Parece irónico que el autor del abrazo haya fallecido en medio de esta pandemia de distancia social y violentas redes sociales. Y el destino también ha querido que falleciera un 15M.

Juan Genovés, un ser extraordinario en su forma de concebir la plástica, reconocido en el mundo y aquí también, aunque, bueno, ya se sabe, tampoco es que se haya enseñado mucho en las escuelas. Quienes siempre lo han reconocido han sido sin duda sus compañeros de batalla, aquellos que sufrieron junto a él la represión y la cárcel, o aquellos que han identificado ese magnífico cuadro del abrazo como un símbolo de la libertad. Ayudó todo lo que pudo a su partido, el PCE, de la forma en que pudo y se le pidió, no tenía nunca ninguna duda ni la tuvo.

Recientemente lo vimos en la película Lo posible y lo necesario de Adolfo Dufour donde hablaba de cómo la policía en una detención le exigía que identificara a la mujer del cuadro de El abrazo. Curiosamente el policía le indicaba que dijera que era Josefina, la mujer de Marcelino Camacho. Y él, con mucha sorna, recuerda que le dijo pues sí, será Josefina. Da igual que pintara o no a Josefina Samper, aquella mujer del cuadro es sin duda la historia de una y mil josefinas de este país que lucharon por la justicia  y la libertad. Ahí está la grandeza de Genovés, nunca dudó de dónde venía ni a dónde quería ir. Por eso esperamos algún día contemplar el cuadro del Abrazo en el Museo Reina Sofía, no en una sala palaciega del Congreso de los Diputados, para que la derecha se pinte de demócrata frente a su obra.

Su última obra, plagada de ciudadanos y ciudadanas, personas, que configuran un espacio tridimensional es un gran acierto para el momento actual. Ciudadanos que ocupan, gente que usa el ágora de la vida. Ese distanciamiento hacia la misma obra, pero ese abarrotamiento de la gente, que se junta y que es poderosa cuando va unida y cuando se convierte en unidad. Un claro ejemplo de lo contrario que está pasando con la desobediencia peligrosa y fascista de la ultraderecha pija, que nos está poniendo en peligro a todos.  Por cierto esta movilización pretende encender de la ultraderecha popular (esos millones de votos de pueblo que tienen…) y se convierta esto en una algarada peligrosa y vírica. Rivera y los ultras que han ido a Venezuela no han ido a enseñar sino más bien a aprender cómo se desestabiliza un gobierno democrático.

Quizás sea mejor recordar sus palabras en una entrevista en 2019 a colación de un libro editado por La Fábrica y una exposición en el Centro Niemeyer:

“Está claro que cuando hay una dictadura, los que luchan contra ella son la resistencia, son 'resistentes'. Aquí no lo teníamos tan claro con la nuestra y siempre fuimos muy inocentes, políticamente hablando. La dictadura aquí nos llevó a ser pacientes y a no saber demasiado de las cosas fundamentales, sobre todo de democracia. La misma palabra “resistencia' no tenía ninguna notoriedad. Pero a finales de los setenta, estando de viaje en París, en la cola de un cine, percibí cómo se generaba algo de barullo, unos jóvenes que forzaban a un señor de forma muy educada a que saliera de la fila y se colocara el primero. Todos los demás les apoyaban. A mí me chocó la situación, lo que me llevó a preguntar a mis amigos por la categoría de este hombre: “¿No has visto que lleva una insignia en el abrigo? Ese señor está condecorado por el Estado. Es un resistente. Él y muchos como él dieron su vida por la luchar por la libertad y la democracia durante la IIGM y ahora el Estado les ha querido compensar. Y donde van, la gente se lo reconoce”.

Yo no pude evitar hacer un paralelismo con nuestro país, y caray, aquí tenemos cantidad de gente que incluso murió, que dio su vida por la libertad y por la que nadie ha hecho nada. ¿Qué Estado tenemos, tan ignorante a lo que pasa en la vida? Lo menos que podríamos hacer ahora, con una democracia ya madura, es compensarles. De hecho, muchos ni siquiera saben que fueron “resistentes”, porque lo hacían de forma clandestina y sin esperar nada a cambio. Seguro que muchos murieron con los años en la indigencia.

Eso me ha hecho pensar en mí mismo como “resistente”, como alguien que también estuvo luchando. Aquí se usó el eufemismo “opositor al antiguo régimen”, para evitar usar una palabra que está en todos los diccioniarios de todas las lenguas. Oposición es lo que tiene un gobierno en democracia, no un gobierno dictatorial. Por eso intenté naturalizar su uso cuando hablaba en público: “Nosotros, los resitentes”. A la gente le chocaba. Recuerdo un acto en la Casa de América sobre la resistencia en Chile a Pinochet. Allí también la utilicé, y el mismo Alberto Ruiz-Gallardón, entonces alcalde de Madrid, y Labordeta, que intervenía en el acto, se sintieron interesados por el concepto, por su adecuación. Ahora hay hasta un grupo de rock que se llama “La resistencia”. Me han fastidiado el título del libro…”

Así era el resistente Genovés, inquebrantable, del que siempre nos quedará su abrazo.