La vida no tiene precio. Tampoco lo tienen el amor, la libertad, el honor y tantos intangibles con los que convivimos desde que venimos a este mundo cruel donde todo tiene un precio.
Pero en un tiempo como el actual en el que la identidad se convierte en la madre patria con la que enfrentarse a las madres patrias de los otros en una guerra sin cuartel, sin plazos y sin límites físicos porque el campo de batalla es virtual, hay que preguntarse cuánto nos cuestan las políticas públicas que desencadenan los conflictos que, con el paso de los años, acabarán siendo violentos.
Viene todo este preámbulo a cuento de las preguntas retóricas que circulan en la actualidad sobre lo que nos cuesta la falta de gobierno, el proceso desencadenado por los partidos independentistas, el coste del estado autonómico o la inacción ante el desastre climático en el que estamos metidos.
A estas preguntas con muy pocas respuestas, añadiría otros muchos interrogantes que nos pueden ayudar a desentrañar la enrevesada situación política actual. Los cálculos trucados de las balanzas fiscales hechos por el independentismo catalán ponen precio a la falsedad de “España nos roba,” pero cabe contrapreguntar cuánto nos roba el Govern con su irresponsable toma de partido por la unilateralidad, algo que el juicio contra el procés ha puesto en claro pero ha quedado emborronado, finalmente, con las penas de cárcel a los dirigentes encausados.
El coste del pulso al Estado que se mantiene en la actualidad es elevadísimo y, por lo tanto, prohibitivo. No es solo el conflicto catalán, la resistencia a los consensos entre adversarios, es otro pozo al que no se le ve el fondo. Pero nadie plantea el lucro cesante de la inactividad del Parlamento.
Otras preguntas incómodas son las dirigidas a saber qué se gana con las ventas de armas a países en guerra o que reprimen a sus ciudadanos y que luego se convierten en exportadores de migración forzada a nuestro propio país.
El rápido acuerdo para aumentar el gasto militar de los países de la OTAN adoptado en la cumbre de Londres de este mes de diciembre, contrasta con la falta de acuerdo de la cumbre del Clima y nadie se pregunta el por qué.