En política hay cosas que se dicen pero no se pueden hacer y cosas que se hacen pero no se pueden decir. Lo primero tiene arreglo: basta con no prometer aquello que será imposible cumplir. Lo segundo, en contra de lo que piensa la líder de Podemos Teresa Rodríguez, no tiene arreglo: la política está condenada al bloqueo o a la inanidad si no reserva zonas de penumbra a las cuales no lleguen los focos. En esto la política no es distinta a las relaciones humanas en general, cuya destrucción estaría asegurada si no mediara en ellas la discreción, la opacidad y hasta la hipocresía. Ninguna familia, ninguna amistad, ninguna empresa podría sobrevivir sin un poco de hipocresía.Vienen estas consideraciones a propósito del enfado de Teresa Rodríguez con el Partido Popular y el Partido Socialista por haber tenido conversaciones sobre pactos municipales de cuyo contenido no han informado a la opinión pública andaluza. La secretaria general de Podemos ha visto esos contactos entre Susana Díaz y Juan Manuel Moreno el prólogo de un “acuerdo en la oscuridad” y el síntoma de “una relación vampírica, con mucho miedo a la luz pública”.EN LA CIMA DE LA DESCONFIANZALo que late en el fondo de la queja de Podemos es una radical e invencible desconfianza hacia el Partido Socialista, que es lo que habría llevado a la dirección regional del partido de Pablo Iglesias a poner en Andalucía unas exigencias para facilitar la investidura de Díaz que ninguna otra sección territorial de Podemos está poniendo para pactar con el PSOE, pues si las pusieran es seguro que el acuerdo sería imposible.La condición no suficiente pero sí necesaria para alcanzar acuerdos es querer alcanzar acuerdos: Podemos de Madrid, Barcelona, Valencia o Castilla-La Mancha sí tiene esa voluntad, pero Podemos Andalucía no la ha tenido. Otra cosa es que tenga buenas –y hasta muy buenas– razones para ello.El hecho sobrevenido tras el 22-M es que Podemos tiene la Alcaldía de Cádiz al alcance de la mano, pero para hacerse con ella necesita inexcusablemente al Partido Socialista, cuyo resentimiento por la actitud de Podemos ante la investidura de Díaz llevaba semanas esperando una oportunidad para aflorar. Pues bien, ya lo ha hecho: Cádiz es esa oportunidad.EL PRECIO DE EJERCER UN DERECHOTeresa Rodríguez está en su derecho de no moverse de sus posiciones para facilitar que Díaz sea presidenta, pero ejercer ese legítimo derecho ya tiene un precio. Un precio para Podemos, pero también un precio para el PSOE, que también pagaría un significativo peaje por despreciar la oportunidad histórica de desplazar a Teófila Martínez de la Alcaldía.Rodríguez intenta convencerse a sí misma de que la Alcaldía de Cádíz y la investidura son cosas distintas que nada tienen que ver una con la otra, pero es demasiado inteligente para lograr engañarse en eso. No es que ambas cosas tengan mucho que ver la una con la otra: es que no pueden no tener nada que ver la una con la otra.Y es en ese contexto de desconfianza mutua donde el Partido Socialista ha llegado, aunque no lo diga ni pueda decirlo, al convencimiento de que el acuerdo con Podemos para la investidura de Susana Díaz es imposible. Por eso lo está intentado ahora con el Partido Popular, con el cual es ahora posible un intercambio de cromos que ninguno de los dos partidos querrá llamarlo con ese nombre. Están en su derecho a hacerlo, como nosotros estamos en el nuestro a no creernos sus explicaciones.LA EDAD ADULTAPodemos está en una encrucijada, sí, pero también lo están los demás partidos andaluces, cuyo formato de gestión de los resultados del 22-M ha sido tan disparatado, por no decir tan infantil, que está haciendo muy difícil llegar en los ayuntamientos a acuerdos que de otro modo estarían cantados.Ninguno ha querido facilitar la investidura, desde luego, pero algo habrá hecho mal también la propia Susana Díaz para que ninguno haya querido entregarle los laureles legítimamente ganados en las urnas. El precio de esos errores lo están pagando todos ellos ahora. El 22-M los ha convertido súbitamente en adultos. Y ser adultos consiste en eso: en tener que pagar, tanto por las cosas que se han hecho como por las que no se han hecho. Y casi siempre mucho por las segundas que por las primeras.