Juan Manuel Moreno Bonilla es algo menos de derechas que Isabel Díaz Ayuso pero mucho más de derechas que las políticas que él mismo viene practicando. El presidente se sentiría seguramente más a gusto legislando de forma más explícita y generosa en favor de la enseñanza religiosa, la sanidad privada o los regadíos del entorno de Doñana, pero sabe que si se dejara llevar abiertamente por su inclinación ideológica perdería las elecciones.

En el primer mandato, su mayoría relativa lo obligaba a una cierta contención que los electores premiaron el 19 de junio pasado regalándole una espléndida mayoría absoluta. En este segundo mandato, la holgada mayoría parlamentaria de que disfruta le permite ser más fiel a sí mismo de lo que lo fue en el anterior. 

Es un hecho constatado en cualquier democracia que los grandes grupos económicos –vinculados, obviamente, a la derecha– mueven sus hilos e influencias para lograr una mayor participación en el reparto de la suculenta tarta del presupuesto público. Uno de esos grupos es el de la sanidad privada, cuyo atractivo para muchos ciudadanos es directamente proporcional al deterioro de la sanidad pública. 

El traje del presidente

Esta semana, el Consejo de Gobierno que preside Moreno ha abierto las puertas de la Atención Primaria a las aseguradoras privadas. La orden publicada el pasado jueves las autoriza a realizar, previo pago de generosos honorarios, consultas hoy reservadas a los médicos de familia del Sistema Andaluz de Salud. Oposición, sindicatos y usuarios se preparan para dar la batalla contra una medida cuyo alcance político es negado, con más voluntad que acierto, por la consejera de Salud, Catalina García. 

En su primer mandato, el presidente andaluz optó por la moderación… y vio que la moderación era buena… porque daba excelentes réditos electorales. Moreno no encarna exactamente la facción moderada de la derecha española: lo que encarna más bien es la facción neutra, flexible, incolora, atenta a las oportunidades más que a los principios, la facción especializada en ponerse de perfil. Un día se probó el traje de moderado y, viendo que todo el mundo aplaudía lo bien que le sentaba, decidió convertirlo en su traje de faena. Sin embargo, la mayoría absoluta lo tienta ahora poniendo a su alcance vistosos modelos cortados con el mismo patrón que aquellos que suele lucir Ayuso. 

Los otros 

La de Moreno es una manera de estar en política que no ha inventado él, sino que es más bien fruto colateral de estos tiempos descarnadamente utilitaristas. En esto, Moreno no es muy distinto de Pedro Sánchez, que viene gobernando sin complejos con un perfil claramente izquierdista pero que bien podría haberlo hecho con un perfil claramente liberal-centrista de haber formado gobierno con Ciudadanos en vez de con Podemos

Y lo mismo cabe decir del pobre Rivera o del incierto Feijóo. El primero se mostró inicialmente dispuesto a pactar con el PSOE y después casi adelanta a Vox por la derecha, convencido de que era la vía más segura para ser presidente del Gobierno. También Feijó recaló en Génova 13 vistiendo los pálidos colores de la moderación, pero pronto se fue al extremo contrario, convencido igualmente de que la templanza ideológica lo estaba alejando del poder. 

Ciertamente, ninguno de ellos es modelo de franqueza ni ejemplo de virtud, pero eso no los hace peores gobernantes; más bien todo lo contrario. Ser un buen gobernante requiere altas dosis de hipocresía, de pragmatismo, de doblez. También de olvido: olvido de los muchos pecados y traiciones que uno se ve obligado a cometer y olvido de los muchos desaires, descortesías y menosprecios de que los que uno ha sido objeto por parte de personas a las que, un día u otro, necesitará para alcanzar o conservar el poder. Se dice que los políticos tienen buena memoria para las ofensas recibidas, pero es todo lo contrario: son expertos en olvidarlas porque la voluntad de poder que los mueve así lo exige.

Un hombre de poder

Moreno no es tanto un hombre de centro como un hombre de poder, como así lo certifica su exitosa supervivencia en las covachuelas burocráticas del Partido Popular. Hasta su llegada al ruedo andaluz era un político bastante gris y apenas conocido, pero lo bastante astuto como para haber estado cobrando sigilosamente dos sueldos durante años: un sueldo como cargo institucional y un sueldo como cargo orgánico.

Moreno prefería sin duda no verse obligado a gobernar con Vox, pero no habría dudado en hacerlo si tal era la condición para conservar el poder. También Sánchez hubiera preferido no gobernar con Unidas Podemos ni depender de grupos independentistas, pero no dudó en hacerlo porque era la única manera de alcanzar y conservar el poder. Pero la 'culpa' no es solo de ellos: un político que no defiende con uñas y dientes el poder no es tomado en serio ni por sus votantes ni por su partido. Aunque también es cierto que un político que utiliza demasiadas uñas y demasiados dientes en defender su poder es visto con recelo y aun con miedo. 

Al abrir las puertas de la Atención Primaria a las aseguradoras, Moreno ha virado inequívocamente a la derecha. Se ha descentrado políticamente. Y lo sabe. Como sabe los riesgos que ello comporta: tan claramente los sabe que está poniendo sus mejores energías en negar el camino de la privatización que acaba de emprender. En realidad, no hay político que privatice la sanidad o la educación que no niegue rotundamente estar haciéndolo: tal negacionismo ejemplifica, una vez más, que la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud.