Íñigo Errejón ha lanzado estos días un auténtico órdago dentro de Podemos. Ante el riesgo de perder en el próximo congreso del partido, ha tirado de todos sus recursos. En una demostración inaudita de fuerza, ha publicado un manifiesto al que se han adherido todos los seguidores de su corriente. Exige más democracia interna; pide que se pueda debatir de manera separada sobre proyectos y caras; que en las elecciones internas haya más proporcionalidad; que se fomente el debate desde abajo.

El publicar el manifiesto, dando la máxima difusión a su posición discrepante, tiene toda la pinta de una amenaza; viene a insinuar que si no se le asegura un mínimo espacio sería capaz incluso de promover la ruptura. En cierta forma casi recuerda a esos matones que intentan amedrentar a su víctima al grito de “cuidado conmigo, que estoy muy loco”.

Sin embargo, tanto apocalipsis probablemente se quedará en nada. Conseguirá una pequeña parcela de poder para los suyos en la futura dirección, pero perderá definitivamente el control de Podemos. Y no va a romper el partido. Eso es así por dos circunstancias, esencialmente: porque su nuevo discurso reivindicativo resulta profundamente incoherente con sus actos y porque se ha rodeado del peor de los aparatos orgánicos posible.

El discurso de democracia interna del manifiesto es incoherente y, para cualquiera que conozca los intríngulis de Podemos, incluso cínico. Ha lanzado el lema “recuperar la ilusión” pretendiendo ignorar que fue –precisamente- su sector el que hizo perder la ilusión a tanta gente comprometida que se ha ido retirando del partido.

Si las ideas políticas y estratégicas de Errejón para orientar Podemos suenan bien y razonables, su discurso interno ha sido nefasto. Fue Íñigo Errejón el impulsor de la idea de que Podemos debía ser una máquina electoral disciplinada. Esa estrategia pasaba por quitar a los círculos de Podemos cualquier capacidad de decisión; los redujo a meras peñas de apoyo, dedicadas exclusivamente a pegar carteles y hacer bulto en los actos multitudinarios. Al mismo tiempo reforzó los poderes de la dirección, implantando las mismas normas y creando los mismos hábitos de los que ahora (cuando se le van a aplicar) se queja: impulsó que en las elecciones internas se vincularan los proyectos políticos a las personas que los presentan; promovió las listas planchas que acaban con la proporcionalidad, quitándole toda representación a las corrientes y minorías del partido; abanderó personalmente la intervención de los dirigentes estatales en cualquier proceso electoral interno, apoyando a sus candidatos preferidos y usando su popularidad para atraer votos; presentó cualquier debate político como una lucha de caras populares. Todo eso lo aplicó de manera inmisericorde contra los demás. Ahora, cuando se va a usar contra él mismo, le parece de pronto antidemocrático. En ese punto carece de toda credibilidad.

El otro factor que lo va a llevar ahora a una derrota sumisa es el equipo del que se ha rodeado. Desde un principió Íñigo Errejón se planteó copar el aparato interno de Podemos. Lo hizo dando prioridad a la lealtad sobre la capacidad y el criterio político. Llenó la organización de advenedizos sin más méritos que el de prometerle fidelidad. Una red en la que no faltan amigos íntimos, novias, novias de amigos y hasta familiares porque pensó que así se aseguraba el control del partido. Su estrella empezó a decaer cuando los tejemanejes de Sergio Pascual –su mano derecha ejecutora- fueron tan evidentes que el propio Pablo Iglesias se vio amenazado; tanto que se arriesgó a decapitar a ese aparato, que se había demostrado leal exclusivamente a su número dos.

A cambio de su fidelidad, casi todos esos protegidos de Errejón tienen ahora un cargo remunerado. Son diputados, concejales, asesores políticos o jurídicos, encargados de prensa y montones de puestos más que en muchos casos no se compadecen con la capacidad o la trayectoria de quienes los ocupan.

Por ahora todos has firmado el manifiesto errejonista. Sin embargo, el número dos de Podemos sabe perfectamente que si intentara ir más allá, si quisiera romper y salirse del partido casi ninguno lo seguiría. Lo que une a ese colectivo, por encima incluso de la figura de su líder, no es una visión política sino el interés personal por mantener un puesto. Es gente que, en gran medida, va a estar siempre con el ganador. Y Errejón sabe que no tiene posibilidad alguna de que lo sigan a ninguna aventura incierta.

En Andalucía, un grupo de errejonistas de ocasión que venía de la izquierda alternativa ya ha empezado a huir. La semana siguiente a la contundente victoria de Teresa Rodríguez sobre el aparato de Errejón rompieron públicamente con éste, denunciando las prácticas que habían apoyado ciegamente durante los últimos dos años y pidiendo a la nueva dirección que les busque un cargo. Están en ello. Y no serán los únicos.

En fin, que la batalla aún no ha concluido pero parece que el panorama se va aclarando. Las tesis de Pablo Iglesias, con mayor o menor apoyo de Anticapitalistas, pueden imponerse y a los seguidores de Errejón, pese a su órdago, van a ofrecerle tan sólo una participación simbólica en la dirección… que se apresurarán a aceptar. Poco más.

Lo de recuperar la ilusión está por ver, pero si sucede será precisamente porque se vayan los que la robaron, no porque vuelvan a ganar.