Lo que con más urgencia necesitan las izquierdas el próximo 10 de noviembre es incrementar la participación, mucho más amenazada entre sus votantes que entre los del Partido Popular y Vox, cuyos líderes, por cierto, se dieron anoche un festín con el cadáver de Rivera. Los votantes de Ciudadanos están huyendo en masa y su líder no fue capaz de frenar la desbandada.

El debate de anoche fue un fracaso para la izquierda porque Pablo Iglesias y Pedro Sánchez no lograron seducir a esa franja –tal vez no muy abultada pero sí significativa– de votantes decepcionados por habernos llevado ambos a una repetición electoral que la derecha está determinada a aprovechar.

La gran pregunta de la noche: ¿cómo salimos de ésta? quedó sin respuesta, y eso es malo para PSOE y Unidas Podemos .

Sánchez no perdió pero no ganó

El debate de anoche engorda la abstención… de la izquierda. Sánchez tal vez no perdió pero tampoco ganó: mala noticia para él, pues, apurado como está por las encuestas, lo que realmente necesitaba el candidato socialista no era no perder, sino más bien ganar, es decir, amarrar los votantes que ya tiene y sumar otros nuevos.

Lo refleja bien la crónica de urgencia de Javier Pardo para este periódico: Pedro Sánchez "logra salvar los muebles" en un debate que "deja más preguntas que respuestas".

En demasiadas tomas televisivas se vio a un Sánchez que parecía comportarse como un autómata: aseado, pero no persuasivo, correcto pero no seductor.

Una imagen muy repetida fue la del candidato socialista mirando con gesto oblicuo y algo torvo sus papeles, pero no tanto para preparar respuestas como para no tener que contestar preguntas. El Sánchez audaz de otros combates dio paso a un Sánchez huidizo que eludía una y otra vez el cuerpo a cuerpo para refugiarse en su rincón institucional.

Pedro no salió del debate con heridas de consideración, pero sí con aparatosos rasguños. Decididamente, al presidente en funciones no se le dan bien los combates múltiples de este tipo. Ni contestó a las preguntas incómodas que le formularon sus adversarios ni, lo principal, aclaró cómo piensa desbloquear un bloqueo que no es meramente parlamentario, sino de país.

Un hombre acabado

Aunque la exhibición del adoquín tuvo su punto de buen espectáculo televisivo, Rivera se limitó a confirmar su defunción: como diría Papini, es un hombre acabado.

Anoche necesitaba hacer algo que lo sacara de la sima en la que él mismo se ha hundido, pero no lo hizo. O lo que hizo fue insuficiente.

Nadie puede salvar ya al ciudadano Albert. A conservador le gana Casado y a patriota le gana Abascal. La codicia electoral ha cavado su tumba. Quien logró hacer de Ciudadanos una esperanza de cambio transversal desde civilizadas convicciones liberales, ha convertido a su partido en un juguete roto.

 ‘Lean mis labios’

En cuanto a Pablo Iglesias, una de su cualidades menos resaltadas es que, en los debates televisivos, es, con diferencia, el líder que mejor saber poner cara de bueno. Anoche, Pablo Casado intentó competir en eso con él, pero ni de lejos lo superó.

Miren mis ojos, lean mis labios: el tono, el gesto, la dicción y el talante de Iglesias recordaban a esas acogedoras voces femeninas que últimamente protagonizan las campañas publicitarias de radio y televisión de bancos, compañías de seguros, gigantes energéticos y oligopolios tecnológicos: voces sinceras, cercanas, dolientes, voces tiernas sin empalago, bondadosas sin mansedumbre, francas sin histrionismo. Escuchándolas, nadie diría que sus clientes son quienes son y hacen lo que hacen.

Por supuesto, no quiere decirse con esto que Iglesias ponga cara de bueno cuando en realidad es malo: no parece que sea un hombre peor ni mejor que los demás; quizá su principal defecto sea que nunca estaría de acuerdo con Chesterton cuando dijo aquello de que todos los hombres son ordinarios y los extraordinarios son únicamente aquellos que lo saben.

Santiago y cierra España

¿Y Casado? Sus mejores momentos fueron cuando formuló a Sánchez preguntas que este no podía contestar, pues de hacerlo se habría metido en un lío. El líder del PP estuvo pulcro pero sin garra.

De algún modo, fue junto a Abascal el ganador de la noche: no por haber estado brillante, sino por no haberse equivocado, porque no hizo nada que pudiera truncar su estrella ascendente en las encuestas. No disparó sus expectativas, pero no las frenó, y eso en su caso equivale a ganar.

Quien mejor estuvo en la derecha fue Santiago Abascal y quien mejor estuvo en la izquierda fue Pablo Iglesias, pero con una diferencia importante: el líder rojigualda salió reforzado y puede que sumara nuevos votantes, mientras que el líder morado se quedó más o menos como estaba.

Si acaso, el momento más apurado de anoche para el ultra fue cuando Rivera lo puso ante su propio espejo recordándole sus mamandurrias autonómicas: 80.000 año por no hacer nada.

Si hubiera que narrar lo sucedido en términos futbolísticos, el relato sería resumidamente éste: Abascal coge la pelota, se interna como una flecha hacia el campo contrario, pisa el área enemiga y marca gol por la escuadra sin que, ante el estupor de la grada, ningún contrincante le haya salido al paso.

Sorprendente que Sánchez e Iglesias, tan listos ellos, guardaran silencio ante el discurso xenófobo, neofranquista y de tintes repugnantes en muchos momentos del líder ultra.