La situación que vive el Partido Popular en Andalucía ante las elecciones del 19 de junio guarda ciertos paralelismos con la vivida hace diez años por el Partido Popular de Javier Arenas ante las elecciones que le dieron la victoria en votos pero solo en votos. Como esos aspirantes a funcionario que aprueban la oposición pero no obtienen plaza, Arenas aprobó el examen electoral de marzo de 2012 ante José Antonio Griñán, pero la plaza de presidente se la quedó de nuevo el líder socialista.

El paralelismo entre 2012 y 2022 reside en que las expectativas electorales del PP andaluz dependen de lo que hagan otros fuera de Andalucía: entonces dependían del Gobierno de Mariano Rajoy y hoy dependen del Gobierno de Castilla y León, y más en concreto de su vicepresidente de extrema derecha Juan García-Gallardo.

La idea de Rajoy tras ganar por mayoría absoluta las elecciones generales de noviembre de 2011 era quedarse quieto y no tomar hasta después de las andaluzas de cuatro meses después las decisiones dolorosas que tenía que tomar pese a haber prometido que no las tomaría, como determinadas rebajas fiscales.

Tan evidente era la determinación del Gobierno del PP de no hacer nada que pudiera mermar las expectativas de Arenas que esperó hasta después de las elecciones andaluzas para aprobar los Presupuestos Generales del Estado, obligadamente restrictivos, según exigían la Unión Europea y las principales instituciones financieras globales.

A Rajoy le fue, sin embargo, imposible esquivar la presión internacional. La economía española exigía con urgencia, según la troica, medidas dolorosas y al presidente le fue imposible esperar a adoptarlas, como pretendía, hasta pasadas las elecciones andaluzas. El perjudicado directo fue Javier Arenas: muchos votantes andaluces desilusionados con el PSOE vieron que el Ejecutivo de Rajoy no estaba haciendo cosas muy distintas a las que se había visto obligado a hacer José Luis Rodríguez Zapatero.

A Juan Manuel Moreno Bonilla le sucede algo similar: sus expectativas electorales dependen en buena medida de lo que haga Vox en el Gobierno de Castilla y León, donde ocupa una vicepresidencia y tres consejerías. Un Vox de perfil excesivamente faltón y reaccionario es malo para el PP andaluz porque incita a los votantes de izquierdas a la movilización, que es justamente el problema que tienen el PSOE, Por Andalucía y Adelante, las tres marcas que se disputan el voto progresista.

Si se dice, no sin razón, que el rey emérito es una máquina de fabricación de republicanos, el vicepresidente castellanoleonés lo es de votantes socialistas, cuya participación masiva el 19-J es el principal temor de Moreno. En la última sesión de las Cortes de Valladolid, García-Gallardo exhibió sin complejos ese perfil faltón y camorrista de Vox que indigna a las izquierdas no menos de lo que incomoda al PP.

Tras preguntarle ella cómo consideraba que había que tratar a las mujeres con discapacidad, el también líder regional de Vox le dijo a la procuradora socialista Noelia Frutos, que padece una discapacidad: "Igual de bien que a los hombres con discapacidad; no la voy a tratar con condescendencia, lo voy a hacer como si fuera una persona como todas las demás”.

El exabrupto de García-Gallardo escandalizó a los colectivos de personas con discapacidad, encendió a las izquierdas y puso en apuros al presidente castellanoleonés, Alfonso Fernández Mañueco, que, preguntado por el caso, guardó un silencio pusilánime que debió sonrojar a más de un dirigente del PP. Preguntado al respecto por un periodista de La Sexta, el vicepresidente contestó: “Son ustedes una vergüenza para España”.

Desde Andalucía y al contrario que Mañueco, Moreno Bonilla marcó distancias con Vox aunque, como viene siendo habitual, sin mencionarlo expresamente: “Lo más importante en la política, independientemente de las legítimas posiciones que cada uno tenga, es el respeto y la tolerancia”.

El presidente -que en un acto en un colegio de Málaga definió a Andalucía como una comunidad “multicultural, diversa y plural”, palabras que olerían a cuerno quemado en la españolísima pituitaria ultra- volvió a reclamar el voto de una mayoría serena y transversal para formar un Gobierno estable. Moreno dijo que sería “inviable” un Gobierno que dependiera de un partido que sea “contrario al Estatuto de Autonomía y por tanto a la Constitución”.

Moreno no citó a Vox ni dijo taxativamente que no lo incluiría en su Gobierno. Fernández Mañueco sí lo dijo en su día y después tuvo que comerse sus palabras. La digestión de las mismas está siendo seguramente bastante más pesada de lo que el presidente castellanoleonés había imaginado.