Artur Mas, en una imagen de archivo durante su intervención en la Diputación Permanente del Parlament. Foto: EFE



Sí, pero no. Repasando lo que se dice de Artur Mas y su investidura por parte de las CUP, el resultado es como la letra de un bolero o, ya puestos, las del Dúo Pimpinela. Sí y no, te quiero pero te odio, ámame y déjame, en fin, lo que en castellano se denomina un sin Dios.
Hay que conocer de cerca la política catalana y saber cómo se mueve detrás de las bambalinas para descifrar la gesticulación que se está representando ante la mirada atónita de los catalanes. Que las CUP ya dijeron de entrada que no a Mas, es público y notorio. Que digan que siguen negociando, y que la gente de Junts pel Sí lo confirme, es raro, teniendo en cuenta que Mas desea ser el candidato.

Si Mas quiere de nuevo la presidencia y las CUP no lo aceptan, ¿qué negocian? ¿Otra declaración como la impugnada por el estado? ¿Fórmulas “imaginativas”? ¿Un programa económico marxista acorde con la ideología neocon de Mas? ¿O la cuadratura del círculo?

La verdad, más sencilla de lo que dicen los políticos, es que Mas sabe que es un cadáver político. El mismo comenta en petit comité que, posiblemente, acabe ingresando en prisión. Y añade que la foto de su entrada en el hotel rejas – él no lo llama así porque es de buena familia – quiere que sea por defender la independencia y no por un posible delito de corrupción. Sueña emular a Jordi Pujol, preso por cantar en el Palau de la Música. Pretende pasar a la historia como un héroe, y no como el hombre de los dos tesoreros imputados, el delfín del corrupto que tuvo que confesar, el amigo íntimo del hijo del confeso al que la justicia tiene imputado, el del partido tres por ciento.

¿Qué necesita para cumplir su objetivo? A CDC no, por descontado. Todas las encuestas vaticinan la hostia, citando a Rita Barberá, que van a pegarse en las próximas generales. A Esquerra, menos, porque Junqueras y Mas no se soportan, aunque finjan que se aman.

Mas necesita lo que en prestidigitación se denomina “el prodigio” y en cine “suspensión voluntaria de la realidad”, es decir, una excusa plausible de cara a la gente que cree aún en él como el mesías salvador de la patria catalana.

Ésa excusa son las CUP. Y lo saben.

El pacto no escrito
Más allá de los artículos y declaraciones por parte de dirigentes de las CUP, como el de Blanca Serra, histórica del independentismo radical, en llibertat.cat bajo el título de “Cop de CUP”, golpe de CUP, o las declaraciones de la diputada cupaire Eulàlia Reguant, en las que dice que siguen negociando, o el artículo que firman en El Periódico el ex diputado David Fernández, y los diputados Anna Gabriel y Benet Salellas, en nombre de las CUP, que da largas al asunto, la formación radical abertzale le está haciendo el favor del siglo a Mas.

Cada día que pasa, es un día menos que falta para las elecciones generales. Mas desea un totum revolutum, mezclar churras con merinas, política española y catalana, casos de corrupción con proceso, políticas austericidas con el “España nos roba”. Un ejemplo de ello es la decisión del ministro Montoro de que los fondos del FLA sean, dijéramos, finalistas, y sirvan para pagar la deuda de Mas con las farmacias y no para celebrar otro Tricentenario del 1714. Mas ya ha dicho que Cataluña está intervenida, igual que ha dicho que hay que crear un partido nuevo, una especia de gaullisme a la Mas, porque todo lo que no mata, engorda.

En ésa ceremonia de la confusión que omite en el debate político en Cataluña el empleo, la sanidad, la educación o la corrupción, las CUP son cómplice con su tacticismo, con sus sí pero no, con su estamos negociando, pero ya veremos. A Mas se le acaba el tiempo y cada segundo que gana es un soplo de oxígeno para su persona. A las CUP ya les va bien erosionar, porque ése es su papel, son un partido antisistema y lo que pretenden es cargárselo y no otra cosa.

Ahí radica el pacto no escrito y no formulado entre Convergentes y cupaires, en dejar que pasen los días, que la situación sea más y más enredada, confusa, insoportable. Todo ello supone, al final, convocar nuevas elecciones, claro. Pero ninguno de los dos actores de ésta tragicomedia quieren decirnos aún como acaba la obra, aunque el final sea previsible para cualquier espectador.

Son, insistimos, como el Dúo Pimpinela. Fingen el desamor ante el público, que se emociona, pero cuando acabe el disco, que acabará, los dos saldrán ganando. Que no lo vean los independentistas de buena fe muestra de lo fácil que es engañar a la gente cuando se apela a sentimientos y banderas y se dejan razones y argumentos a un lado.