Hubo novedades sustanciales en la fiesta de la Toma: el alcalde cambió de peinado, se incorporó un desfile de moros y cristianos y los comercios abrieron y santificaron la fiesta haciendo caja. Por lo demás, el 2 de enero fue fiel a sí mismo, un teatrico alcanforado y cargado de nacionalcatolicismo simbólico que el PSOE acepta como acepta la Monarquía aunque se declare de corazón republicano. La Toma conmemora la conquista de Granada y la unidad nacional; si a eso se suma la presencia del Ejército, la consagración en la Catedral, las montañas nevadas, las banderas preconstitucionales al viento, los vivaspaña y la protesta tradicional de los disidentes, nos encontramos con una de tantas fiestas eternas de la España eterna. Hay Toma para rato y división para rato, lo que no hay es argumentos, más que la obcecación y la fuerza de la tradición, para mantener intacto el actual formato.
Los Reyes Católicos son los padres del Estado moderno, vale, pero Isabel de Castilla también parió una inquisición, Fernando el Católico fue uno de los hombres en que se inspiró Maquiavelo a la hora de escribir El príncipe, "ese manual de pistoleros", y ambos firmaron unas capitulaciones que no se cumplieron a cambio de que Boabdil entregara pacíficamente la ciudad: los musulmanes derrotados vieron violentadas sus instituciones, creencias, vidas y haciendas hasta que malbarataron sus bienes para tomar el camino del exilio. Luego se equivocan quienes descalifican como extremistas y radicales a aquellos que plantean la supresión o el cambio del ritual de la fiesta y los identifican con los grupos ultras de derecha: los primeros apuestan por restar munición al acto y fomentar el entendimiento entre culturas, en tanto que los otros llevan en su ideario la semilla de la violencia, la misma que convirtió a España en una unidad de desatino en lo universal.
No hay ritual inocente, y el de la Toma responde a una concepción de la realidad propia de la derecha sociológica más rancia, por más que haya progresistas que no lo adviertan; o socialistas como Girón que la defienden a ultranza, pero ya tenemos dicho que este hombre es el espíritu de la contradicción hecho carne, o sea, blanco y en botella azulgrana. Y después está lo otro, una ciudad celebrando con la Legión y el arzobispo, con el fusil y la cruz, la derrota de los granadinos que nos legaron el Albaicín y la Alhambra, de los cuales seguimos viviendo y sin los que Granada sería un corral de vacas.
ElPlural Andalucía