesora de la CCMA actual, desde el mes de junio de 1983, antes del inicio de las emisiones, hasta finales de diciembre de 1996, cuando cesé en el cargo por dimisión. Con pocos consejeros más alerté repetidamente sobre el preocupante proceso que hacía de aquellas emisoras simples instrumentos de propaganda partidista y sectaria. Aquella alarmante deriva ha alcanzado durante estos últimos años, con el maldito procés, unos niveles de auténtico escándalo, de inadmisible fanatización, de la utilización servil de lo que debería ser un servicio público plural y neutral en un altavoz permanente y exclusivo de las consignas del movimiento separatista.

Se me dirá, y es muy cierto, que TV3 es la cadena líder de audiencia en Cataluña. Su liderazgo es sostenido desde hace años. Pero lo es con un público que se sirve en exclusiva de la misma TV3 y sus canales temáticos, así como de Catalunya Ràdio y sus emisoras filiales. Un público convencido ya de antemano, que solo quiere ver y oír lo que le ofrecen desde estos medios. Tanto es así que en las raras ocasiones en que aparece alguna opinión crítica o discrepante -cuando así sucede, siempre es una sola voz minoritaria, acallada de inmediato por la mayoría e incluso por el moderador o la moderadora, que forman parte siempre de la mayoría-, los telespectadores u oyentes protestan y le critican. Doy personalmente fe de ello, porque lo viví y padecía hace ya años, y sigo ocurriendo ahora.

Precisamente por esto, la retransmisión, el pasado martes por la noche, del debate entre representantes de las principales fuerzas políticas que concurren a las elecciones generales del próximo domingo -Gabriel Rufián por ERC, José Zaragoza por el PSC, Jaume Asens por ECP, Inés Arrimadas por Ciudadanos, Laura Borràs por JxCat, Cayetana Álvarez de Toledo por el PP, Ignacio Garriga por Vox y Mireia Vehí por las CUP- muchos de los telespectadores u oyentes fueron quedándose cada vez más extrañados, más sorprendidos, más escandalizados, más perplejos, en definitiva.

Porque resulta que, en contra de lo que TV3, Catalunya Ràdio y las restantes emisoras de la CCMA vienen diciéndoles de forma tan sistemática e insistente no es cierto. No es verdad que Cataluña sea solo una, que únicamente exista una opción, que tan solo haya una forma de entender el pasado y el presente de Cataluña, que solamente pueda existir una visión de futuro para Cataluña… Escuchar y ver cómo son, piensan, sienten y opinan los representantes de las principales fuerzas políticas catalanas dejó atónitos a muchos de los oyentes y espectadores de estas emisoras, a los que únicamente se les suelen ofrecer las voces de los secesionistas.

Fue como mínimo sorprendente que el supuesto moderador del debate fuese nada más y nada menos que el propio director de TV3, Vicent Sanchis -por cierto, reprobado por mayoría por el Parlamento de Cataluña, una cámara que al parecer puede abolir la Constitución y el Estatuto de Autonomía, promulgar unas leyes de desconexión e incluso proclamar la independencia de Cataluña en forma de república, pero que no puede cesar al director de TV3. Ni tan solo Sanchis pudo impedir que los ocho políticos intervinientes reflejaran una realidad que TV3 oculta o enmascara de forma sistemática: que la sociedad catalana no solo es plural y diversa, lo cual es siempre positivo, sino que, y esto es muy negativo, está profundamente dividida y fracturada. Una división o fractura que no es entre dos mitades, entre separatistas y constitucionalistas, sino en multitud de pedazos.

Para muchos espectadores de TV3 debió ser alucinante ver y oír los ataques cruzados que se lanzaron los representantes de ERC y JxCat, así como entre la representante de las CUP y sus dos ya citados oponentes separatistas, y entre todos ellos y un candidato de ECP supuestamente equidistante, o entre este mismo candidato y el del PSC, atacado por igual tanto por parte de ERC, JxCat, CUP y ECP como por parte de PP, Ciudadanos y Vox, mientras estas tres derechas hispánicas pugnaban también entre ellas, se descalificaban las unas a las otras y rivalizaban en lanzar todo tipo de amenazas e improperios a sus adversarios.

No, Cataluña no es ya “un solo pueblo”. Quizás nunca lo fue. Ahora está claro que no lo es. Parece difícil, casi imposible, que pueda volver a serlo algún día. TV3 puede volver a su realidad virtual, a la propaganda de un imaginario irreal. La realidad es la que es: Cataluña es un espejo roto en mil pedazos. De ahí la perplejidad, la extrañeza, la sorpresa de tantos espectadores atónitos al ver y oír una realidad que les ha sido ocultada. Pueden estar tranquilos: pasado este debate, sea cual sea el resultado electoral del 10N, ellos podrán ser viendo y oyendo una realidad virtual, ficticia, imaginaria.