Los días históricos saben a ceniza en la boca de los vencidos. La aldea gala del socialismo español ha caído por fin en poder de los romanos. Susana Díaz no ha logrado ser el Astérix que tantas esperanzas suscitó en 2013 entre los suyos para mantener a raya a las cohortes de Roma, y no solo en la Bética, sino en toda Hispania. Como las legiones, cuando la derecha llega a los sitios no es fácil echarla.

Las dos jornadas de la sesión de investidura que culminaba este miércoles al filo de las muy lorquianas cinco de la tarde con la designación de Juan Manuel Moreno Bonilla como presidente de la Junta de Andalucía han transcurrido con cierta languidez, como si en ellas no hubiera sucedido un hecho histórico. Con minúsculas, ciertamente, pero histórico.

Los discursos

La culpa de ese encefalograma parlamentario más bien soso ha sido en gran parte de Juanma Moreno. El nuevo presidente necesita con urgencia un buen escritor de discursos; debería pedirle a Mariano Rajoy que le pase el nombre del suyo, que ahora con Pablo Casado no debe de tener demasiado trabajo.

De las intervenciones de los grupos parlamentarios, la más fúnebre ha sido la de Teresa Rodríguez, portavoz de Adelante Andalucía; la más reveladora, la del ‘vóxer’ Francisco Serrano; la más funesta, la de la socialista Susana Díaz.

La menos vibrante ha sido la del futuro vicepresidente Juan Marín, que ni siquiera el día de entrar por la puerta grande de la historia andaluza ha perdido esa flema suya más británica que andaluza.

Yo, el que manda

Moreno será el presidente andaluz que ocupe San Telmo con menos apoyo popular, un dato llamativo que en realidad no tiene demasiada importancia si se tiene un poco de suerte y verdadera madera de líder.

Algunas personas de su partido con buena información interna lo encuentran algo flojo, aunque su exitosa trayectoria salarial no les dé del todo la razón. Les inspira más confianza el también malagueño y todavía presidente de la Diputación Elías Bendodo, llamado a ser el futuro hombre fuerte del Gobierno autonómico.

Tal vez sea flojo Moreno pero tiene el poder, y el poder suele hacer fuertes a los débiles. En su último turno de palabra se vino arriba y mandó este aviso: “En el PP de Andalucía mandó yo”. Se notó que eso no se lo había escrito nadie porque le salió del alma.

¿Con sangre o sin ella?

El nuevo presidente andaluz repite mucho las palabras diálogo, conciliación, entendimiento o concordia. No es eso lo que quiere la nomenclatura de Génova ni tampoco los votantes del Partido Popular o de Vox, aunque puede que no tanto los de Ciudadanos, una parte significativa de los cuales provienen del propio Partido Socialista, con el que están decepcionados pero no resentidos.

Mientras Ciudadanos quiere cambio sin sangre, el PP y Vox piensan que sin un poco de ella no hay verdadero cambio.

Alfombras

Más allá de la literalidad del discurso de Bonilla, el nuevo Gobierno viene con la determinación de levantar las alfombras tras 36 años de administraciones socialistas.

No obstante, la historia sugiere que los verdaderos especialistas en encontrar tesoros bajo las alfombras del pasado son quienes las pisaron en su momento. Los grandes escándalos de corrupción salen a la luz de la mano de uno de los nuestros que, por distintas circunstancias, ha dejado de serlo. Los sabuesos gubernamentales puede que solo encuentren calderilla. Es difícil saberlo.

Como un toro

Para el nuevo Gobierno, formado por dos partidos de derechas pero a fin de cuentas civilizados, no será fácil apañárselas con un socio de vocación selvática como Vox.

Los ultras pueden dar grandes tardes en el coso del antiguo Hospital de las Cinco Llagas. Con la divisa España marcada a fuego en el lomo, han saltado a la arena parlamentaria bufando como un toro al salir del chiquero, los pitones bien afilados y embistiendo ciegamente contra cualquier trapo de color rojo o morado.

El Grupo Popular necesitará un diestro experimentado que sepa templar a la bestia.

La ley del marrón

En el PSOE hay algo más que preocupación. Andan perdidos, melancólicos, conmocionados, entonando tristes endechas por la pérdida de al-Ándalus, su tesoro, su buque insignia, su Titanic.

Aún se están preguntado cómo fue posible que no vieran venir el iceberg que los ha derribado. No obstante, sí hay algo que todos tienen bien aprendido: en política se come el marrón quien está al frente de los ejércitos derrotados.

Este 16 de enero del año 2019 Susana Díaz ha empezado oficialmente a comerse el marrón. Le quedan por delante muchos días de desolación que no podrá exteriorizar públicamente para no desmoralizar todavía más a la tropa. Su única esperanza es mantener el partido unido en torno a ella, pero será difícil dadas sus circunstancias y la valía del reino perdido.

La bolsa rebelde

Esas circunstancias de Díaz son que la guerra socialista quedó inconclusa, con una victoria clara de Pedro Sánchez, pero tras la que quedó una bolsa de territorio rebelde, perfectamente autosuficiente, donde los vencidos se hicieron fuertes.

Pero eso ha empezado a cambiar. El batacazo socialista 2D ha sido una derrota de Susana y una victoria de Pedro: éste percibe, con razón, el naufragio del Titanic como una ocasión de oro para despojar a su capitana de los distintivos de mando y fusilarla de una maldita vez.

¿Qué nos ha pasado?

En realidad, las elecciones del 2-D han devastado a toda la izquierda andaluza. El PSOE lo sabe bien porque en su derrota lo ha perdido todo; Podemos e Izquierda Unida todavía no parecen ser conscientes de la suya, encubierta por la magnitud de la debacle socialista, a la que los medios han dirigido hasta ahora toda su atención.

Teresa Rodríguez y Antonio Maíllo también estarán preguntándose qué nos ha pasado. Nadie lo sabe a ciencia cierta, pero la ley que prescribe quién se come el marrón en caso de desastre también tiene jurisdicción sobre ellos.