La dirección nacional del Partido Popular empieza a levantar acta de defunción de cadáveres políticos que a duras penas había conseguido mantener con vida desde que estallara el caso Bárcenas: María Dolores de Cospedal y Javier Arenas son los más relevantes, pero todo indica que no van a ser los únicos. “Dejad que toda la ponzoña que acecha en el fango salga a la superficie”, ordenaba el emperador Claudio. Pues bien, está saliendo.

La filtración de conversaciones grabadas por el excomisario José Manuel Villarejo, hoy en prisión, le están amargando la precampaña andaluza a un Pablo Casado que bastantes problemas tenía ya para sortear con éxito unas encuestas extremadamente adversas y para respaldar sin achicharrarse él mismo a un candidato como Juanma Moreno con quien se relaciona poco y mal.

Clavos ardientes

Los cuatro días que Casado ha tardado en dar explicaciones sobre la primera tanda de grabaciones de Cospedal dan una idea de sus dificultades para gestionar el fango. La torpe mentira inicial de la ministra de Justicia Lola Delgado diciendo que nunca conoció a Villarejo es el único clavo ardiendo que los autores del argumentario oficial del PP han podido ofrecerle a su jefe para agarrarse a él mientras ruge bajo sus pies un abismo hirviente de fango.

La última entrega recién salida de Cloacas Villarejo SL: Cospedal y su marido, Ignacio López del Hierro, contrataron al excomisario para que investigara a Javier Arenas. La factura del encargo la pagaría el partido. El momento también resulta políticamente embarazoso para la calle Génova: fue en el verano de 2009, coincidiendo con el inicio de las investigaciones policiales y judiciales del caso Gürtel de financiación irregular del PP.

Según se desprende de los audios, la secretaria general del PP y su marido contrataron a Villarejo para que investigara una supuesta fundación donde “unos del PSOE”, Arenas, su hermano, Luis Bárcenas y Gerardo Galeote tendrían oculta "mucha pasta". Ese enigmático unos del PSOE también puede hacer de clavo ardiendo para Casado.

Muertos vivientes

Además de enemigos íntimos, Cospedal y Arenas tenían en común que ambos eran muertos vivientes desde hace años. Paseaban su palidez de cadáveres insepultos por los pasillos de Génova simulando estar vivos, pero todo el mundo intuía que más bien estaban muertos.

Su último intento de ganar, como El Cid, la última batalla siendo ya cadáveres fue con ocasión del reciente congreso del Partido Popular: Arenas apostó por Soraya Sáenz de Santamaría, cuya victoria lo habría resucitado ¡¡¡una vez más!!!, y Cospedal apostó por sí misma sin querer darse por enterada de que su tiempo había pasado. Menos mal para el PP que no ganó. Quienes la votaron, que fueron muchos, votaban a una sombra. Hoy esa sombra es ya un cadáver efectivo: urge pues enterrarlo.

Genio y figura

El caso de Arenas es distinto. El singular talento del de Olvera para hacer amigos es equiparable al de la de Albacete para hacer enemigos: tan fácil como perdonar a Arenas era detestar a Cospedal. Incluso sus enemigos recordarán al exministro de Trabajo de Aznar con una indulgencia que nunca tendrán los suyos con la exministra de Defensa de Rajoy.

En Andalucía, los arenólogos llevan años matando a Javier, pero el exvicesecretario no es un tipo que se deje enterrar fácilmente. Les pasa, en realidad, a todos los que tienen una pasión indómita por la política, a aquellos para quienes la política no es meramente un trabajo, ni siquiera únicamente una vocación, siendo esto ya mucho: más allá de su ideología y aun de su trayectoria concreta, para gente como Arenas la política es un órgano vital más, como el hígado, el corazón o los riñones.

Si fuera posible someterlo a un proceso de criogenización, como a esos ricos a los que ya no puede mantener con vida la medicina de hoy pero tal vez sí la de mañana, el PP, quién sabe, tal vez tendría en Arenas una salvaguarda para el futuro. A fin de cuentas, Casado no tiene pinta de durar muchos años.