Decía el cuplé de La chica del 17 aquello de: “¿De dónde saca, pa tanto como destaca?”. Quizás con acento francés o valón, pero desde luego sin el deje madrileño de Lina Morgan, esa pregunta repiquetea por los adoquines de Bruselas que pisa Carles Puigdemont rodeado de sus escoltas privados.

Hablamos de un hombre obsesionado por su seguridad, convencido, quién sabe por qué, de que vive en un peligro constante. Una paranoia que no es de ahora y se remonta a sus últimos días como presidente de la Generalitat. De hecho, su fuga peliculera a Bruselas, en mitad de la noche y con cebo vía Instagram, ya era un buen ejemplo de la manía persecutoria de Puigdemont.

Antes de ser depuesto por la vía del artículo 155, Puigdemont se trasladó a las dependencias oficiales de la Generalitat, donde se decía que vivía atrincherado y rodeado de una guardia de corps. Una seguridad que, en teoría, formaban los GEI, el cuerpo de intervención rápida de los Mossos d’Esquadra.

Incluso se llegó a rumorear que su función era evitar que Puigdemont fuese detenido, algo que habría sido imposible porque los encargados de este extremo habrían sido Policías Nacionales o Guardias Civiles bajo órdenes judiciales que los Mossos no podían ignorar.

Lo cierto es que, tras su destitución por el 155, Puigdemont pasó a ser expresidente de la Generalitat, lo que, a diferencia de los exconsellers, le daba derecho a tener una escolta de Mossos, aunque más reducida que cuando ostentaba el cargo. Sin embargo, los dejó atrás en su escapada a Bruselas.

Sin embargo, en la capital belga, Puigdemont sigue contando con una seguridad privada y las medidas de precaución que han constatado quienes se han reunido con él siguen siendo altísimas, sin que se termine a acertar a qué teme.

Puigdemont ahora no tiene protección ni de los Mossos, ni de la Policía Nacional ni de la Guardia Civil. Tampoco le ha puesto vigilancia la Justicia belga, ni el Gobierno local se la habría concedido, puesto que eso supondría que se le da trato de mandatario internacional y el conflicto diplomático subiría un escalón bastante elevado.

En La Razón, citan a fuentes conocedoras del caso que señalan que Puigdemont disfruta de un dispositivo de seguridad “que tiene que ser privado y, por lo tanto, costeado de su propio bolsillo o del de otros”.

El gasto de este dispositivo es desconocido, pero vendría a sumarse al resto de gastos que Puigdemont está haciendo en Bruselas. Hablamos del alojamiento y la comida en una de las principales capitales del norte de euro, además de la minuta de un abogado que cobra hasta 1.000 euros la hora. Junto al alquiler de locales para los actos políticos, los desplazamientos…

Al parecer, el dinero no falta. Al igual que la huida desde Girona a Bruselas, parece que el suministro pecuniario ya estaba previsto desde mucho antes. La fuente del dinero sigue siendo una incógnita, pero “tiene revuelta a la vecindad”.