Sobre el papel, el cineasta ucraniano Sergei Loznitsa estaba llamado a ser uno de los grandes protagonistas del XV Festival de Cine Europeo de Sevilla. Hasta tres películas presentaba entre las diferentes secciones: un documental con imágenes propias, otro con material de archivo y una ficción, Donbass, que ha terminado llevándose el principal reconocimiento del festival. La película, con el particular estilo hiperrealista del director, que filma planos de larga duración, resulta una incomodísima recreación de situaciones del conflicto ucraniano sin continuidad entre ellas, llevándonos a la autoproclamada Nueva Rusia (unión de las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk) con incisivas alusiones a la manipulación informativa que la sostiene. Sorprende la arriesgada elección del jurado, entre cuyos miembros estaban el director Jonás Trueba o la actriz Nerea Barros, deciciéndose por una película que no esconde su postura.

Entre la crónica social y las obsesiones

Si hace unos años, en pleno auge de la crisis económica, el interés de los cineastas europeos se centraba mayoritariamente en la crónica social, parece que las obsesiones autorales van recuperando su espacio, tras el clímax que supuso el Giraldillo de Oro de 2017, La fábrica de nada, en su descripción de la realidad de la clase obrera. Aun así, algunos de los problemas actuales del continente se han visto reflejados en los títulos de la programación, llegando al palmarés en el caso de M (Premio a la Mejor Dirección para Yolande Zauberman), documental que nos sitúa desde la violencia de su estilo directo ante testimonios de abusos sexuales a niños en el barrio más ortodoxo de Israel; Joy (Premio a la Mejor Actriz para la intérprete no profesional Joy Anwulika Alphonsus), durísimo acercamiento a la realidad de las prostitutas procedentes de África, que viven entre nosotros en la esclavitud; y La mujer de la montaña (Gran Premio del Público), cinta islandesa más convencional en su forma en torno a una ecoterrorista que trata de evitar el cambio en el modelo energético y económico al que se aproxima su país. También es una obra puramente “working class”, aunque en este caso situada en los años del thatcherismo, Ray & Liz (Gran Premio del Jurado), en la que Richard Billingham, conocido por su carrera en la fotografía, ajusta cuentas con su familia con una mirada afectuosa en la que no falta la curiosidad.

Con una forma de entender el cine diferente, en la que prima la mirada del autor sobre la actualidad del continente, se han visto en las diferentes secciones películas tan brillantes como Touch me not, recóndita y honesta en su visión de la sexualidad, una quimera para muchas personas, más real de lo que creemos para otras; La casa de Jack, el particular descenso a sus propios infiernos, mediante la intensa historia de un psicópata de lo más cruel, de Lars von Trier, que logra su primera obra plenamente satisfactoria en muchos años; Non-fiction, deliciosa comedia de diálogos y enredos sentimentales con la que la mirada de Olivier Assayas sobre nuestro tiempo confirma su lucidez. En medio de la densidad temática de estos títulos, el tono lúdico de Ruben Brandt, Collector, una frenética historia de atracos, con infinitas referencias a obras de arte y películas pretéritas, ha representado a la animación por primera vez en la competición del festival, llevándose con justicia el Premio al Mejor Guión.

El cine español, una cuestión de perspectivas

La cita sevillana volvió a confirmar este año su apuesta por las miradas nacionales más discordantes. Es el caso del El rey, en la que la compañía madrileña Teatro del Barrio, con Alberto San Juan y Willy Toledo como rostros más conocidos, adapta al cine, sin demasiada suerte en el cambio de formato, su particular ajuste de cuentas con la figura de Juan Carlos I y de paso con todo el relato oficial de la transición. Bastante mejor regusto dejaron otras dos ficciones: la andaluza Jaulas, meritoria ópera prima de Nicolás Pacheco con un potente pero nada obvio discurso feminista; y la extraordinaria Entre dos aguas, con la que Isaki Lacuesta retoma más de una década después de ‘La leyenda del tiempo’ el duro retrato de dos hermanos de San Fernando en su lucha por sobrevivir.

Las posibilidades narrativas que ofrece el formato documental han creado toda una tendencia, en la que cada vez tienen menos cabida los trabajos convencionales. Es el caso de Oscuro y lucientes, que lejos de ser un recorrido al uso por la (increíble y poco conocida) historia del cráneo perdido de Goya, dispone de una narrativa muy peculiar, en la que caben el juego y la ironía; 23 disparos, que adopta la forma del thriller para recrear el asesinato de García Caparrós y construir una investigación propia para localizar al culpable; y Apuntes para una película de atracos, en la que el propio hecho de hacer un documental sobre el Robin Hood de Vallecas se convierte en el relato con un resultado de lo más simpático. Con el Premio a la Mejor Dirección de Fotografía se ha hecho La ciudad oculta, propuesta de carácter más experimental, que recorre el subsuelo madrileño haciéndolo parecer en ocasiones un escenario de ciencia ficción mediante un enfoque visual poético, abstracto por momentos.

Se cierra por tanto una nueva edición del antes denominado SEFF (término desaparecido de las comunicaciones oficiales de festival), en la que el éxito de público vuelve a ser un hecho, llegándose a agotar las localidades en muchas sesiones, en especial en los bulliciosos primeros días. El cine europeo está a gusto en Sevilla, formando parte de las conversaciones incluso de aquellos que el resto del año tienen una relación menos próxima con el cine de autor, y más que la va a estar el próximo mes, cuando se celebren en la ciudad los Premios del Cine Europeo.