Los enemigos declarados de la tuna estamos de luto. Lenta pero irremisiblemente, íbamos ganando la guerra que desde hace décadas venimos librando en pro de la desaparición de la tuna de las universidades de Andalucía, España y la Humanidad y de pronto, ay, dolor, en una noche, en una hora, qué digo, en unos minutos apenas hemos cedido dramáticamente un buen trecho del terreno conquistado en años.

En auxilio del debilitado prestigio de la tuna vino el pasado 31 de agosto en Sevilla el actor norteamericano Kevin Spacey cuando, de vacaciones en la ciudad, se unió sin empacho alguno a varios componentes de la Tuna de la Facultad de Derecho que esa noche andaban castigando los incautos oídos de los viandantes, cuya discreción y buena educación al no proferir gritos ni insultos contra los plastas cantores estos interpretan como asentimiento y aun admiración a sus polvorientas coplillas y cabriolas.

Relatan las crónicas que Spacey, desde hace tiempo sin apenas presencia pública tras las verosímiles acusaciones de abuso sexual a jóvenes actores, inconsciente del daño irreparable que podía provocar se sumó alegremente a los tunos, cogió una guitarra que no sabía tocar y unió su voz para desafinar al unísono con quienes en esas fechas mejor harían en estar repasando los apuntes de Romano para los exámenes de septiembre que mortificando sin piedad a sevillanos y turistas. 

El artista metido a tuno y los estudiantes metidos a artistas intentaron entonar 'La bamba', pero en esto las crónicas son unánimes: aquello sonaba horrible, único consuelo, por cierto, para quienes, en la interminable noche del agosto sevillano, veían con horror que el gesto inocente de Spacey dará alas a la holgazanería estudiantil y reavivará una casposa tradición española que siempre tuvo en Sevilla una de sus más inexpugnables plazas fuertes. Jamás perdonaremos a Kevin por lo que ha hecho.