Desde que las Ciencias Humanas estudian el comportamiento de las personas, se sabe que las rutinas son un procedimiento económico que nos ahorra energía y trabajo en nuestra vida cotidiana y la prueba es que, leído este titular, nuestra inteligencia habrá seleccionado inmediatamente de entre el bosque de la memoria el árbol de la Primavera y sabrá que es a esa época del año a la que quiero referirme. Inmediatamente seleccionará de entre las experiencias personales, las que se han vivido en esa estación, quizá la más vital de las cuatro por cuanto es la época crítica cuando el cuerpo y el espíritu experimentan el vigor de lo germinal y la pujanza de lo emergente en espera de que se cumpla lo establecido en el ciclo de la vida, sobre todo de la vegetal y animal, cosa que las culturas y las religiones han sabido plasmar y fijar desde antaño y, por eso, mayo, que es el mes primaveral por antonomasia, es el mes de las flores y, por traslación interesadísima, el mes de María, la madre de Jesús, porque, como decían los romanos antes de conocerse el análisis genético y el test de paternidad, mater semper certa, pater incertus.
Y digo más, en esto de las Ciencias Naturales, por muy cientìficas que sean, la remoción de los instintos reproductivos se denomina metafóricamente la sangre y todo el mundo lo entiende, no pasa nada y nadie lo considera mal o impropiamente dicho. De hecho, la voz sangre da mucho juego semántico en nuestras lenguas occidentales y más en las llamadas lenguas de cultura, en las que se tiene mala o buena sangre o leche o baba o entrañas o Cristo que lo fundó, en Granada, resolvemos el expediente diciendo que tenemos o tienen mala follá, en Úbeda, mi pueblo, mala sombra, mala fondinga, etc.
El caso es que, en punto al sentir popular, antes o después nos topamos con las creencias, la religión, el sexo, lo escatológico, el tabú o todo aquello que nos toca las fibras más sensibles de nuestra espiritualidad material o de nuestra materialidad espiritual, eso que conforma dualmente la unidad insoslayable de nuestra diversidad ilemórfica, sea dicho con permiso de la doctrina de Santo Tomás de Aquino a quien dios mandó adherírsele a la cintura un ceñidor ígneo irresistible para bajarle las fuerzas del vigor sexual que se le habían soliviantado con motivo de no sé qué excitación primaveral de esas que nos hacen conocer que ya está aquí la estación cuando salimos a la calle por estas fechas y vemos deambular por ella a las mocicas, como decíamos pícaramenrte en mi pueblo y supongo que, correspondientemente, también lo dirían ellas de nosotros, los mocicos juntaderos y nos olíamos como los perros, sin ánimo de señalar ni de ofender.
Y miren ustedes hasta qué punto es esto verdad, que por la mañana, he salido a la calle y he sentido un sofoco de aceleración cordial en forma de intensificación descontrolada de los pulsos que convenía estupendamente al título de esta columna: la primavera la sangre altera, y el pulso y el ritmo de la gobernación corporal y, para decirlo con la intensidad metafórica de lo eyaculatorio, el vaciamiento intensísimo de lo propio en lo ajeno a un ritmo de caballo desbocado alcanzando la meta a fuerza de golpes de la sangre sin control y luego, la languidez tras culminar la cima y la laxitud del abandono definifivo. Así es el sistema poético de la mística tan reincidente en expresar la bipolaridad sexual que tantos disgustos les costó a nuestros y nuestras poetas de la intensidad amorosa en clave religiosa: Ay llama de amor viva, qué dulcemente hieres. Y la consecuencia ha sido un desmayo y un sin vivir cercanos al desmadejamiento más absoluto, la promesa a la fisioterapeuta de consultar con el médico de cabecera y de procurar el replanteamiento del tratamiento farmacológico para evitar males cordiales mayores, consecuencias indeseadas de la Primavera que solo desaparecerán con la plenitud sofocante de la canícula.
Por eso Trump desafía la inexorabilidad del cambio climático y Aznar nunca creyó en él.