Cataluña no está dividida en dos mitades, como una y otra vez aseveran unos y otros. Cataluña está ahora rota, partida en muchos, muchísimos pedazos. No son tantos pedazos como los siete millones y medio de ciudadanos que Cataluña tiene, pero sin duda son muchos, muchísimos más que esas dos tantas veces mentadas como supuestas mitades enfrentadas, de mayor o menos entidad. La realidad de la sociedad catalana es ahora mucho más compleja. Por mucho que se empeñen en presentarla como un enfrentamiento puro y duro entre dos bandos, lo cierto es que en cada uno de estos supuestos dos bandos hay muchos matices. No se trata de un blanco o negro; existen también muchos grises. Todavía más, hay infinidad de colores. En mi opinión, esto es muy positivo. Lo es porque una confrontación entre un blanco blanquísimo y un negro negrísimo nos hubiese conducido ya al enfrentamiento civil directo, a la violencia no ya verbal sino también física, que por desgracia practican ya algunos grupos extremistas.

Es muy cierto que lo que hasta hace pocos años fueron las lógicas e inevitables diferencias ideológicas, políticas y partidistas entre derechas e izquierdas, entre conservadores y progresistas, dejaron paso en Cataluña a otro tipo muy distinto de diferencias: las identitarias, esto es de identidad o identificación. El independentismo, que durante muchos años había sido un planteamiento muy minoritario y con escaso apoyo en las urnas, pasó a ser asumido y votado por sectores muy amplios de la ciudadanía de Cataluña, hasta llegar a alcanzar casi la mitad de los sufragios y conseguir la mayoría parlamentaria absoluta.

Las razones de este espectacular aumento del secesionismo han sido muchas. La contumacia del PP en el menosprecio e incluso el maltrato reiterado con que se ha enfrentado a este conflicto, primero en la oposición con su obsesión enfermiza por utilizarlo contra el Gobierno socialista presidido por Rodríguez Zapatero y aún mucho más desde la llegada de Mariano Rajoy a la Moncloa, ha contribuido en gran medida al crecimiento del independentismo. Con un relato ilusionante aunque falto de argumentos sólidos, aprovechando las pulsiones del populismo emergente para intentar ocultar unos recortes en políticas sociales que han superado todas las medidas de austeridad practicadas en el resto de España y apelando a todo tipo de emociones, sensaciones y sentimientos de identidad o de identificación, el independentismo catalán ha llegado a crear una realidad paralela, una realidad virtual que poco o nada tiene que ver con la realidad real de la Cataluña actual.

Las razón de este espectacular aumento del secesionismo: la contumacia del PP en el menosprecio e incluso el maltrato reiterado con que se ha enfrentado a este conflicto

El cerril empecinamiento con que el Gobierno del PP ha tratado este grave conflicto, negándose una y mil veces a intentar dar una respuesta política que vaya más allá de la pura y simple aplicación de la ley a través de los tribunales de justicia, ha tenido la contra en un movimiento secesionista que ha querido saltarse toda la legislación vigente, abolir la Constitución y el propio Estatuto de Autonomía e imponer una independencia ilusoria, sin contar siquiera con una mayoría social en Cataluña, no ya sin ni un solo apoyo extranjero sino contra las reiteradas advertencias en contra de todo tipo de gobiernos e instituciones internacionales, y también contra los repetidos avisos del mundo económico, empresarial y financiero.

El desastre es inmenso. De ahí que no existan ahora solo un par de Cataluñas enfrentadas a cara de perro, en una atmósfera social que en cualquier momento puede estallar. Ahora Cataluña es un espejo roto en mil pedazos. Cada una de estas dos supuestas mitades tiene sus divisiones internas cada vez más evidentes. No se trata ya de una simple cuestión partidista, de que no es lo mismo ERC que JXCat, ni son lo mismo los seguidores del expresidente Puigdemont que los restos de la antigua CDC, y todavía son mayores las diferencias de los unos y los otros con la CUP, del mismo modo que poco tiene que ver el PSC con los “comunes”, y todavía existen menos puntos de coincidencia de unos y otros con C’s o con el PP. En el seno de cada una de estas formaciones políticas existen también muchos matices. Si esto ocurre en todos y cada uno de estos partidos, está claro que en el conjunto de la ciudadanía catalana los matices son aún muchos mayores.

Del mismo modo que no hay que llorar por la leche derramada, esta no es la hora de llorar por el espejo roto en mil y un pedazos. Es la hora de intentar recomponerlo, aunque por desgracia sea por ahora absolutamente imposible volver a aquel espejo anterior, que ahora tantos añoramos. Es la hora de recuperar no ya una convivencia de verdad sino de conseguir, al menos, algo así como una coexistencia ordenada, libre y pacífica. Todavía estamos a tiempo de conseguirlo. Si no, unos y otros acabaremos tirándonos los innumerables pedazos del espejo a la cabeza.