Juan Marín no se ha hecho más de derechas pero su partido sí. Y no tanto su partido en Andalucía como Ciudadanos en tanto que marca nacional a la que las encuestas vienen legitimando desde hace meses como virtual sucesor del PP en la hegemonía del centro derecha español.

Derechización y demoscopia

El partido de Albert Rivera tiene a la vista la tierra prometida del sorpasso al PP y no quiere que se le escape: en consecuencia, ha decidido reorientar toda su estrategia hacia ese objetivo y suprimir de su identidad cualquier excrecencia socialdemócrata que pueda ofender a una parroquia mayoritariamente procedente de las filas conservadoras y dispuesta a permanecer fiel Rivera… si Rivera permanece fiel a ella.

La derechización general de Ciudadanos parece tener causas demoscópicas. Su irresistible ascenso en las simpatías de los votantes no estaría provocado por aquella derechización, sino más bien al revés: al encontrarse con tan súbito y espectacular acopio de votantes decepcionados del PP, Ciudadanos ha decidido a toda costa no perderlos y de ahí su también súbito y en cierto modo espectacular repliegue conservador.

Ser o no ser (oposición)

El curso político andaluz comienza muy marcado por ese nuevo contexto demoscópico, que también se da en la comunidad que preside Susana Díaz gracias al pacto de investidura con Ciudadanos. Las encuestas autonómicas predicen una victoria holgada del Partido Socialista (en el entorno del 30/35 por ciento de los votos), seguido a la par por populares y naranjas (20/25 por ciento cada uno) y algo más descolgados pero tampoco mucho IU-Podemos (15/20).

El ascenso y derechización de Ciudadanos pueden convertir la segunda investidura de Díaz en un infierno de duración no inferior a los llamados 80 días que la presidenta tuvo que esperar en 2015. Si Cs se sitúa por delante del PP, quedará automáticamente investido como Primer Partido de la Oposición, un título no oficial pero muy real; y aun quedando por detrás, las elecciones municipales y autonómicas estarían a la vuelta de la esquina y para los naranjas no sería la mejor carta de presentación ante su flamante electorado conservador haber prolongado cuatro más los 40-años-de-socialismo-andaluz.

El riesgo de hiperinflación

En ambos casos, parece poco probable que Juan Marín y Albert Rivera estuvieran dispuestos a ponerle a Díaz las cosas tan fáciles como se las pusieron en 2015, de manera que es casi seguro que se encarecerá extraordinariamente el precio público o bien de la investidura o bien de la propia legislatura. O de las dos.

Puede que, en el mejor de los casos para Díaz, de entrada Ciudadanos facilitara la investidura gratis y como muestra de su sentido de Estado, pero lo más probable es que, una vez conjurado el fantasma de una repetición electoral, los de Rivera solo garantizaran la estabilidad a un precio que tal vez los socialistas no pudieran o no quisieran pagar.

La otra orilla

En ese más que probable escenario, Díaz tendría que girar la mirada hacia su izquierda. Ya lo hizo en 2015 pero salió escaldada: escaldada y convencida de que Podemos tenía decidido de antemano que no votaría su investidura. Podemos, por su parte, piensa lo mismo: que Díaz nunca quiso realmente sus votos porque la habría comprometido con políticas auténticamente de izquierdas a las que el susanismo ha dado la espalda.

Hoy por hoy resulta inimaginable un acuerdo de investidura o de legislatura entre el Partido Socialista y la futura Adelante Andalucía, marca electoral de la confluencia de IU con Podemos, pero también resultaba inimaginable en 2011 que solo un año después Izquierda Unida iba a formar gobierno de coalición con el odiado PSOE en la Junta de Andalucía.

Bondades de la aritmética

El abismo que separa a ambas orillas de la izquierda en el sur tiene más de emocional que de propiamente ideológico, y de ahí que sea tan difícil de salvar: no hay en puridad mayor distancia ideológica entre el Podemos de Pablo Iglesias y el PSOE de Pedro Sánchez que entre el Podemos de Teresa Rodríguez y el PSOE de Susana Díaz, lo que sí hay es una mayor distancia afectiva.

Sánchez e Iglesias pueden entenderse porque lo que media entre ambos son solo negocios; Díaz y Rodríguez/Maíllo tienen mucho más difícil –pero no imposible– pactar porque su relación es bastante más crispada: en los reproches a Teresa Rodríguez y Antonio Maíllo a Susana Díaz –y en los de ésta a aquéllos– late algo más que una profunda –aunque no insalvable– discrepancia política, late un aborrecimiento que en ocasiones ha rozado la ofensa.

Aun así, nada que la aritmética no pueda arreglar: si la relación de fuerzas de la Cámara los obligara a pactar porque de no hacerlo habría que repetir las elecciones, ambos se mostrarían dispuestos a revisar sus sentimientos. Podrían no hacerlo, ciertamente, pero tal negativa podría ser resultar letal para el uno, para el otro o incluso para ambos.