El catedrático de Economía Aplicada y coautor en 2014 del documento marco del programa económico de Podemos, Juan Torres, escribía ayer en su cuenta oficial de Twitter esta reflexión:

“No me extraña que alguien como Echenique, que hace tan poco tiempo se autodefinía como neoliberal, crea que antifascistas son quienes queman contenedores y tiran adoquines a la policía. Me extraña que alguien así sea portavoz de un partido que pretenda cambiar el mundo para bien”.

¡Es la violencia, estúpido!

Más allá de la pulla con vocación de puya que Torres le lanzaba al portavoz de Unidas Podemos en el Congreso, su reproche compendia el sentimiento dominante en la franja templada de electores y simpatizantes de la coalición, que no consiguen entender por qué los dirigentes morados Pablo Iglesias, Pablo Echenique, Jaume Asens o Rafa Mayoral no condenan la violencia protagonizada en distintas ciudades por los autodenominados ‘jóvenes antifascistas’, en apoyo (real) al rapero Pablo Hasél y en defensa (teórica) de la libertad de expresión.

La violencia es una línea roja, y la condición necesaria aunque no suficiente para ser un buen gobernante es conocer al primer golpe de vista cuáles son, dónde están y cómo son de gordas las líneas rojas. La ministra de Trabajo Yolanda Díaz las conoce, y por eso está haciendo bien su trabajo; Pablo Iglesias parece desconocerlas, y por eso tantos electores de Unidas Podemos no entienden a qué diablos exactamente está jugando el vicepresidente tercero.

Vanguardias ultras

La inmensa mayoría de quienes participaron inicialmente en las manifestaciones lo hicieron de forma pacífica, pero no así determinadas vanguardias ultraizquierdistas para quienes lo importante no es tanto nuestra legislación manifiestamente mejorable en materia de libertad de expresión como el deseo de derribar los muros de carga que sostienen un edificio democrático que ellos odian pese a que la inmensa mayoría de sus inquilinos se siente bastante a gusto en él.

Entre los detenidos el viernes por la noche en Girona figuraba Dani Cornellà, candidato de la CUP en las elecciones catalanas del domingo pasado. Probablemente, muchos de los detenidos en los disturbios de Madrid y otras ciudades no catalanas sean, ideológicamente, el equivalente ‘cupero’ a este lado del Ebro.

Es más: la actuación, inevitablemente represiva, de los Mossos d'Esquadra para contener la violencia está complicando peligrosamente las negociaciones para formar gobierno en Cataluña, ya que la CUP pone como condición que la Generalitat dé un giro radical a su política policial.

La maldición de los Pablos

Se diría, relajando un poco el tono, que la política española no tiene últimamente demasiada suerte con los Pablos. Mientras los zapadores Pablo Iglesias y Pablo Echenique cavan la tumba de Podemos con el pico de Pablo Hasél y la pala de la CUP, el curandero Pablo Casado cree haber encontrado el bálsamo de Fierabrás para el Partido Popular anunciando el cambio de sede.

De Casado bien podría decirse aquello que comentaba el físico cuántico Ernest Rutherford de cierto alto cargo que presumía de su importancia: “Es un punto euclidiano: tiene posición, pero no magnitud”.

Iglesias se cree demasiado listo, Echenique se cree demasiado bueno y Casado va por días, si bien muchos en Génova 13 piensan que nunca ha sido ni lo uno ni lo otro y que al de Palencia le viene grande el cargo de líder de la derecha. Todo lo contrario que a Iglesias, a quien los cargos de líder único de Podemos y vicepresidente solo tercero de un país mediano como España le vienen pequeños.

Locuacidad y silencio

Como esos delanteros que incomprensiblemente fallan a puerta vacía un gol que ya cantaba la grada, es verdaderamente llamativo cuánto es capaz de equivocarse Pablo Iglesias no en cuestiones arduas o fatigosas, sino en aquellas en las que está cantado que lo realmente difícil es equivocarse.

Mientras tanto, desde Izquierda Unida y el Partido Comunista mantienen un perfil deliberadamente bajo en esta desafortunada contienda librada por Iglesias y los suyos. La reserva, la discreción y aun el silencio de los comunistas de toda la vida sobre la violencia callejera de estos días son doblemente significativos: no solo parecen revelar su desacuerdo de fondo con la facción morada de UP, sino que certificarían una cierta irrelevancia de la facción roja de la coalición.

Preguntas paulinas

Pablo Iglesias y Pablo Echenique, responded a estas preguntas: ¿Es Pablo Hasél una buena bandera para Podemos? ¿Acierta un partido con más de tres millones de votos al justificar a tipos que queman contenedores, revientan escaparates y lanzan adoquines a la policía? ¿De verdad creéis que para defender la justa causa de no penalizar con la cárcel determinadas ofensas, paridas, extravagancias e insultos es necesario disculpar la violencia? ¿Acaso no advertís que las banderas que en verdad os honran son la reforma laboral, la mejora salarial, el ingreso mínimo vital o la vivienda?

El equivalente de Vox en la izquierda no es Podemos, sino la CUP, pero como Iglesias siga cometiendo errores acabará dando la razón a quienes equiparan a su partido con el de Abascal. Con su última e incomprensible posición a propósito de la violencia callejera, Podemos se adentra en territorio decididamente comanche.

En Barcelona, ya van cinco días de disturbios. Cada nueva jornada de barbarie que los ultras cincelan como una nueva muesca en la culata de su revólver, es un golpe más de pico y pala en la tumba electoral de Unidas Podemos.

Iglesias empuña el pico y Echenique la pala, operarios funerales que no solo no se han enterado de quién será el inquilino final del agujero, sino que, como en las películas de esclavos, se diría que no paran de cantar alegremente a dúo mientras cavan: ¡Voy a ver a mi Luisaaaaa, voy al Misisipiíiiiiii!

Trento y Lutero

Vox es una CUP al revés, no un Podemos al revés. Vox es la Contrarreforma en toda regla: lo que Vox quiere es regresar a Trento, mientras que Podemos, heredero del PCE e Izquierda Unida, nació más bien a imitación de Lutero, que básicamente tenía razón en sus argumentos para la reforma de la Iglesia, pero que luego era una bestia parda en relación a los judíos y otros asuntos.

Podemos hace buenas preguntas pero suele tener malas respuestas. Precisamente estar en un Gobierno sirve para eso: para aprender a dar buenas respuestas a las propias preguntas.

En cambio, Vox y la CUP hacen malas preguntas y de sus respuestas, mejor ni hablamos. Iglesias tendrá que espabilar si no quiere ser confundido con ellos. O convertirse en el próximo Albert Rivera de la política española.