El historiador José María García Márquez, experto en el general golpista y criminal de guerra Gonzalo Queipo de Llano, atribuye 12.854 “casos documentados” de víctimas asesinadas a quien años después patrocinaría la construcción de la basílica de la Macarena y crearía una fundación para “amparar y proteger a la infancia desvalida”.

Sin embargo, ni ese ni otros datos igualmente estremecedores -que ni siquiera ha podido desmentir la historiografía revisionista más militante- han sido suficientes para convencer a la Hermandad de la Macarena de su exhumación. Por fin, la permanencia de sus restos en el lugar de honor que hoy ocupan en la basílica parece tener los días contados.

El ensayo de del historiador británico Paul Preston ‘La forja de un asesino: el general Queipo de Llano’ traza un perfil biográfico del militar africanista lo suficientemente explícito como para haber animado a los dirigentes de la Hermandad de la Macarena a dejar de anteponer su condición de cofrades a su condición de ciudadanos.

La investigación de Preston esta incluida en una obra colectiva publicada por la editorial granadina Comares en 2014, de la que fueron compiladores y editores los también investigadores Miguel Ángel del Arco y Peter Anderson. Titulada ‘Lidiando con el pasado. Represión y memoria de la guerra civil y el franquismo’, la obra, además del de Preston, reunía trabajos de investigadores como María Thomas, Gutmaro Gómez, Jorge Marco, Lucía Prieto Borrego, Encarnación Barranquero, Francisco Cobo o Teresa María Ortega López.

Es bien sabido que desde los micrófonos de Unión Radio Sevilla, Queipo de Llano incitaba a “matar a los rojos como a perros”, sembrando con sus alocuciones el terror en una población que, sobre todo entre las mujeres, sentía pánico imaginando la ferocidad de los legionarios y regulares marroquíes:

“Nuestros valientes legionarios y regulares -proclamaba el espadón- han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombres de verdad. Y de paso también a sus mujeres.  Esto está totalmente justificado porque estas comunistas y anarquistas practican el amor libre. Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres y no milicianos maricones. No se van a librar, por mucho que berreen y pataleen”.

El perfil que han trazado del general historiadores como Preston y muchos otros es escalofriante. El ensayo del experto británico se cierra con este párrafo sobrecogedor: "El hombre que había presidido el asesinato de decenas de miles de andaluces fue enterrado como un penitente de la Cofradía de la Virgen de la Macarena. No hay motivo para sospechar que se arrepintiese de ninguna de sus acciones".

Para Preston, Queipo fue “un matón y un chivato”, además de chaquetero, desleal, asesino…". Fue un jefe militar que "exigía a sus oficiales que siempre llevasen guantes y se dejasen bigote y que humillaba a aquellos cuyo aspecto no era de su agrado".

Aun así, la República "agasajó con ascensos" a quien habría de ser uno de sus verdugos, sin advertir que, pese a sus coqueteos iniciales, "carecía de compromiso real con el régimen democrático, habiéndose unido a las conspiraciones contra el Rey simplemente por deseo de vengarse por los supuestos desaires".

Es más, durante el periodo republicano "la disposición servil de Queipo para informar de sus compañeros derivaba del hecho de que quería el apoyo de Azaña" para ser diputado, aunque en realidad "creía firmemente en el derecho del Ejército a intervenir en política".

Durante la guerra, "Queipo animó y celebró sus atrocidades en sus charlas radiofónicas nocturnas, las cuales eran una incitación a la violación y al asesinato en masa", y sus discursos radiados "estaban repletos de referencias sexuales, las cuales, dada su naturaleza espontánea, arrojan luz reveladora sobre su estado psicológico".

A Queipo, según el historiador, "dada su mediocridad intelectual, lo que le faltaba de intelecto, parecía compensarlo en energía y agresividad". Siendo un adolescente "huyó del seminario arrojando piedras a los sacerdotes", fue "un mujeriego empedernido", protagonizó varios duelos y "su carrera estuvo caracterizada por una tendencia a la violencia incontrolada" propia de los psicópatas.

En fechas muy próximas al levantamiento militar, "al mismo tiempo que estaba jurando lealtad a Martínez Barrio, Queipo estaba también en contacto por correspondencia con el general Mola sobre su posible incorporación a la conspiración militar" ya en curso.

El bando de guerra de Queipo en Sevilla "fue empleado para justificar la ejecución de un enorme número de hombres, mujeres y niños que eran inocentes de cualquier crimen". Para dirigir la represión el general cofrade "escogió a un sádico brutal, el capitán de infantería Manuel Díaz Criado", al que Preston define como "un gángster degenerado que usó su cargo para saciar su sed de sangre, enriquecerse y lograr placer sexual".