De José Antonio Zarzalejos cabe decir lo mismo que de Mario Vargas Llosa: que a este país le iría bastante mejor si toda o siquiera la mayoría de la derecha fuera como ellos, tipos ambos no solo ilustrados, sino milagrosamente vacunados contra el virus del sectarismo y la destemplanza que tantas veces atenazan y ofuscan a las mejores cabezas de la derecha… y de la izquierda.

No pueden Vargas ni Zarzalejos desprenderse del sesgo conservador de sus opiniones –ni ellos ni nadie de las suyas–, pero al exponerlas no suelen olvidar que hay otras personas tan cultas, bienintencionadas y transigentes como ellos cuyo sesgo ideológico es el contrario y por tanto, quién sabe, podrían tener razón.

El Zarzalejos que hoy publica en El Confidencial el artículo titulado ‘Irene Montero y la mentira’ se distancia del que, con toda razón, respetan y admiran muchas personas de izquierdas.

La acusación

La tesis central del artículo, explicitada ya en el título, es que Irene Montero “faltó a la verdad” al declarar el pasado jueves que “el Ejecutivo no estaba advertido por ‘los expertos’ de la peligrosidad de celebrar la concentración feminista del 8-M y que quienes la critican por los efectos sobre la salud de miles de ciudadanos son, en realidad, unos machistas más o menos encubiertos, gentes de extrema derecha, que lanzan ‘bulos’".

La verdadera razón del Gobierno en general y de Montero en particular para no desaconsejar las concentraciones feministas fue, según el periodista vasco, que “el 8-M era un día de gloria personal y de lanzamiento del controvertido anteproyecto de ley de Igualdad Sexual. Era una jornada de insoslayable movilización”.

A ese objetivo ineludible de garantizar la ‘gloria personal’ de la ministra morada habría prestado su “connivencia” incluso el epidemiólogo Fernando Simón, director desde 2012 del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad y portavoz sanitario en la crisis del coronavirus, que dijo la víspera del ‘sábado de gloria’: “Si mi hijo me pregunta si puede ir a la manifestación del 8-M, le diré que haga lo que quiera”.

Reprocha, pues, Zarzalejos a Montero, y de paso a Simón, su negativa a “reconocer que la obligación gubernamental consistía en prohibir todos los actos deportivos, todas las concentraciones políticas y, entre otras, la manifestación feminista del 8-M”.

Las pruebas de cargo

Sustenta el periodista su grave acusación –coincidente esta vez con el PP y Vox– en las sucesivas advertencias de la Organización Mundial de la Salud declarando “emergencia mundial ante la expansión del virus” (El País, 31 de enero) o alertando al mundo de que “se prepare para una pandemia” (El País, 25 de febrero), y aun en los propios planes del Ministerio de Sanidad, que el 3 de marzo –víspera de la primera muerte por coronavirus, en Valencia– ya estudiaba “limitar los actos públicos en los focos del virus”.

En ninguna de las advertencias de la OMS citadas por el periodista figura la prohibición expresa de concentraciones, lo que, a la vista de lo sucedido en todo el mundo y siguiendo su hilo argumental, habría sido una temeraria negligencia de la propia OMS, pues, siendo consciente del gravísimo riesgo mundial, no hizo algo tan sencillo y tan fácil de implementar por cualquier Gobierno como recomendar dicha prohibición.

Recuérdese, por lo demás, que ya en septiembre pasado un informe de Naciones Unidas y el Banco Mundial, firmado por la antigua primera ministra de Noruega y exdirectora de la OMS Gro Harlem Brundtland, alertaba al mundo del serio peligro de pandemia planetaria por una gripe transmitida por vía respiratoria que sería particularmente letal. Aunque el informe urgía a los gobiernos a tomar medidas preventivas y prepararse para lo peor, ninguno le echó cuentas.

Entre Hanna Arendt y 'South Park'

Basta con ponerse un momento en la piel del personaje de la serie animada 'South Park' conocido como Capitán A Posteriori, para levantar acta general de acusación contra todos los presidentes del mundo por no haber prestado la más mínima atención a una advertencia tan grave de la ONU y el Banco Mundial.

A todos ellos cabría interpelarlos en los mismos términos en que lo hace Zarzalejos a Montero y al Gobierno de Sánchez, quienes estarían “faltando a la verdad” al no admitir lo temerario e irresponsable de su conducta: “¿No leyeron los periódicos?, ¿o vivían en otra galaxia?, ¿o los expertos no les dijeron la verdad porque les temían o les ignoraban?”. 

Este asunto, sentencia el analista, “no es político, ni ideológico, ni tiene nada que ver con el feminismo, sino con una cuestión de orden ético, cívico y democrático”.

Zarzalejos da, además, cobertura filosófica a sus reproches con esta oportuna cita de Hanna Arendt: "Las mentiras resultan a menudo mucho más verosímiles, más atractivas para la razón, que la realidad, porque quien miente tiene la gran ventaja de conocer de antemano lo que su audiencia desea o espera oír”.

Intentemos volver la frase de Arendt contra el articulista reformulándola en estos términos: "Determinadas tesis acusatorias resultan a menudo mucho más verosímiles, más atractivas para la razón, que la realidad, porque quien las sostiene tiene la gran ventaja de conocer a posteriori las consecuencias de decisiones que quienes las tomaron no podían razonablemente calcular”. El refranero ya previó, en fin, esta conducta ventajista con su descarnado "a cojón visto, macho seguro".

Errores y negligencias

Se diría que Zarzalejos acaba siendo víctima de aquello mismo que denunciaba la filósofa alemana. Su tesis tiene en realidad mucho más de verosímil que de verdadera, pues lo que se infiere de ella es, por ejemplo, algo tan moralmente repulsivo como que un padre llamado Fernando Simón es capaz de poner en riesgo la salud de su propio hijo solo por no desairar a una ministra; o algo políticamente tan inmundo como que un Gobierno es capaz de poner en riesgo la salud de todo un país solo por quedar bien con una franja determinada de sus votantes.

El problema del artículo de Zarzalejos es que culpa a Montero y a Simón no de haber cometido un error, sino de haber cometido una negligencia, es decir, de no haber hecho aquello que sabían que debían hacer.

Por trasladar el caso a la práctica médica: una negligencia médica es delito, pero un error es solo un error. No es lo mismo ser un mal médico que ser un delincuente. Zarzalejos acusa al Gobierno de haber cometido un ‘delito’, no un error. Su tesis no es negligente, desde luego, pero es errónea.