Los poderosos no tienen prisa porque no tienen miedo: no les urge que se paguen salarios más justos porque observan aliviados que quienes cobran poco y mal han perdido la capacidad de intimidación de antaño. Y la han perdido porque los partidos de izquierda y los sindicatos, que son las armas que utilizaban para meter miedo, ya no son lo que fueron.

El 70 por ciento de los jóvenes españoles de entre 18 y 35 años están en el paro o trabajan por sueldos de miseria –es lo que Larra llamó ‘modos de vivir que no dan de vivir’– y la manera que han encontrado de meter miedo a los poderosos es votar a Podemos. Algo es algo.

Lo que Íñigo sabía

Ciertamente, Podemos es hoy por hoy el único partido capaz de inquietar a muchos ricos: el problema –como lúcidamente advirtió Íñigo Errejón– es que también inquieta a demasiados pobres, para quienes el talento de Podemos para la intimidación no correría parejo con su capacidad para mejorar las cosas que están mal sin empeorar las que no lo están.

Al sostener Podemos que TODO está mal porque el ‘régimen del 78’ fue una engañifa monumental que hay que desmontar de una vez por todas; y al mostrarse al mismo tiempo los capitanes morados tan benevolentes con lejanos gobiernos que tras ganar las elecciones se dedicaron a desmontar regímenes similares al del 78 con el resultado de todos conocido, la formación de Pablo Iglesias no consigue traspasar y dejar atrás la línea roja del miedo.

Dorados 80, ciegos 90

Es la línea que el PSOE de Felipe González traspasó muy a finales de los 70 con gran éxito de público y de crítica, aunque una década y pico después se sintió tan a gusto habiéndola traspasado que empezó a parecerse demasiado a aquellos a quienes en otro tiempo tanto asustaba. Hoy el PSOE ni da miedo a demasiados ricos ni convence a suficientes pobres.

La paradoja que de algún modo corroe a los dos partidos de la izquierda es que para cumplir sus promesas necesitan parecerse al otro, y lo que más detestan en este mundo es precisamente a ese otro. La cúpula de Podemos ha heredado el antisocialismo visceral de Julio Anguita y la cúpula (¿qué cúpula?) del Partido Socialista proyecta sobre Podemos el obcecado anticomunismo cristalizado en la organización a finales de los 80 y durante toda la década de los 90.

La moción como modelo

No es la única paradoja que atenaza a las dos formaciones. La sugestiva pero taimada moción de censura de Podemos contra Rajoy y la airada pero intranquila reacción socialista a ella dan un retrato fiel del triste modelo de relaciones que mantienen ambos partidos.

El Partido Socialista se siente más cómodo gobernando con la derecha civilizada de Ciudadanos que con la izquierda comanche de Podemos, lo cual lo conduce paulatinamente a convertirse en poco más que el mero gestor de la miseria fiscal y presupuestaria de este Estado deudor que es España.

Mientras, Podemos se siente más cómodo mofándose del PSOE y poniéndolo en cuantos apuros se le ocurren, lo cual aboca a los morados a ese radicalismo estético que podrá irritar mucho a la nomenclatura socialista pero muy poco a los tipos que mandan.

Lo que Larra sabía

Cuando Podemos y el PSOE consigan cambiar ese enrarecido y estéril modelo de relaciones, y eso no podrá ser en ningún caso antes de las próximas elecciones, puede que para entonces sea demasiado tarde pues, como intuyó lúcidamente Larra hace ¡200 años!, los que profesan esos modos de vivir que no dan de vivir son “como las últimas ruedas de una máquina, que sin tener a primera vista grande importancia, rotas o separadas del conjunto paralizan el movimiento”.