Paradoja de las paradojas: la política está politizada, quién la despolitizará, el despolitizador que la despolitice buen despolitizador será. Necesitamos con cierta urgencia políticos capaces de rebajar el altísimo y angustioso grado de politización que padecemos.

Aunque tuvo su pico más alto y dramático en el septiembre catalán del año 17, la hiperpolitización es un mal que viene de lejos, si bien suele acentuarse cada vez que el desalojo de la derecha del poder reactiva en ella el virus del mal perder, del que tantas pruebas históricas se tienen desde principios del siglo XIX.

Anatomía de un exceso

Pero cuando, como sucede ahora, la politización desborda sin contención alguna la muralla de los partidos, que son su ecosistema natural, merma las defensas inmunológicas del periodismo y se extiende de manera desenfrenada por toda la sociedad, esta tiene grandes dificultades para gestionar de forma cooperativa sus problemas reales, entre otras cosas porque gran parte de su tiempo y sus energías los acapara la gestión de los problemas artificiales que genera ese exceso de politización. 

Como a la globalización –que examinó Rüdiger Safranski en el libro cuyo título evoca este análisis–, como a la sinceridad, a la tolerancia, como a tantas virtudes y como, por supuesto, a la verdad, a la política también le es pertinente la pregunta de cuánta de ella podemos soportar.

Si el grado cero de la política, si ninguna política –si es que tal cosa existe– adormece a una sociedad, un exceso de ella la mantiene, diríamos, que demasiado despierta y sobrecargada de inquietud, demasiado tensa y alerta, demasiado temerosa pero también demasiado deseosa de que cualquier acción, palabra, conducta o suceso insignificante sean interpretados en clave política, como solían y aún suelen pretender los marxistas más obtusos.

Todos marxistas

Hoy, con ocasión de la pandemia del coronavirus, nuestras derechas se han vuelto insólita y extravagantemente marxistas: en todo ven la confirmación de su particular e inverificable teoría de la historia, en todo intención política, sesgo ideológico, táctica gubernamental, conspiración partidista.

Si el Gobierno autoriza la manifestación del 8M, es porque prima su ideología sobre la salud del país; si centraliza la toma de decisiones sanitarias y económicas, es porque está dominado por una pulsión bolivariana; si requisa material importado por empresas, es porque desea humillar a los empresarios; si no lo requisa, es porque no tiene autoridad; si la cifra de muertos sube, es porque, por razones políticas, demoró temerariamente la toma de decisiones técnicas; si la cifra de muertos baja, es porque los cuenta mal a propósito para eludir las críticas; si remite sus decisiones al criterio de los científicos, es que pretende esconderse tras ellos para no asumir su responsabilidad; si no las remite, es porque su soberbia le impide preguntar a quien de verdad sabe…

¿Qué nos está pasando? Hay como una turbia corriente subterránea, que existe en toda sociedad y en todo tiempo pero que pocas veces se hace visible, cuyos efluvios ponzoñosos han escapado estos días de su tiniebla, se han filtrado a la superficie y han alcanzado la luz e infestado el aire de la vida pública que todos respiramos.

Ciertamente, sin el mal perder que siempre tuvo la derecha, la contaminación tendría un alcance más limitado, pero sin la soberbia moral de la izquierda no le habría sido tan fácil extenderse como lo ha hecho.

Divinas palabras

Aun así, el primer y más genuino gesto contra la hiperpolitización que nos ofusca y nos confunde lo ha protagonizado esta semana la portavoz de Más Madrid en el Ayuntamiento de la capital, Rita Maestre, con estas divinas palabras:

"Nosotros vamos a hacer lo que creemos que debe hacer la oposición ante una circunstancia como esta: predicar con el ejemplo. Y eso significa partir de la confianza sincera de que vosotros queréis acabar con la crisis, de que el alcalde está comprometido con reducir la pandemia en su ciudad”. Intentemos, añadía Maestre, que el Palacio de Cibeles "no se parezca demasiado al Congreso de los Diputados".

Con deportividad y buen sentido, el alcalde conservador José Luis Martínez-Almeida recogía sin remilgos el guante de su adversaria: "Estamos en las antípodas ideológicas, pero nos acerca la humanidad y ser conscientes que tenemos un objetivo común que todos compartimos y perseguimos". 

Lo que ha sido posible en el Ayuntamiento de Madrid, sin que por ello el mundo se haya venido abajo ni los políticos hayan traicionado a sus votantes, ¿acaso no es posible en el Congreso de los Diputados o el Parlamento de Andalucía? ¿Acaso lo dicho de Almeida por Maestre no podría decirlo Pablo Casado de Pedro Sánchez o Susana Díaz de Juanma Moreno?

Intento tardío, pero intento

La propuesta de Sánchez de un gran acuerdo nacional de reconstrucción hay que interpretarlo como un intento –tardío, pero intento al cabo– del Gobierno de despolitizar la política, de expurgarla provisionalmente de divergencias que, siendo propias y legítimas en tiempos de normalidad, pueden resultar letales en tiempos de excepcionalidad.

El país necesita tomarse un respiro y, durante un breve tiempo –hay que insistir en ello: durante un breve tiempo– adelgazar la política del exceso de grasa de la ideología.

Las palabras de Rita Maestre en el Ayuntamiento de Madrid fueron eso. Los Pactos de la Moncloa de 1977 fueron eso: una tregua, una suspensión temporal de la política, un paréntesis durante el cual los partidos arriaron transitoriamente sus banderas hasta asegurarse de haber alejado al país del precipicio. Tras caducar la supresión de las hostilidades, volvieron de nuevo y con toda naturalidad a tremolar los estandartes en las almenas.

Una cabezadita

El insomnio se parece al sueño en que ambos paralizan a la persona, aunque cada uno lo haga a su manera. En el primer caso la paralización es un infierno, mientras que en el segundo es una liberación.

Si la ausencia total de política, que en realidad es la omnipresencia de una cierta versión de ella que excluye a todas las demás, si esa ausencia total –véase el franquismo– paraliza y empobrece a una sociedad, su presencia excesiva genera un insomnio que puede llegar a ser tan alienante como el propio sueño.

Descansemos un poco de nosotros mismos. Den, ¡por Dios!, una cabezadita nuestros líderes: se lo han ganado, nos lo hemos ganado.